Thurston Moore dijo una vez que la diferencia entre una obsesión y una adicción es que la obsesión te obliga a hacer cosas, mientras que la adicción te impide hacerlas. Hay quien piensa que este es el motivo principal por el que las mujeressuperarán a los hombres en méritos académicos, personales y profesionales; que el ejemplar masculino típico de entre diez y cuarenta años invierte de dos a doce horas a la semana en mirar pornografía en la Red. El 20% en horas de trabajo.
Es difícil echárselo en cara cuando el típico anuncio de desodorante que vemos en las marquesinas de cada plaza parece un descarte de Ginger en las Rocas, pero en este valle de lágrimas no hay placer sin consecuencias. Al creciente grupo de detractores que consideran la pornografía grosera, chovinista o inmoral se ha sumado uno nuevo; los científicos.
La cuestión no es moral sino práctica. A pesar de su dinámica influencia en el desarrollo de las telecomunicaciones, parece ser que el exceso de pornografía nos baja la líbido en lugar de al revés. Nuestra respuesta sexual está condicionada por la presencia de un neurotransmisor llamado dopamina (el mismo que nos recompensa cuando comemos chocolate y que se dispara con el uso de opiáceos) y, gracias al famoso efecto Coolidge, la dopamina se aburre con facilidad. El exceso de estímulos sexuales genera un proceso de “insensibilización” en el que el circuito de recompensa de nuestro cerebro responde cada vez menos a los encantos del mundo real, donde es menos probable que dos modelos de 22 años sacrifiquen su virginidad para agradecer un cambio de neumático. Sentarse a mirar porno todos los días hace que cada vez nos haga falta mirar más porno para conseguir el mismo grado de excitación. En otras palabras: cuanto más porno, menos sexo.
Todos estamos de acuerdo en que menos sexo es malo. Cindy Gallop, la espontánea de 53 años que se metió en el bolsillo la TED conference de 2009 en sólo cuatro minutos, asegura que hay algo peor. Hay al menos una generación de hombres que crece pensando que las interacciones circenses que caracterizan el porno duro son la manera en que dos adultos se relacionan íntimamente. Sabiendo que el colectivo que más pornografía consume en la Red tiene entre 12 y 17 años, ¿qué pasa cuando el perseverante onanista entra en contacto con una persona real?
Los científicos no están 100% seguros. Como explica el psicólogo especialista Gary Wilson, encontrar 20 hombres heterosexuales menores de cuarenta años que no consuman porno para montar grupos de control ha resultado más difícil que plantar palmeras en el Polo Norte. Lo que sí saben es que los agresores sexuales no necesitan la pornografía para motivarse. “Si la pornografía tuviera el impacto que muchos dicen que tiene -observa Simon Louis Lajeunesse de la Universidad de Montreal-, bastaría con mostrarle películas hetero a un homosexual para cambiar su orientación sexual”.
También saben que la pornografía es más adictiva que el sexo, entre otras cosas porque no es sexo y está en su naturaleza irritar el deseo en lugar de satisfacerlo. Como un cigarrillo, se convierte rápidamente en la única cura para la enfermedad que produce. Todas las adicciones tienen el mismo resultado, incluyendo aislamiento, depresión, irritabilidad y disfunción eréctil. Según Carlo Foresta, jefe de la Sociedad de Andrología y medicina sexual, demasiadas visitas a Youporn conduce al pasillo azul de los viagra-dependientes.
Cindy Gallop sabe exáctamente cómo es un adicto al porno cuando practica el sexo con una persona real: un mal amante. Y su propuesta para salvar al mundo de los malos amantes (y de la depilación brasileña, las acrobacias para el primer plano de cámara y otras convenciones del porno que salpican nuestra vida íntima) se llama Make Love not Porn (Haz el amor y no el porno).
La web propone una reeducación, rehabilitación y reorientación de la vida sexual, a través de la desacreditación de ciertos mitos sexuales, como que el sexo anal es plato de todos los gustos o que el orgasmo múltiple femenino es siempre inmediato, múltiple y ruidoso. El proyecto, aún en beta, recoge comentarios, sugerencias y vídeos de parejas reales practicando sexo con naturalidad y vello púbico. Que en verdad también es porno, pero por una buena causa.
Marta Peirano, en eldiario.es
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