La escritora Isabel Goig Soler (Jaén, 1951) presenta estos días su nueva
novela, La Vara de la Libertad, que
tiene mucho que ver con nuestra merindad y la desaparición en 1936 del alcalde
de Pitillas Antonio Cabrero Santamaría y del maestro de Fitero Valentín
Llorente Benito, fusilados en la sierra soriana de la Alcarama por su filiación
republicana y cuyos cuerpos todavía no se han recuperado pese al denodado
esfuerzo realizado hasta fechas recientes por sus familiares, que hace tres
años levantaron en ese lugar un monolito en su memoria.
Dentro de la historia cruel de los desaparecidos en las cunetas a los que
todavía hoy no se ha dado oficialmente sepultura, la de Isabel Goig penetra en
la psicología de unos protagonistas perseguidos durante más de mes y medio por
un paraje rural abrupto, a la vez que hila el contexto histórico de localidades
en las que aquella cacería al hombre tendrá repercusión en sus familias;
Pitillas o Tafalla, las más cercanas a nosotros.
La aurora ha novelado la raíz y los efectos de una terrible historia que ha
quedado fraguada en una narración verosímil, homenaje a la memoria de aquellos
injustamente perseguidos a los que les arrebataron hasta el descanso en
camposanto y consecuencia de un sufrimiento que, en la actualidad, se irradió a
unos descendientes diseminados tras la tragedia por Navarra, Huesca, la Rioja o
Francia.
“Parte de ese padecer que todavía
perdura podría haberse aliviado hace ya muchos años con sólo poner los medios
para que los restos de tantas personas muertas en las cunetas fueran entregados
a sus familiares. La falta de empatía, la carencia de conciencia, hace que esto
sea, a día de hoy, una quimera”,
precisa la escritora que tiene en su haber más de una veintena de libros de
diferente temática.
Quizá lo más complicado para la autora ha sido combinar el rigor histórico
del estallido del golpe de estado en el verano de 1936 y sus antecedentes, con
la creación literaria de los personajes. Goig explica que “aunque en la novela aparece seguido, el trabajo no ha sido así. Fue en
la parte de la sierra, ese mes y medio, donde me encontré más a gusto
escribiendo. Todo es necesariamente ficción, nadie sabe cómo transcurrió, ni de
qué hablaban, ni por dónde se movían, salvo pinceladas aportadas por una
pastorcilla que les dejaba comida casi a escondidas, o por los descendientes de
los pastores que les ayudaron. Este fue el primer trabajo que hice, muy a gusto
porque todo era pura narración. Para la ficción psicológica he tenido que
ponerme en lugar de ellos, qué sentiría yo, cómo lo viviría. La parte histórica
de los hechos fue más ardua”.
La portada y la contraportada de la obra son un guiño al pasado y a los
efectos incontrolables que tuvo en el futuro. La autora precisa que la casa de
muros blanqueados que aparece en la fotografía es la que fue domicilio en
Pitillas del exalcalde que tuvo que huir por distinguirse en la defensa del
comunal y reparto de tierras de cultivo entre los vecinos más necesitados. “De ahí salió el pitillés para la sierra de
la Alcarama. Y el niño que está en la puerta es Omar Cabrero, bisnieto del
asesinado. Su abuelo Valentín, hijo de Antonio, vio desaparecer a su padre
hacia la muerte en esa misma posición y desde ese mismo lugar. Es un homenaje
más”, manifiesta la autora.
En cuanto al documento manuscrito que reproduce la contraportada, Isabel
Goig revela que también tiene un fuerte significado porque “es la respuesta del cura de San Pedro
Manrique (Soria) a la carta enviada por Juliana, la mujer del fusilado,
preguntándole por el paradero de los restos de su marido” y en la que el
sacerdote se desentiende.
La historia de La Vara de la Libertad,
título que hace alusión a una jota que cantaban en Pitillas en honor del
alcalde socialista asesinado, llegó a manos de Isabel por su pertenencia a la
dirección de la Asociación para la Memoria Histórica de Soria, territorio al
que desde 1979 está sujeta la escritora y periodista. Además de la sierra
soriana, el relato salta a otros espacios que la autora visitó antes para
documentarse: “He viajado a Pitillas,
Fitero, Igea, Cornago y Ponzano para poder situar geográficamente la narración.
Es algo que siempre hago. Sobre el conflicto de la zona de Pitillas he recibido
la ayuda de un nieto de Antonio Cabrero. De los otros, hablando con las
personas mayores de esos pueblos. Por otro lado, el tema de la Guerra Civil me
ha interesado siempre y he leído mucho sobre ella, además de ver películas y
documentales”.
En cuanto a cómo cree que será recibido su trabajo, la escritora opina que “supongo que en algunos ámbitos bien y en
otros muy mal. Pero he de decir que jamás pienso en eso cuando escribo, lo hago
para mí. Es imposible gustar o interesar a todos por lo que trato de ser fiel a
mí misma. Mi primera intención era escribir la narración inspirada, sólo inspirada,
en aquellos hechos, pero finalmente es, en una parte importante, biográfica. He
dudado muchas veces, pero finalmente estoy contenta con el resultado. Si los
restos no se recuperan, esta novela-biografía será el homenaje final. Es mi
particular aportación para que aquella barbaridad no se olvide”.
Luis Miguel Escudero, en La Voz de la Merindad
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