Taylor gana 300 libras a la semana. Tiene dos hijos. Trabaja en el sector servicios y no quiere ni decir su nombre ni el de la empresa por temor a represalias en la frontera. Taylor es un llanito de 67 años que está harto de la escalada del conflicto de España con Reino Unido y Gibraltar. "Nosotros no tenemos problemas. Todo esto es perder el tiempo y atrasar una solución", lamenta.
El hombre resalta que en colonia británica aún no conocen lo que es la crisis económica, que están encantados con los 10.000 trabajadores españoles (más de 6.000 en La Línea de la Concepción) y que si cierra la Verja, serán los linenses los más perjudicados. "Aquí se paga semanalmente y nada de eso que hay tanto en España de 'ya te pagaré'". Taylor cree que la situación ha hecho retroceder al Peñón 50 años atrás. "Si se ha echado hormigón al mar es para proteger la zona". Antes de irse, también critica a los medios de comunicación. "No ofrecen la realidad, luego lo cambian todo. ¿No lo ve usted en las televisiones de España?".
Los comercios de Main Street (también conocida por calle Real) empiezan a cerrar a las 17 horas. Los gibraltareños se tuestan al sol de la playa de Catalan Bay. Muchos también se divierten en Puerto Banús o Puerto Marina de Benalmádena, como una residente en El Peñón de 21 años con una niña de cuatro. "A nosotros nos gusta España y es una pena que ahora haya tantas colas. Esto no beneficia a nadie", cuenta la chica, que trabaja en un colegio de discapacitados. "Esto puede ir a más", avanza. "Si nos podemos llevar bien con los españoles, ¿por qué no nos dejan?".
Indignados con los políticos
Es sábado y se percibe a los judíos en Main Street (en Gibraltar hay unos 700 entre una población de 30.000 habitantes), sobre todo de Cathedral Square. Uno de ellos es un venezolano (tampoco quiere desvelar su nombre) de unos 40 años. Tiene prisa, pero habla un momento con el reportero. Casado con una gibraltareña, lleva cinco años llevando la contabilidad de una multinacional. "Los políticos tienen que dejarnos en paz", relata el venezolano.
Peter Bonifacio, de 85 años, lleva bastón y viste una camisa azul elegante. De ojos color piscina y con bigote fino, hace cuatro meses que se ha quedado viudo (lo delata la corbata negra). Tiene cuatro hijos. Es gibraltareño pata negra, de cuatro generaciones. Sus antepasados llegaron a la Roca procedentes de Génova. Le gusta la copla, la zarzuela, las corridas de toros y la Balompédica Linense. "Aquí siempre ha habido mucha mezcla y nos ha ido muy bien", narra media hora antes de entrar en misa de siete en la Catedral.
Bonifacio llegó a ser funcionario del consulado español y jefe técnico del aeropuerto de Gibraltar. Con ese cargo se jubiló en 1993. Invirtió sus ahorros en un banco del Peñón y le ha quedado una paga de 500 libras al mes. Ahora lee el Gibraltar Chronicle, el periódico de referencia del territorio británico, y se "indigna" ante la propuesta de impuestos que plantea el Ministerio de Asuntos Exteriores español. "¿Que si aquí hay contrabando? Eso es ridículo. Aquí no se mueve droga y al que lo ha hecho se le ha pillado. No tiene escapatoria", cuenta el gibraltareño, sentado en un muro de la verja de la Corte de Gibraltar, frente a una tienda de souvenirs. "Hay que volver al acuerdo tripartito. ¿Cómo se puede confiar en un Gobierno [el de Rajoy] que no firma lo acordado?". "Antes", remata, "salíamos a tomar copas por España y a escuchar flamenco, pero ahora ni yo ni mis hijos quieren salir fuera del Peñón si se mantienen las colas". Quedan cinco minutos para su misa. "Los españoles siempre serán bienvenidos". Termina la conversación cerca de la Catedral.
El Confidencial
No hay comentarios:
Publicar un comentario