El próximo 25 de enero, las miradas y esperanzas de millones de personas estarán puestas en el pequeño país del sur Europa. Como escribimos en un Manifiesto reciente, Grecia se ha convertido en el laboratorio político y económico por excelencia de las élites europeas. Estas élites han sembrado por doquier miseria y desigualdad. Pero también hartazgo. Y ese hartazgo ha dado sus frutos. Ahora, por fin, existe una oportunidad única de echar a los responsables políticos del saqueo.
Los poderes dominantes lo saben. Por eso impidieron que la ciudadanía griega pudiera votar en referéndum los ajustes impuestos por la Troika. Por eso intentaron evitar a toda costa que hubiera elecciones e impusieron tecnócratas vinculados a las corporaciones financieras. Y por eso, también, están desplegando una brutal guerra sucia contra Syriza, la formación en la que hoy se concentra la voluntad de cambio de la mayoría del país.
El objetivo es evidente: ocultar, como decíamos en nuestro Manifiesto, que el golpe de Estado financiero que se está produciendo en el sur de Europa no es el producto de leyes inmutables. Que es el producto de decisiones e intereses concretos y de políticas que ni son irreversibles ni son las únicas. Y ocultar, especialmente, que las cosas pueden ser de otro modo.
Esta campaña de miedo no ha hecho sino intensificarse en las últimas semanas. Con la excusa de los trágicos acontecimientos de París, muchos gobiernos de la Unión Europea están impulsando limitaciones a la libertad de expresión y a otros derechos civiles y políticos propias de un Estado de excepción. Esta política, lejos de contribuir a la cohesión de Europa, inoculará en ella el virus del racismo y de la desconfianza entre pueblos, dando alas a formaciones de extrema derecha como la que representa en Grecia Aurora Dorada.
Nada de esto puede sernos ajeno. El espejo griego es el espejo en el que encuentran reflejo la mayoría de países de la eurozona, incluido el Estado español. Los propios abanderados de los ajustes austeritarios lo entienden así desde hace tiempo. Por eso Rajoy visita Atenas. Y por eso se abraza a Antonis Samarás. Porque ambos representan a una minoría que ha hecho de la corrupción y del vaciamiento de los derechos sociales y políticos un modus operandi normalizado. Esta minoría presume de rigor y siempre está dispuesta a reprimir las exigencias de los más vulnerables. No obstante, es la misma que se inclina de manera servil a los dictados del capital financiero.
Permanecer indiferentes ante la situación de Grecia nos convertiría en cómplices de los que amenazan el futuro de todos. Urge, pues, construir desde ya un amplio movimiento de solidaridad con el pueblo griego. Un movimiento que de apoyo a las diferentes formas de resistencia y auto-organización de la población. Y que ayude, al mismo tiempo, a un eventual gobierno presidido por Alexis Tsipras y dispuesto a acabar con el estado de emergencia social y policial que rige en su país a superar las dificultades y chantajes de todo tipo que tendría que afrontar.
Muchas de estas amenazas ya se hicieron manifiestas cuando Syriza y otras candidaturas independientes consiguieron hacerse con algunos gobiernos regionales y municipales en zonas como Ática o Tesalónica. Si estas iniciativas han generado la reacción feroz de los grandes poderes políticos y económicos ha sido, precisamente, porque han mostrado que la ruptura democrática puede comenzar por medidas locales muy concretas: frenar la privatización del servicio de basura, impedir los cortes de electricidad a los colectivos más vulnerables, recuperar el control público del agua, reforzar las cooperativas de salud o de alimentos, frenar la corrupción, plantar cara a los grandes lobbies y corporaciones.
Una victoria de Syriza, pues, sería la nuestra. Pero su derrota también. Por eso es fundamental apuntalar el nuevo internacionalismo que se está generando, desde abajo, entre los distintos pueblos de Europa. A diferencia del internacionalismo clásico practicado con otros países de África, Asia o América, este se está gestando dentro del continente europeo y con el más débil de sus países, como han recordado hace poco Cédric Durand, Razmig Keucheyan y Stathis Kouvelalis.
Este nuevo internacionalismo es una respuesta de indignación y esperanza frente a la devastadora globalización del capital. Y no solo eso: es el reconocimiento de los enormes y admirables esfuerzos que el pueblo griego ha estado haciendo en los últimos años para resistir al saqueo. Una tarea que no se ha basado solo en movilizaciones y protestas de distinto tipo sino también, como se apuntaba antes, en experiencias institucionales defensoras de la economía social y solidaria en el ámbito local.
Gerardo Pisarello y Jaime Pastor, en Viento Sur
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