Fue a muy temprana edad, todavía no era más que un niño, cuando Juan Navarro se sintió atraído por la jota. Él mismo contaba que la afición le entró una mañana de ferias, escuchando a Raimundo Lanas sus primeras jotas por el altavoz de una churrería instalada en el Portal del Río.
Entonces aprendió aquellas jotas que hablaban de yedras, corazones, cardelinas, noches laguneras, etc, que luego Juan repetiría mientras le daba a la rueda en la cordelería de Galo López, con quien aprendió también a "entrar a la guitarra".
Después de su trabajo en el vivero, ejercitaría su voz, cantando las jotas entre golpe y golpe de azadón. Pero Juan Navarro no se había de conformar con ser un simple imitador de Lanas, todo lo contrario: Juan había de crear sus propios estilos y componer sus letras de jota.
Las primeras jotas irían dedicadas a la dueña de su corazón: Elvira, guapa moza, ¡vive Dios!, de la que Juan se había enamorado.
Una tórtola te traigo
que del nido la cogí.
Su madre llora por ella
como yo lloro por tí.
Y nuestro jotero comenzó a soñar cosas imposibles: "Que la nieve ardía, que el fuego se helaba, y que ella la quería". Mas esto último no resultó imposible, sino todo lo contrario: Elvira le correspondía. Y a pesar de que Juan no tenía mulas, ni cebada para echarles, ni tierras que cultivar, sí que le quisieron sus padres, pues además de buen jotero, era Navarro sincero, trabajador y formal.
Elvira y Juan se casaron. Pronto llegaron los hijos y la vida de Navarro quedó dedicada a sus tres amores: su familia, el trabajo y la jota.
Navarro, como jotero, fue muy popular. No había en Tafalla acontecimiento cultural o artístico para el que no fuera requerido para cantar. También cantó en otros muchos pueblos de Navarra y en Pamplona, en los concursos de "Los Amigos del Arte", entidad musical a la que Juan se hallaba muy vinculado, ganando infinidad de premios y diplomas. Sus jotas también se escucharon en otras regiones de España y en otros países de Hispanoamérica, a través de los discos que grabó.
Todo eran triunfos y parabienes, pero entre tanta miel también se deslizó alguna hiel...
Ocurrió en Caparroso. Eran fiestas y había un concurso de jotas. Juan, que entonces se encontraba en su mejor momento, resultó el jotero más aplaudido por el público. El mejor. Sin embargo, fue desposeído del premio porque el jurado estimó que Navarro era profesional.
Eso me lo podían haber dicho antes de cantar -protestó Juan con toda la razón-.
Pero de nada valieron sus protestas. Tuvo que regresar a su casa, enfadado y sin premio.
Pero ¿fue Navarro profesional de la jota? ¿Llegó a ganar dinero?
Algo sí que gané -respondería Juan a esta pregunta-. Y lo gané en el momento que más lo necesitaba.
Y aquí surge una de las anécdotas más bonitas de la vida de nuestro jotero.
Un día le dijo Elvira:
Oye, Juan, yo ya no puedo trabajar tanto...necesito lavadora.
Vete a la tienda y compras la que más te guste -respondió Navarro-.
¿Y cómo la vamos a pagar?
Tú no te preocupes. Pagar es cosa mía.
Al día siguiente comenzaban las fiestas en Murillo el Fruto. Juan pidió permiso a sus encargado del vivero, se preparó la ropa blanca y el pañuelico en un hatillo y se fue pedaleando en la bicicleta hasta Murillo.
Se presentó en el Casino y allí les cantó La tudelana: aquello fue el delirio. Le obligaron a repetir aquella jota y otras de su repertorio y no le dejaron marcharse. Se quedó el día siguiente que era domingo y volvió a cosechar otro triunfo similar al del día anterior. Juan, en esta ocasión, demostró su profesionalidad y ganó el dinero suficiente para pagar la lavadora; y todavía le sobró.
Mas los años transcurrían; el tiempo pasó rápido y la estrella comenzó, poco a poco, a perder brillo. Todavía quedaban días felices, actuaciones triunfales con el grupo Los Macanudos, homenajes como el que le tributaron en Caparroso en desagravio por el premio que le habían birlado años atrás. También Tafalla, su pueblo, le homenajeó en el teatro Gorriti, donde tantas y tantas veces había cantado nuestro campeón. Su última actuación en público fue el festival organizado por Tele-Tafalla en la sala de fiestas La Güesera.
Un mal progresivo se iba apoderando de él y Navarro dejó de cantar.
Ya no canta Juan Navarro
enmudeció aquel jilguero,
ya no se escuchan sus jotas
por los campos del vivero.
Hasta que un aciago día dejara también a su gran amor. A la razón de su existencia: su familia, Elvira y sus hijos....Se nos fue. Se marchó hacia lo eterno. Su alma de artista voló al cielo donde le estaba esperando Raimundo Lanas, aquel que tantos años atrás le enseñara en la churrería a cantar sus primeras jotas. Y ambos, ruiseñor y jilguero, cantan a dúo la jota que nunca cesa:
Juan ya no está con nosotros
que ahora canta en el cielo
y una rondalla de ángeles
acompaña al jotero
Juan Carlos Lorente Martinena (en la revista Tilín-Tilón)
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