Ante un acto criminal como el perpetrado este miércoles en la sede de Charlie Hebdo no caben las medias tintas, solo la condena más enérgica y sin paliativos. Es terrorismo en estado químicamente puro, un ataque brutal a la libertad de crítica y a la sátira como una de sus más nobles expresiones. El semanario francés ha utilizado siempre estos instrumentos consustanciales con los valores republicanos apuntando a todo cuanto se mueve, a las lacras sociales, políticas, económicas y religiosas. No es una publicación antiislamista. Lo mismo se toma a broma a Mahoma que a Jesucristo, desnuda las vergüenzas de Sarkozy que las de Hollande, Le Pen o la élite financiera. Se trata de periodismo, de un tipo infrecuente, pero tan necesario como el convencional. Y, por lo que se ve, convierte el ejercicio del humor inteligente en una profesión de riesgo.
Charlie Hebdo lleva tiempo jugándosela, al menos desde que, en 2006, publicó las polémicas caricaturas de Mahoma. Su director fue absuelto poco después en el juicio instado por varias asociaciones musulmanas francesas. Y no es la primera vez que está en el punto de mira del terrorismo islamista: ya en 2011, su sede sufrió un atentado con cóctel Molotov que provocó un grave incendio, tras la publicación de un número especial titulado Sharia Hebdo, en cuya portada se presentaba a Mahoma como redactor jefe. Con esos antecedentes, no hace falta una reivindicación expresa para determinar la tendencia de los fanáticos terroristas que causaron la matanza de hoy.
Este atentado supone una escalada brutal que pone a Francia ante sus peores fantasmas. Será difícil que no se utilice, sobre todo por la extrema derecha xenófoba de Marine Le Pen, para vincularlo con la fractura social y el fracaso de la integración de buena parte de la población musulmana del país. No habrá sido esa su intención de los terroristas, pero la principal consecuencia de su acción contra Charlie Hebdo puede ser un aumento del odio al inmigrante, al extranjero diferente que, según la extrema derecha (y no solo ella), se aprovecha de las ventajas del Estado de bienestar del país que le da acogida para darle luego una puñalada por la espalda.
Aterra pensar en el provecho que Marine Le Pen pueden sacar de un atentado tan injustificado y brutal como éste. Habrá que ver cuál es la reacción de los partidos políticos tradicionales, si son o no capaces de forjar un frente común que defienda valores republicanos tan arraigados como la solidaridad, la fraternidad y la tolerancia.
Por desgracia, tanto los socialistas como el centro-derecha atraviesan profundas crisis de identidad que no hacen sino facilitar el ascenso espectacular del Frente Nacional puesto de manifiesto en las últimas elecciones europeas. Por eso, la consecuencia más probable —y la más indeseada— del ataque de hoy es que Le Pen salga fortalecida en su carrera para convertirse en una auténtica alternativa de poder. Son muertos que tienen un alto valor en votos para el partido de la intolerancia.
Luis Matías López, en Público
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