Lo principal a la hora de acercarse al debate sobre las trabajadoras del sexo es comprender que la prostitución es tan heterogénea como las personas que la practican.
Por eso mismo conviene no tratar un asunto complejo como éste desde el simplismo, como si toda la prostitución fuera lo mismo y se hiciera por lo mismo.
La idea de que toda la prostitución es esclavitud o violencia de género tiene un gran impacto emocional, es un discurso fácil pero hace poco por acercarse a la realidad. Todos, sin ninguna duda, estamos a favor de perseguir la trata de blanca, la esclavitud y la violencia de género, pero sólo con que haya una mujer que quiera ejercer la prostitución ya es razón suficiente para reflexionar en torno a la regularización.
Porque si toda la prostitución es violencia de género, ¿cómo se entiende la existencia de colectivos como Hetaira, constituido por trabajadoras del sexo que luchan desde el 95 por sus derechos? ¿Cómo entender también que un Gobierno como el holandés esté practicando la regulación? Hay muchas preguntas para hacerse ante esta lógica, ¿dónde ponemos el límite? O, sobre todo, ¿quién pone el límite entre lo que es digno y lo que no? ¿Por qué ser modelo es tolerable y ser prostituta no? Si todo es violencia de género, ¿quién agrede a los trabajadores sexuales, en masculino? Entonces, si todo va en contra de la dignidad de la mujer, ¿se entiende que la pornografía que se ejerce en libertad también?
Por todo esto merece la pena cambiar la mirada, porque estas posiciones impiden ver a las prostitutas como sujeto de derechos.
Ante la prostitución caben, por supuesto, diferentes valoraciones morales, pero ninguna de ellas está por encima de los derechos básicos, así expresado además por buena parte de las trabajadoras del sexo. La única regla en las relaciones sexuales es que deben estar guiadas por el respeto y la libertad. La capacidad de decidir si son o no comerciales sólo debe importar a quienes voluntariamente participen en ellas.
Dejemos, por lo tanto, de tratar a todas las trabajadoras del sexo como personas sin criterio, sin autonomía. Porque muchas prostitutas han dejado hace tiempo de ser una abstracción y han pasado a convertirse en mujeres con rostro, voz y opinión, con historias personales llenas de vida y con contradicciones, como todos.
Que se aplique el código penal, como se hace en otros asuntos. Si detrás de un anuncio hay trata de blancas que se persiga ese anuncio en particular, como se hace en otras actividades cuando hay sospechas de trata de seres humanos, como se hace en servicio doméstico, en talleres clandestinos, en la agricultura o en matrimonios forzosos.
Desde nuestro punto de vista, los anuncios de prostitución de por sí, al igual que los anuncios de otro tipo de servicios, no tienen nada malo. Por el contrario, y según les consta a algunas asociaciones, son un buen instrumento para la captación de clientela de todas aquellas trabajadoras sexuales que, trabajando libremente y de manera autónoma, no quieren exponerse a hacerlo en lugares públicos, es decir que prohibiendo estos anuncios se conseguiría presumiblemente que hubiera más relaciones abusivas.
Se argumenta que esta prohibición ayudaría en la lucha contra las mafias de la prostitución forzada, pero, seamos serios, ¿cuándo se ha visto que una actividad ilegal se publicite? ¿Realmente pensamos que la mayoría de las que se anuncian son víctimas de trata? La trata es un grave delito que, al estar penalizado, se mueve en la ilegalidad y la semi clandestinidad. Si estuviera realmente tan publicitado no habría muchos problemas para acabar con ella, pero al no ser así, su prohibición no sirve para nada en la lucha contra la trata.
La lucha contra la trata se debe llevar por otros caminos y son necesarios otros medios, como los que ya se contemplan en el Plan Nacional contra la Trata aprobado por el Gobierno. No se puede responsabilizar a los medios de comunicación del control de lo que existe detrás de lo que se anuncia. Si así fuera, hagámoslo extensible a todos los anuncios, y especialmente a aquéllos de marcas de tejanos o zapatillas que han sido denunciados por fabricar sus productos en el sudeste asiático con niños obligados realmente a trabajar en régimen de esclavitud. Esas denuncias están comprobadas. La de que en los anuncios de prostitución la mayoría son forzadas no deja de ser una especulación, ya que no existen cifras que lo demuestren, tal y como dejó patente la comisión mixta Congreso-Senado para el Estudio de la Prostitución en sus conclusiones de abril del 2007.
Dejémonos de dar lecciones de moral y diferenciemos la trata con fines de explotación sexual de la prostitución voluntaria. Ante la primera, protección de las víctimas y firmeza en la persecución del delito. Ante la prostitución voluntaria, reconocimiento de que es una actividad legítima y derechos para las trabajadoras, incluido el de publicitar sus servicios.
Ioseba Eceolaza, parlamentario foral de NaBai (en Diario de Noticias)
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