Parece que el diablo metió la cola en la visita papal a Brasil. Al menos para manipular mensajes y cifras que inundaron la prensa mundial. Por lo pronto la enorme concentración del domingo 28 de julio pasado no fue “a maior do mundo” ni tampoco reunió a tres millones de personas. Hace casi veinte años, en 1995, el Papa de entonces juntó en Manila más jóvenes que Francesco ahora. Además, según una consultora de las más consideradas del país, en el terreno ocupado por la multitud el domingo, apenas entrarían un millón de seres, prácticamente apilados unos sobre otros.
En cualquier caso, las masas juveniles que en mayor cantidad congregó en su momento Juan Pablo II dos décadas atrás no sirvieron para torcer el rumbo de colapso de la Iglesia vaticana. Algo que debería tener en cuenta Bergoglio, “obsesionado por el retroceso del catolicismo en el mundo y especialmente en Brasil”, según admitió el periodista religioso que mejor lo conoce (Sergio Rubín) en el balance de su peregrinación tropical.
El macaneo no se limita a los números. La insistencia mediática sobre el carácter “revolucionario” del Papa tampoco deja de ser un verso. Con buen tino, un militante católico del país vecino señaló que a pesar de su verbo supuestamente encendido Francesco no hizo ninguna referencia a las Comunidades Eclesiales de Base (CEB), con los cuales se identifica el catolicismo más progresista y popular en Brasil desde hace mucho tiempo. En contrapartida, todo el “espectáculo” de la visita tuvo la marca de una “liturgia medieval”, según los testimonios de representantes de esas mismas CEB. Una forma apropiada para reforzar el “culto a la personalidad” y no la supuesta “colegialidad” por la cual el Papa abogaría para sacar a la Iglesia del pozo en la cual la hundió la mafia asociada a la curia romana. Los mismos críticos destacaron también que en la alocución de Bergoglio en la favela a la cual fue transportado no hizo ninguna referencia al obispo salvadoreño Romero, asesinado en su momento por la derecha genocida de su país; esto, pese a que un enorme retrato pintado por los fieles de la favela lucía en un gran paredón del local en el cual se encontraba el Papa.
Contra tanto barullo en torno a las palabras de Don Francesco, importa registrar que nunca aludieron tampoco a los problemas que plantean los sectores críticos de la propia Iglesia: ninguna mención a un relajamiento de las posturas ultramontanas sobre el aborto, el matrimonio igualitario, la opresión de la mujer… Más significativo: si algún sector de la juventud efectivamente movilizada en Brasil en el último tiempo esperaba alguna referencia a la protesta popular, la espera terminó en nada. Al revés, en el opaco lenguaje de las homilías Francesco introdujo una mención que criticaba la “protesta violenta” y le oponía el “diálogo constructivo”. La prensa brasilera no dejó de registrar la omisión y tomó nota del carácter “protocolar” de los mensajes del Papa (Folha de Sao Paulo).
“Como la mayoría de quienes lo precedieron, el nuevo Papa es un conservador profundo y no un revolucionario… quienes le demandan mayor esencia de cambio deberían no confundir sus gestos”, indicó el comentarista internacional Marcelo Cantelmi (Clarín, 27/7), admitiendo que alguna novedad de su gestión responde a maniobras inevitables frente a una crisis sin precedentes de la Iglesia “que amenaza vaciarla”. Por eso mismo Bergoglio se ocupó, por sobre todas las cosas de poner límites a cualquier desborde: ni liberalismo de mercado ni marxismo, planteó textualmente en su mensaje al Epsicopado Latinoamericano (Celam); una versión “aggiornada” del ‘ni yanquis ni marxistas’ que el propio Francesco debe haber escuchado en su juventud próxima a la agrupación peronista Guardia de Hierro.
En su alerta contra cualquier “radicalización” frente a la podredumbre del mundo actual (denunció la civilización capitalista que amenaza con el genocidio a los viejos y deja sin futuro a la juventud) Bergoglio no dio puntada sin hilo. Por eso alertó contra “la enfermedad infantil” en que derivó la Teología de la Liberación en el Brasil de los sesenta y los setenta. Fue tan insistente en subrayar su oposición a cualquier “ideologización” de las posiciones de la Iglesia que en su balance final Sergio Rubín se preguntó, mientras el Papa volaba a Roma, que “habrá que ver si esto no provoca una retracción de los sectores más progresistas de la Iglesia o si siguen entusiasmados con el Papa argentino”. Como se ve, parece que la “revolución” del pontífice criollo tiene las patitas bien cortas. Como los piecitos del nieto de Cristina a quien Bergoglio le obsequió unos bonitos escarpines. También nuestra presidenta dio la impresión de que se trataba de un gesto “revolucionario“.
Luego del baño de multitud, Francesco vuelve a Roma, donde le espera una verdadera papa caliente. Uno: qué hacer con un tal monseñor Rica, que como mencionamos en el número anterior de Prensa Obrera, Francesco había nombrado para “limpiar” el Banco del Vaticano y resultó tener un prontuario vinculado al “lobby gay” al que se acusa de los peores crímenes mafiosos en la “Santa Sede”. Dos: mientras Bergoglio estaba en Copacabana, otro cura de relieve, Nunzio Scarano, preso unas semanas antes por maniobras de lavado de dinero en el “Banco de Dios“, declaró a la prensa italiana que espera entregar “secretamente al Sumo Pontífice… un dossier explosivo con todo lo que ha visto y lo que sabe de lo que ocurre en los principales focos infecciosos que padece el Vaticano en sus estructuras financieras”. Amén.
Pablo Rieznik, para Argenpress
Pablo Rieznik, para Argenpress
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