jueves, 30 de septiembre de 2010

LA AUTOCRÍTICA NUNCA HUELGA

Sólo desde la mala fe o el sectarismo puede afirmarse que la huelga de UGT y CCOO fue un rotundo fracaso, ya que, además de situar el debate en primerísimo primer plano, resulta innegable que tuvo su repercusión, desigual por zonas y sectores pero en todo caso significativa en la gran industria, igualmente en Navarra, donde también bajó el consumo eléctrico en las primeras horas del paro aunque por debajo de la media estatal. Sin embargo, pecan por evidente exceso quienes catalogan la reivindicación de triunfo portentoso. Calificativo que no se compadece con el reducido seguimiento en tantos ámbitos, ni con la limitada afluencia a muchas de las manifestaciones convocadas ayer, y que únicamente podría aplicarse si Zapatero rectificara su reforma laboral, pues ésa era en principio la finalidad declarada de la movilización.

Indudablemente, la militancia de UGT y CCOO echó el resto esgrimiendo argumentos de peso, como que el decretazo considera causa de despido objetivo la previsión de pérdidas por las empresas, que las indemnizaciones por rescisión de contrato van a menguar hasta un 70% o que las nuevas previsiones sobre absentismo dejan al personal eventual aún más a la intemperie. Pero, precisamente porque sobraban razones para la huelga general, a ambos sindicatos les debería preocupar hondamente por qué tanta gente de esa que vive por y para su nómina les ha dado la espalda en el tajo y en la calle. Tienen ante sí la explicación obvia de que buena parte de la clase trabajadora considera que los convocantes han acometido una operación propagandística, mera cosmética, tras transigir con el progresivo deterioro del mercado laboral a cambio de cuantiosas subvenciones. En el caso de Navarra y la CAV se añade que las centrales llaman a la ciudadanía al completo a movilizarse cuando son incapaces de promover una iniciativa unívoca por sus cuitas particulares, más o menos fundamentadas.

Como organizaciones maduras y relevantes para la colectividad en tanto que garantes de los logros laborales conseguidos con el sudor y la sangre de tantos y tantas, UGT y CCOO deberían aprovechar la huelga para extraer conclusiones también desde la sana y productiva autocrítica. Porque todo el sindicalismo tiene pendiente su reformulación, en tanto que parte de esa izquierda social que pide a gritos hasta reinventarse, con como mínimo un triple objetivo: que los trabajadores en su conjunto puedan visualizar que antepone sus intereses a los de las siglas, que le preocupan tanto los ocupados como los desempleados y que la de liberado no es una carrera profesional en sí misma, revirtiendo esa imagen de que se tolera la perpetuación en puestos generosamente remunerados. Se trata por tanto de avanzar en transparencia y en pedagogía, desde la premisa de que la sociedad del siglo XXI se rige por un férreo individualismo, desconocido cuando aquella célebre convocatoria de Marx y Engels Trabajadores del mundo, uníos (1848).

Por de pronto, el siguiente examen para la credibilidad en concreto de UGT y CCOO va a consistir en cómo afronten la más que probable negativa de Zapatero a recular un ápice. Más concisamente, el interrogante reside en hasta dónde van a llegar si se consolidan los elementos esenciales de la reforma laboral, una hipótesis de todo punto factible pues los líderes europeos, todos, se vienen mostrando bastante más concernidos por los problemas de los mercados que por los de sus administrados en lo que supone el arrumbamiento de la socialdemocracia. En ese hasta dónde van a llegar se incluye por supuesto la otra gran reforma que Zapatero arrojó sobre la mesa: la de las pensiones. Si aceptan el retraso en la edad de jubilación, y más si lo admiten sin unas contrapartidas cuyo beneficio sea incontrovertible a ojos del currela medio, crecerá el desafecto sindical, también cimentado en la incapacidad del sistema del que forman parte UGT y CCOO para gestionar con eficacia las políticas activas de empleo en aras a cualificar y reorientar profesionalmente a quienes se ven privados de sueldo.

Con todas estas incógnitas por despejar, y encauzados los ánimos de los promotores de la huelga, es tiempo de reflexionar. Más si cabe después de una jornada que perfectamente se puede tildar de surrealista, ya que en teoría era una moción de censura contra Zapatero pero no para que Rajoy le sustituya porque en materia laboral van significando lo mismo. Ahí radica la enorme paradoja de este paro, de esa "gran putada", como enfatizó bien gráficamente Toxo. Puteados continúan hoy, como anteayer, quienes ven peligrar su soldada o no encuentran manera humana de recuperarla. Con huelga o sin ella.

Víctor Goñi (en Diario de Noticias)

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