Hoy en el pleno del Parlamento Foral tocaba hablar lo justo y recoger lo que ofrecían. Que menos es nada. Cuatro municipios navarros tendrán la oportunidad de incorporarse a la zona mixta tras la primera y parcialísima modificación de la Ley del Vascuence en 24 años. En la práctica serán Aranguren, Galar y poco más, porque sabemos que la mayoría municipal de Noáin se expresará en contra del cambio. Y lo de Belascoáin-Beraskoain, donde vive un centenar de personas, no se entiende muy bien a qué viene, aunque sea de celebrar, porque no parece que exista allí una magnitud de demanda superior a la que pueda haber en Legarda, en Artazu, en Obanos, en Zirauki….Más bien parece un rocambolesco antojo socialista para hacer suavizar su negativa a facilitar la inclusión de Beriáin.
La aparente soledad en la que ha quedado UPN no es más que el resultado de una pose, de una escenificación políticamente oportuna para PSN y CDN, que al tiempo que exhibían una brizna de diferenciación respecto al ejecutivo, han aprovechado para meter en el mismo saco del maximalismo a UPN y NaBai. Es decir que levantar el principio contrario a las fronteras lingüísticas y a la discriminación ciudadana dentro de un mismo país, es maximalismo. Ellos marcan el terreno y deciden quién es el que queda fuera de juego; así de sencillo.
También es, al parecer, maximalismo, proponer como opción transaccional, la revisión de los límites establecidos por la zonificación realizada en 1986. Porque de entonces a ahora ha habido cambios evidenciables comprobando los datos sucesivos de los padrones municipales que demuestran que como pauta general ha aumentado en muchas zonas intermedias el grado de conocimiento del euskera, y que según los baremos utilizados entonces, habría localidades y valles, como Agoitz, Etxauri, o Salazar-Zaraitzu, que deberían estar en la zona vascófona, y otras muchas, como Tafalla o la Valdorba, o Artajona y Mendigorría, donde andan luchando por el modelo D, por citar sólo casos de la Zona Media, a las que correspondería estar en la mixta. Es decir que tan maximalista les parece oponerse a la zonificación como reivindicar la actualización de un mapa desfasado según los mismos criterios que entonces se consideraron.
Sin embargo, Roberto Jiménez se ha despachado declarando que ellos quieren permitir sin imponer. Ellos sabrán qué tipo de permisividad es esa cuando han dejado claro reiteradamente que ésta será la última reforma de la Ley, con desprecio de la voluntad de los navarros expresada en las encuestas sociolingüísticas, y con desprecio al más elemental criterio de respeto a la libre voluntariedad. Y con desprecio también a las recomendaciones del consejo de expertos del Consejo de Europa.
Porque en definitiva, el PSN, que no ha reformulado su política lingüística en muchos años, comparte en lo esencial, los mismos prejuicios que la derecha tiene sobre el euskera. Prejuicios que les lleva a considerar la cuestión con criterios político-ideológicos y no culturales, precisamente porque ven en el euskera, en la misma línea tantas veces expresada por Del Burgo o por Ollarra, el caballo de Troya cuyo avance puede generar transformaciones políticas. Por eso no quiere el PSN el euskera en Beriáin, porque quieren preservar su coto. La misma línea reactiva. Y si hay que cambiar algo, como hoy, que sea para no que cambie nada.
La misma visión del euskera como una lengua primitiva, rural, antítesis del progreso económico y social, incapaz de evolucionar y de competir. Y como lo ven así, ponen todos los medios para que efectivamente sea así. Por eso se opone UPN, en nombre de los dialectos navarros que ellos nunca han favorecido a conceder al euskera el derecho al mismo proceso de codificación y estandarización que en su día tuvieron el castellano y todos los idiomas de prestigio.
Hay, por supuesto, graves errores históricos cometidos desde las posiciones del nacionalismo vasco, al margen de la actividad de ETA, la mayor rémora de todas, que han minado el prestigio social del euskera en Navarra. Pero el elemento básico de obstaculización de su desarrollo es esa coincidencia básica entre la derecha y el socialismo oficial que comparten la tesis, aunque cada uno la exprese con distinta letra, según la cual, el fortalecimiento del euskera es un objetivo nacionalista, y por el hecho de serlo hay que combatirlo; y si no se le puede hacer retroceder, al menos que no avance más. Es triste, pero hoy por hoy es lo que hay.
Praxku
La aparente soledad en la que ha quedado UPN no es más que el resultado de una pose, de una escenificación políticamente oportuna para PSN y CDN, que al tiempo que exhibían una brizna de diferenciación respecto al ejecutivo, han aprovechado para meter en el mismo saco del maximalismo a UPN y NaBai. Es decir que levantar el principio contrario a las fronteras lingüísticas y a la discriminación ciudadana dentro de un mismo país, es maximalismo. Ellos marcan el terreno y deciden quién es el que queda fuera de juego; así de sencillo.
También es, al parecer, maximalismo, proponer como opción transaccional, la revisión de los límites establecidos por la zonificación realizada en 1986. Porque de entonces a ahora ha habido cambios evidenciables comprobando los datos sucesivos de los padrones municipales que demuestran que como pauta general ha aumentado en muchas zonas intermedias el grado de conocimiento del euskera, y que según los baremos utilizados entonces, habría localidades y valles, como Agoitz, Etxauri, o Salazar-Zaraitzu, que deberían estar en la zona vascófona, y otras muchas, como Tafalla o la Valdorba, o Artajona y Mendigorría, donde andan luchando por el modelo D, por citar sólo casos de la Zona Media, a las que correspondería estar en la mixta. Es decir que tan maximalista les parece oponerse a la zonificación como reivindicar la actualización de un mapa desfasado según los mismos criterios que entonces se consideraron.
Sin embargo, Roberto Jiménez se ha despachado declarando que ellos quieren permitir sin imponer. Ellos sabrán qué tipo de permisividad es esa cuando han dejado claro reiteradamente que ésta será la última reforma de la Ley, con desprecio de la voluntad de los navarros expresada en las encuestas sociolingüísticas, y con desprecio al más elemental criterio de respeto a la libre voluntariedad. Y con desprecio también a las recomendaciones del consejo de expertos del Consejo de Europa.
Porque en definitiva, el PSN, que no ha reformulado su política lingüística en muchos años, comparte en lo esencial, los mismos prejuicios que la derecha tiene sobre el euskera. Prejuicios que les lleva a considerar la cuestión con criterios político-ideológicos y no culturales, precisamente porque ven en el euskera, en la misma línea tantas veces expresada por Del Burgo o por Ollarra, el caballo de Troya cuyo avance puede generar transformaciones políticas. Por eso no quiere el PSN el euskera en Beriáin, porque quieren preservar su coto. La misma línea reactiva. Y si hay que cambiar algo, como hoy, que sea para no que cambie nada.
La misma visión del euskera como una lengua primitiva, rural, antítesis del progreso económico y social, incapaz de evolucionar y de competir. Y como lo ven así, ponen todos los medios para que efectivamente sea así. Por eso se opone UPN, en nombre de los dialectos navarros que ellos nunca han favorecido a conceder al euskera el derecho al mismo proceso de codificación y estandarización que en su día tuvieron el castellano y todos los idiomas de prestigio.
Hay, por supuesto, graves errores históricos cometidos desde las posiciones del nacionalismo vasco, al margen de la actividad de ETA, la mayor rémora de todas, que han minado el prestigio social del euskera en Navarra. Pero el elemento básico de obstaculización de su desarrollo es esa coincidencia básica entre la derecha y el socialismo oficial que comparten la tesis, aunque cada uno la exprese con distinta letra, según la cual, el fortalecimiento del euskera es un objetivo nacionalista, y por el hecho de serlo hay que combatirlo; y si no se le puede hacer retroceder, al menos que no avance más. Es triste, pero hoy por hoy es lo que hay.
Praxku
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