Almudena Grandes (Madrid, 1960) prefiere las pastas a las rosquillas. Al menos, mientras promociona su novela Inés y la alegría (Tusquets), la primera del gran proyecto de seis historias sobre la posguerra que pretende publicar hasta 2017. En la entrevista degusta el dulce mientras cuenta cómo la imagen que dio lugar a la novela fue la de una mujer a caballo con cinco kilos de rosquillas. A partir de ese sueño narró un suceso real, pero escasamente conocido: la invasión del valle de Arán por 4.000 militantes comunistas con el fin de derrocar a Francisco Franco en octubre de 1944. Una especie de batalla de las Termópilas a la española. En ella, Grandes entrecruza personajes inventados como la joven militante Inés con históricos como Dolores Ibárruri. Un novelón para el que no se ha ahorrado en papel: todo está condensado en 721 páginas.
La incursión de 4.000 militantes comunistas en el Valle de Arán es un hecho desconocido. ¿Cómo dio con él?
Está en las memorias de Manuel Azcárate, Derrotas y Esperanzas, que me leí hace unos cinco años. Cuenta la invasión en dos páginas y yo me quedé como si fuera por una carretera, viera Disneylandia y luego resultara que nadie lo hubiese visto. ¿Cómo puede ser que este hecho tan importante no se conozca? Así empecé a leer más.
¿Por qué no se conoce?
Porque a ninguno de los centros de poder que tomaron decisiones sobre esta invasión les interesaba que se supiera. Franco no quería porque había sido muy humillante. La dirección del PCE tampoco porque fue un asalto al poder del PCE dirigido por Jesús Monzón, que manejó el partido en Francia durante la Segunda Guerra Mundial. Y por último, los aliados no tenían el menor interés en que esto se conociera. La consecuencia fue no decretar el olvido porque lo que se olvida se ha tenido que saber, sino dejarlo como algo que no ha existido.
¿Vio enseguida que era material literario?
Yo esta historia me la tropecé porque mientras escribía El corazón helado me enganché a la historia de España. Y desde hace ocho años no leo otra cosa. Mientras leía iba descubriendo historias de la posguerra que me gustaban mucho. En el caso de Arán, el desarrollo narrativo de la invasión fue muy evidente. La imagen de la que parte la novela me asaltó mientras leía un libro sobre la guerrilla en la que una mujer montaba a caballo con cinco kilos de rosquillas. No sabía muy bien qué iba a hacer con esto, pero sí que se podía hacer algo.
En estos ocho años leyendo sobre la historia de España, ¿cómo cree que está escrita?
De aquella manera. Pero últimamente, en todo lo de la memoria histórica, lo más importante que ha pasado en España es lo que han hecho los historiadores españoles. De esto puede salir una definitiva normalización de la relación de este país con su historia. La historia de España es un desván lleno de secretos, un desván lleno de trastos viejos.
¿La literatura le evita meterse en menos líos que si escribiera historia?
La literatura ofrece una aproximación muy interesante a la reconstrucción histórica. Yo estudie Historia en la universidad, pero no hice Contemporánea por pura novelería. Hice Prehistoria. Siento que los historiadores son aliados, cómplices y no competidores. Y espero que ellos sientan lo mismo.
Usted ha dicho que la historia contemporánea de España es nuestra épica. ¿Cómo se narra esa época sin caer en una visión heroica y edulcorada?
La medida del heroísmo, de lo que fue la resistencia contra el franquismo, lo dan las propias circunstancias. Por ejemplo, ahora en Irak. Una cosa es ser un héroe de una superpotencia mundial, con un armamento descomunal que ha invadido un país extranjero, y que llegue un individuo y te pegue un tiro. Y otra cosa muy distinta es mantener viva la idea de la libertad en un estado policial que desató un terror arbitrario.
Descubrir esta invasión puede parecerle muy pretencioso a algunos lectores.
No me arrogo ninguna clase de autoridad académica en este tema. Me he atrevido a hacer una interpretación de lo que pasó porque no existe ninguna versión oficial. Y para un lector español contemporáneo, sin esa interpretación, Arán no es comprensible. Lo que no me apetecía es que los lectores pensaran que yo me inventé lo de Arán. Si hubiera habido una versión oficial no habría hecho esta hipótesis. Mis pretensiones son exclusivamente literarias. No pretendo convertirme en historiadora. Yo escribo novelas. Y lo que sé es que voy a contar cosas muy poco conocidas. Soy una rescatadora de esas historias.
Otra historia poco conocida es la relación entre Dolores Ibárruri y su amante Francisco Antón. Es muy sorprendente porque además humaniza a esta líder política.
En la historia de amor de Dólores Ibárruri está el origen de esta invasión. Podría haberla omitido, pero es una historia verdadera que a Dolores la favorece. Ser capaz de estar enamorada y hacer locuras por amor. Me lo estuve pensando mucho, pero lo tenía que hacer porque en este momento si no lo contaba yo lo iba a contar cualquiera y seguro que lo contaba peor que yo. Aunque esta es una de esas historias en las que es más fácil documentar el escándalo que produjo.
Esta es una novela de amor, también por la relación entre Inés y Galán. ¿Pesa el amor más que las ideas?
Para Inés y Galán no supone ningún problema. Yo creo que el amor siempre es revolucionario y siempre es progresista. Es una corriente de energía que te propulsa hacia delante. Nos convierte en personas más sensibles, más comprensivas, con una empatía superior con las cosas. Para Inés, el amor hacia Galán y la defensa de sus ideas son la misma cosa.
Por otro lado, es una novela en la que se muestran las guerras intestinas dentro del PCE. Tampoco ofrece una imagen buenista del partido.
Para contar Arán tenía tres puntos de vista: desde Jesús Monzón, desde Dolores Ibárruri, o desde el de los peones, que es el que yo elegí. Gente que lo hizo porque siente que es su misión. Y, desde este punto de vista, también tenía que analizar los efectos de la invasión en la militancia española en Francia. Además el PCE es el único partido que se puede permitir estos lujos. Su historia tiene tanta gloria que sus miserias no la opacan.
¿Qué hay de Almudena Grandes en Inés?
Se me parece porque es cocinera y porque la han educado para una cosa y ha hecho una vida distinta. Yo también vengo de una familia conservadora, aunque no se puede comparar. Pero, si yo hubiera vivido en aquella época, Inés podría haber sido yo.
Esta es la primera novela de un proyecto de seis, ¿cuál es la más difícil?
Me llevo sorpresas, porque ahora estoy escribiendo la tercera, que iba a ser una novela muy pequeñita, pero crece, y crece, y crece. La cuarta es peligrosa, porque vuelve a ser una novela con mucha presencia de personajes reales.
Cuando dice que la novelas empiezan a crecer, ¿qué le da más miedo, matar a un personaje o 200 páginas?
Yo nunca me cargo 200 páginas de una novela. Lo que más miedo me da es no hacerlo bien. Una novela tiene las páginas que tiene que tener. Esta tiene 721 páginas y la segunda estará en unas 350 páginas. Eso no me preocupa. Me preocupa hacerlo bien, encontrar una estructura y un tono. Y en esta novela el tono fue lo más difícil.
Dice que el acto de escribir es mirar al mundo, ¿y es hacer política?
La literatura puede no tener que ver con la política. Pero la literatura siempre tiene que ver con la ideología. Escribir es tomar posición en el mundo. La escritura en sí misma es un acto ideológico.
¿No cree que el lector puede estar cansado de novelas sobre la guerra o la posguerra?
La Segunda República y la Guerra Civil son uno de los grandes momentos de la humanidad y nunca se van a acabar. Más lejos está el Imperio Romano y la BBC sigue haciendo series. La épica que genera la Segunda República, la Guerra Civil y la posguerra no se agotarán nunca. Las novelas se impondrán por su propio valor.
¿En este país sale caro escribir de estos temas?
Eso dicen (risas). Imagino que habré perdido lectores por ese motivo. Habrá gente que no me lea porque les parezca ideológicamente repulsiva. Pero eso me da igual. Yo procuro escribir los libros que creo que tengo que escribir. Escribo para la lectora que soy yo. Y ya está.
Paula Corroto (en Público)
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