miércoles, 14 de agosto de 2013

UNA VUELTA A LA PLAZA


Bajaba yo por los jardines cuando tres mozalbetes me alcanzaron corriendo. ¡Venga, cierzo Solobera!, les oí gritar al tiempo que alguien contestó –venga, m….puñetera! El heladero tafallés salió visiblemente alterado de su establecimiento sin pensar que luego instalarían en su local una farmacia y luego una caja de ahorros y luego una tienda de ropa. Seguí por los porches y me detuve a mirar el escaparate del Mirandés. ¡Qué lujo de escaparate cuando ponían los juguetes antes de Navidad! Los chavales salíamos a la carrera de Escolapios y pegábamos nuestra nariz en el cristal viendo los balones de reglamento, y los patinetes recién traídos. A mí me llamaba la atención de esa tienda que se podía entrar por dos puertas. Ahora es una óptica muy elegante que todavía sigue en manos de la familia.

Continúo por los porches recordando aquel coche de pedales que nunca llegué a tener, porque para cuando Melchor se acordó de mí, el coche ya se me había quedado pequeño. Giro la cabeza a la izquierda. Al principio me había pasado inadvertida una tienda de chucherías que los chavales bautizamos hasta que cerró como “la tiendica nueva”. Allí, en el hueco de un portal una familia se estableció haciendo la competencia “a las mesicas” de las que luego hablaré.

Continúo no sin antes echar un vistazo al Banco Central al que antes debieron llamar Crédito Navarro y al que los chavales llamábamos “Cerdito Navarro” cuya fachada sobria nunca hubiera imaginado que se iba a convertir en una droguería alemana de nombre impronunciable. En la esquina saludo a Carlos el Paje que casualmente entra en su bar. Antes se llamaba el Rincón del Chato, apodo de Ernesto Vélez, uno de los barman más elegantes que ha tenido Tafalla, quien lo regentó después de haberse trasladado de un local que tenía en los bajos del Ayuntamiento.

Tras pasar por la farmacia de Castiella en donde don Juan José nos vendía las pastillas juanolas me fijo en el escaparate de Los Zamoranos en el que Esteban y sus hermanas nos surtían de pantalones de fiestas cada 12 de agosto y su madre nos cobraba detrás de un minúsculo mostrador. A esta tienda también se entra por dos puertas y creo que antiguamente era regentada por un miembro de la familia Albéniz, impresores de pro. El olor a los bollos de leche me hace entrar en la lechería de los Ruiz en donde vendían la leche Copeleche y los yogures Kaiku. Hoy la Rosita vende puntualmente periódicos y revistas. Un poco más adelante entro en el bar Zapata, local en donde aprendí a jugar a las máquinas con el flipper. Después pusieron un futbolín y unas mesas de mármol antiguas que para sí las quisieran ahora los bares de postín. Allí olía a porro e intelectualidad, a anarquía y bocata de salchichas. Más adelante me fijé en el escaparate de Casals donde Julio, año tras año ha transmitido su buen hacer coleccionista y amante de las cosas de nuestra ciudad. Este día lo había dedicado al cine antiguo, su gran pasión. Antes fue sastrería y también la tienda de Macho.

Una vez pasado el Ayuntamiento me detuve en el escaparate de Aspilche. Bueno, de Aspilche, no, que hace un montón de años que es la Mercería Goñi. Recuerdo cómo mi madre, como yo era muy recadista, me mandaba a Aspilche a por botones de camisas y la Rosarito me sacaba aquellas cajas color crema con un botón de muestra en el exterior. También recuerdo a su padre regando las macetas que adornaban los porches. Con pesar y emoción el último día del mes de junio la tienda echó definitivamente la persiana. Continúo en la Leonor donde la bisutería fina hacía sombra al imponente escaparate de mármol negro de la Joyería Alforja con esos collares de perlas, los anillos y relojes, los barómetros y las gafas daban consistencia y empaque a nuestra plaza centenaria. Sigo por la perfumería Sánchez que se unía por una puerta a la farmacia del mismo nombre en donde doña Ricarda era quien te atendía con esmero. Doña Ricarda fue profesora de Ciencias Naturales en Escolapios. Quizás hoy no hubiera entendido lo que se habla entre las paredes del establecimiento (permanencia, megapíxeles, portabilidad, smarphone….). Enfrente la Caty, la Julia, Paco y la Antonia, las mesicas en donde las pasticas de coco, las pipas Facundo y las cebollicas en vinagre hacían las delicias de la chavalería. Recuerdo a la Caty bajando con su carro por la cuesta del Colaino. Luego se modernizaron poniendo fijos los actuales carricos.

Mis últimos noventa grados de plaza los doy mirando al escaparate de La Gloria. Recuerdo la primitiva pastelería, mucho más pequeña y los helados de limón y mantecado, los cortes de nata y los polos de limón, naranja y leche. Y las pastas, y los pasteles rusos, los relámpagos…..en fin, que del regusto estoy empezando a tener sed y me voy a tomar una caña en el Bar Túbal, en donde Demetrio servía con elegancia y simpatía el Nik de limón al que a veces me invitaba mi padre antes de comer los domingos. Antes era el Bar Ozcáriz, pero yo no lo conocí. Al lado del bar se subía al restaurante en donde la mayoría de los tafalleses desde hace 50 años han celebrado bodas y comuniones y donde Achen y su familia han triunfado en el mundo de la restauración. Llego al final de la plaza en donde el Bar Las Torres pone su broche final. O quizás esté viendo el Bazar Aramayo, donde colgaban muñecas y triciclos del techo y camiones de juguete adornaban el escaparate. Allí compraron a mi hermano mayor un coche aarillo que yo no heredé por problemas de chapa y pintura. A la Perfe le costó venderlo pero al final convenció a mi padre. En fin, que ya he acabado la vuelta a la plaza. Otro día saldré de los porches y contaré historias de la plaza propiamente dicha. Felices fiestas a todos y todas.

Atxu Ayerra, en La Voz de la Merindad

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