Naciste en Leoz, un pequeño pueblo de la Valdorba, eras el quinto de nueve hermanos. De pequeño fuiste al colegio en Leoz, bueno fuiste cuando llovía, porque si no, había que ir al campo a cuidar las vacas. Ya con 9 años te perdiste en el monte, y todo por no hacer caso a la burrica que se sabía el camino, le quisiste llevar la contraria y al final se hizo de noche y a dormir en la puerta de una borda. Luego vendría la mili, allá por África, que lo único que se sabía que era el peor sitio y estaba muy lejos, allí fuiste, con tu maleta, que todavía te acuerdas de los números para abrirla, como tú dices, fui con poco, pero vine con menos todavía. Pero en medio de todo nunca guardas mal recuerdo de nada.
Luego te fuiste a servir de pastor a Gardaláin, tan bueno eras, que además de la costa le robaste el corazón a la hija de los amos, y eso era mucho decir en aquellos tiempos, en que las casas o eran pobres o muy pobres. Pero la hija del dueño enseguida vio que eras un hombre muy bueno, y en contra de toda opinión decidió que se iba a casar contigo. Eso fue un órdago a la grande y lo ganasteis. Luego, ya casados, fuisteis a Leoz a vivir, con un canasto de platos y perolas como regalo de bodas, eso sí, teníais de huésped a D. Javier, el cura del pueblo, ¡pues ni tan bien!, recién casados y con huésped. ¡Y qué años tan bonitos decías!, la dueña se ocupaba de echar de comer a las gallinas, a los conejos y de atender al cura, y tú de pastor para el pueblo. Con las pesetas que ganabas te ibas comprando ovejas y así hiciste tu propio rebaño. ¡Qué felices éramos y lo poco que teníamos!, nadie echaba en falta nada, la televisión ni existía, y al anochecer os juntabais en casa de cualquiera al lado del fuego, porque calefacción no había, tan solo el calor de los animales que en invierno dormían en los corrales de abajo y así calentaban la casa. El perro guardaba la casa y al menor ladrido salías a la ventana a ver quién andaba
En fiestas no había música como ahora, venía la ronda y se iba por las casas a cantar, porque nadie había ido a aprender música a la escuela, pero siempre había alguien en el pueblo que tocaba la guitarra, ¿cómo sabía? ¡Pues de oído!, solías decir tú, así es como se aprende la música.
Luego ya vinieron los dos hijos y los dos nietos que te quieren con locura y de los cuales disfrutaste durante catorce años. Cuando lloraban de pequeños todos cerrábamos las ventanas para que no molestasen a vecinos y tú las abrías, diciendo que el oír a los críos era alegría, así eras, demasiado bueno, de otra época, como te enseñó la vida, que, como tú decías, es la mejor escuela.
Estas letras son una pequeña muestra de nuestro recuerdo, sigues entre nosotros, en silencio, como las estrellas que salen al anochecer y que, seguro…, las estaremos viendo juntos.
Un fuerte beso y hasta siempre.
Tu familia (en Diario de Noticias)
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