Echando mano de la misma terminología que utilizó la izquierda abertzale ilegalizada el pasado fin de semana, hay otros actores con mucho más peso en nuestro culebrón interminable. Ellos mismos están entre los principales del elenco. Si su apuesta por las vías pacíficas es tan sincera como por primera vez en mucho tiempo está dando la impresión de ser (aunque sigan racaneando en palabras contundentes), el argumento se pondría verdaderamente interesante. Buena parte de los escaldados por el fiasco de las dos últimas treguas irían desprendiéndose poco a poco de su melancólico escepticismo, de su sensación de haber hecho miserablemente el primo, de su íntima convicción de haber sido utilizados, y volverían a creer en el milagro.
He escrito lo anterior en condicional y en potencial. Para convertir esa posibilidad en hechos, para que recuperen temperatura quienes se quedaron helados por los dos últimos fracasos, aún faltan pronunciamientos medio gramo más audaces.
¿Tanto cuesta rechazar sin paliativos ni circunloquios los episodios de kale borroka o las cartas de extorsión que se se siguen enviando? Un testimonio rotundo en ese sentido dejaría blancos del susto a los apóstoles del cerrojazo. Lo iban a tener en arameo para seguir manteniendo su teoría de la conspiración que sostiene que es la organización ETA la que teje y desteje.
La opinión pública de este país no tiene tiempo ni ganas para leer la letra pequeña. Seguro que la Declaración de Bruselas o los Principios Mitchell son la recaraba del aperturismo, la novedad y las buenas intenciones, pero nadie va a enterarse si no se traducen a román- paladino. Es también cuestión de marketing. Las palabras sencillas y directas tienen más poder que las etéreas. Seguimos esperándolas.
Javier Vizcaino, en Grupo Noticias
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