Que se pudiera viajar libremente por Colombia fue de lo que más presumió el régimen criminal del uribismo y todos sus epígonos y en torno a ello se generó una campaña mediática con el lema “Colombia es Pasión: vive y viaja por ella”, con el que se anunciaba en tono triunfalista la “recuperación de la seguridad” en todo el territorio nacional, un eufemismo para ocultar la inseguridad que produce la terrible militarización de la vida cotidiana, en campos y ciudades. Hasta tal punto se impuso esta falacia en el imaginario de la gente común y corriente que, en un país con un puñado insignificante de terratenientes, todo el mundo alardea de poder ir a descansar a su finca, para huir del ruido y la miseria de las grandes ciudades.
Junto con esta propaganda mediática de consumo interno, también se pregona que el país es un atractivo para la inversión extranjera, porque se conceden todo tipo de prebendas y garantías a los capitalistas que quieran invertir en este lugar paradisiaco para los negocios, con salarios chinos y con una frontera abierta a la destrucción ambiental, como en el lejano oeste yanqui del siglo XIX. Con esto simplemente se ha querido legitimar la entrega de las riquezas naturales del país a las trasnacionales para que se las lleven sin ningún obstáculo.
La pretendida seguridad que convierte a Colombia en uno de los lugares más atractivos para el capital foráneo ha venido acompañada del incremento de la presencia militar de los Estados Unidos, hasta el punto que nuestro país es el portaviones terrestre más grande e incondicional con el que cuenta el imperialismo en América Latina, si se tiene en cuenta que tropas y asesores de aquel país se encuentran en más de 30 sitios del territorio colombiano.
Y junto con el Plan Colombia, las bases militares, los aviones de guerra , los drones y todo tipo de instrumentos para matar también nos llegaron los Rambos, es decir, los “matones profesionales” Made in USA. La propaganda oficial del régimen se exalta la presencia de militares y mercenarios –¡perdón contratistas! – como imprescindibles para resguardar la seguridad de los colombianos. Y vaya seguridad que nos proporcionan como se evidencia con una serie de hechos que vale la pena recordar.
Violaciones de los marines y pornografía infantil
En el departamento del Tolima, en límites con Cundinamarca, se encuentra el caluroso pueblo de Melgar, localizado a escazas dos horas de Bogotá. A pocos kilómetros de distancia se localiza la base militar de Tolemaida, donde se encuentra un contingente de militares y mercenarios de los Estados Unidos. El 27 de agosto de 2006 dos de estos militares salieron de esa base y se dirigieron a Melgar, obligaron a ingerir licor a una niña de doce años, a la que luego raptaron e introdujeron en un vehículo con placas diplomáticas de los Estados Unidos, la llevaron hasta las instalaciones de la Fuerza Aérea, allí la violaron y la filmaron. Después de consumado ese atroz delito, la niña fue encerrada en el cuarto de uno de los agresores y luego fue sacada de las instalaciones del batallón en la misma camioneta diplomática y tirada en la calle, al frente de la iglesia de Melgar. La madre de la niña se atrevió a denunciar el hecho, por lo cual sufrió amenazas y atropellos que la obligaron a abandonar su casa y a convertirse en otra de las miles de desplazadas que deambulan en la ciudad de Bogotái.
Este no es ningún hecho aislado, puesto que en el año 2006 se denunciaron 26 casos similares en la Comisaria Familiar de Melgar y en el 2007 otros 13 casos. Aparte de violar a las niñas y a las jóvenes del lugar, militares de los Estados Unidos han hecho videos pornográficos que han dado a conocer públicamente. Una de las niñas filmadas, de 16 años de edad, se suicidó poco después de enterarse que aparecía en uno de estos videos pornográficos, que fue grabado por un sargento activo del Ejército de Colombia y un exmilitar de los Estados Unidos que formaba parte del Plan Colombiaii.
Por supuesto, los soldados de los Estados Unidos gozan de inmunidad (es decir, impunidad) de tipo diplomático, lo que impide que siquiera sean demandados en instancias judiciales del país, y sin ningún recato siguen cometiendo crímenes de este tipo, tanto en Colombia como en otros países. No sorprende que uno de los militares estadounidenses le hubiera dicho a la madre de la niña que comentamos en este vergonzoso episodio: “Sí, la violé. ¿Y? ¡Demándeme!… a nosotros no nos pueden hacer nada”iii.
Guardaespaldas de Obama en juerga sexual en Cartagena
Un segundo hecho que produjo algún revuelo mediático aconteció en abril de 2012 en el marco de la Cumbre de las Américas que se realizó en Cartagena. En esa ocasión, una docena de los quinientos guardaespaldas de Barack Obama, se vio involucrada en un hecho típico de imperialismo sexual –un término usado para referirse a los desmanes de los marines yanquis en Filipinas-, en el cual consiguieron a veinte trabajadoras sexuales las llevaron a los aposentos del Hotel Caribe, disfrutaron de una noche de juerga, pero al otro día se negaron a pagar lo que correspondía por el servicio. Este hecho cotidiano en el comportamiento de los militares, mercenarios y agentes secretos que se encuentran en Colombia no se hubiera conocido, si no es porque lo realizaron guardaespaldas de Obama, en el contexto de la Cumbre de las Américas en Cartagena.
A raíz de este acontecimiento, se pudo establecer que en cada una de las giras que realiza Obama o algún funcionario de alto rango del gobierno de los Estados Unidos, el “servicio secreto” se transforma en el “circo secreto” que opera de noche y al cual todo se le permite todo tipo de tropelías en los países a donde lleguen, entre ellas sus intrépidas “conquistas” sexuales, a punta de dólares. Esto es tan evidente y tolerado que el senador Joe Lieberman apuntó, no sin cierta dosis de cinismo, que “si uno de los agentes (Arthur Huntington, de 41 años, casado y con hijos) no hubiera discutido con una de las mujeres sobre cuánto le debía, el mundo no lo habría sabido, pero ahora el mundo lo sabe y por eso la reputación del cuerpo depende de esta investigación”iv.
El revuelo que causo el escándalo mediático intentó ser disimulado por parte de funcionarios de Washington con el argumento que en verdad lo que les preocupaba era que las trabajadoras sexuales de Cartagena hubieran sido utilizadas como señuelo por “enemigos de los Estados Unidos” para tener acceso a información secreta. Afortunadamente, acotó uno de estos personajes, “es irónico que nos sintamos aliviados al comprobar que eran simplemente prostitutas” v, con lo que se demuestra el valor que los funcionarios del imperio le atribuyen a los seres humanos del mundo periférico, todos y todas consideradas como puros sirvientes, en el caso mencionado como sirvientes sexuales.
La DEA en la “Zona Rosa” de Bogotá
La penetración de los organismos militares y de agencias de espionaje de los Estados Unidos alcanza tales niveles, que se ha naturalizado su presencia en nuestra vida cotidiana, como se demuestra con lo acontecido hace pocas semanas en Bogotá, en la denominada “zona rosa”, un sitio de diversión de la clase media y de la “gente bien” de la capital del país. El 20 de junio, un agente de la Agencia Antinarcóticos de los Estados Unidos (DEA) murió luego de subirse a un taxi en donde intentaron someterlo a lo que en la jerga delincuencial de la ciudad se conoce como el “paseo millonario” -una práctica cotidiana que se vive en este país desde hace muchos años y que consiste en robar a los pasajeros- y que no genera ninguna noticia cuando lo sufren anónimos ciudadanos. Pero en este caso el hecho trascendió porque el involucrado era Terry Watson, quien según informes oficiales del propio embajador de los Estados Unidos fue “víctima de un atraco”, cuando se encontraba en una “misión especial”, sobre la que no proporcionó detalles.
Inmediatamente después de conocido el deceso del agente yanqui, el Director de la Policía Nacional ofreció una recompensa de 50 millones de pesos (unos 25 mil dólares) a quien diera información para capturar a los responsables. Y al otro día, Juan Manuel Santos lamentó la muerte del miembro de la DEA –lamento que nunca se ha escuchado cuando se trata de la muerte de un campesino en El Catatumbo, en El Cauca o en cualquiera otra región del país. Como algo raro en este país, con una celeridad pasmosa a las pocas horas del suceso, la policía reportó las primeras capturas y 72 horas después afirmó que se había esclarecido el crimen. Como un muerto del imperio vale más que cualquier muerto de la periferia, y además debe demostrarse quiénes son los que mandan y quiénes son los súbditos, el gobierno de los Estados Unidos ordenó que fueran extraditados a los Estados Unidos los presuntos responsables de la muerte del agente, sin ningún juicio previo en Colombia, a donde seguramente van a ser juzgados y condenados los colombianos a los que se inculpa de ese delito.
Esta exigencia que, entre paréntesis pone de presente nuestro carácter de una neocolonia en la que manda el embajador de los Estados Unidos, como cualquier virrey, indica el grado de dependencia de la mal llamada justicia colombiana, como lo registra sin eufemismos una noticia de prensa, que en otros tiempos no dejaría de causar estupor, por su descaro: “Un gran jurado federal del estado de Virginia acusó a seis ciudadanos colombianos por el secuestro y posterior asesinato de un agente de la DEA en Bogotá el mes pasado durante un intento de robo, informó el Departamento de Justicia de EE.UU”. En la misma noticia se agrega, que, léase bien, Eric Holder, el mismísimo Secretario de Justicia y Fiscal General de los Estados Unidos –no de Colombia donde se cometió el delito- señaló en forma textual: "Estamos dando un paso importante para garantizar que los presuntos responsables de su asesinato sin sentido comparezcan ante la Justicia", la de Estados Unidos, por supuesto que es la única válida para ellos. Para darle el tono de superioridad que no puede faltar en el caso de los Estados Unidos, el Fiscal General remató diciendo que "el agente especial Watson era un valiente servidor público que dedicó su vida a la protección del país que amaba. Era un héroe, en todo el sentido de la palabra, al que nos han arrebatado demasiado pronto”vi. ¡Que la divina providencia nos libre de este tipo de héroes!
Este hecho confirma la dependencia absoluta del Estado colombiano con respecto al de Estados Unidos, como se evidencia con varios elementos que deben recalcarse: uno, que un delito común y frecuente en Bogotá, en la que diariamente se realizan decenas de “paseos millonarios”, en los que nunca se captura a los responsables, se haya clarificado en una forma tan rápida y la policía –que en forma frecuente está involucrada en ese y otros delitos- haya sido tan efectiva; dos, que la investigación haya sido coordinada en forma directa por la DEA en Bogotá y Washington, como si estuviéramos no en Colombia sino en territorio de los Estados Unidos; tres, que los señalados como responsables del homicidio sean acusados directamente desde los Estados Unidos, se ordene su extradición y el Estado colombiano lo vaya a aceptar y que pronto los entregue en manos de la “justicia yanqui”, en violación flagrante de la legislación vigente, que indica que un delito como el “paseo millonario” debe ser tramitado en el país y los culpables deben pagar su pena acá y no en una cárcel del extranjero. En estas condiciones, es bueno recordar que hasta el momento después de muchos años de haber vuelto a imponer la extradición ningún ciudadano de los Estados Unidos que haya matado colombianos, tanto en suelo de su propio país o en el nuestro, ha sido extraditado a Colombia. Tampoco han sido extraditados los funcionarios de la empresa bananera Chiquita Brands, financiadores y responsables directos del asesinato de miles de colombianos por parte de sus paramilitares y que fueron condenados por una corte federal de los Estados Unidos a pagar una multa de 25 millones de dólares al fisco de ese país, por patrocinar grupos paramilitares. Y tampoco sorprende que en Colombia la Fiscalía los haya exonerado por los mismos delitosvii.
Sobre el suceso reciente del agente de la DEA es importante hacerse una serie de preguntas elementales, que, sin embargo, aquí nunca se formulan por parte de los periodistas de los medios de desinformación masiva: ¿Qué hace un agente de la DEA en Bogotá o en cualquier lugar del país? ¿Cuántos agentes de la DEA hay en todo el territorio colombiano? ¿Cuál es la misión secreta que estaba realizando un individuo de larga trayectoria, que incluso estuvo presente en Afganistán, donde se dice que realizó “tres misiones” con éxito?
Rambo de turismo en la selva
Todo lo antes mencionado nos sirve de contexto para referirnos a un caso que sucede en este momento, sobre el cual la desinformación da la vuelta al mundo. En días recientes se anunció la captura por parte de las Farc de un mercenario de los Estados Unidos, Kevin Scott Sutay, en el sur de Colombia. De manera inmediata, el Embajador de los Estados Unidos, Michael McKinley, sostuvo que este personaje es un ex militar que se “encontraba en el país como turista” cuando fue capturado, a lo que agregó que “es un ciudadano privado que nada tiene que ver con el conflicto”. El mismo Embajador reconoció que Kevin Scott Sutay fue miembro de las fuerzas armadas de los Estados Unidos entre el 2009 y marzo del 2013, y en su “hoja de vida” (o mejor “su hoja de muerte”) se destaca su participación en la guerra de Afganistán, donde se desempeñó como experto explosivistaviii.
En la información que se ha dado a conocer se afirma que, tras su reciente retiro de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos, el exmilitar inició una gira por todo el continente latinoamericano que comenzó en México y continuó por América Central hasta llegar a Colombia, a donde se internó en territorios del sur del país, en una zona selvática del Departamento del Guaviare, un candente teatro de guerra. Si este es el escenario geográfico al que llegó Kevin Scott Sutay, resulta un poco cándido –por decir lo menos- el cuento que circula sobre sus andanzas por Colombia, que citamos en forma directa:
“Comenzó su viaje en México. El 8 de junio estaba en Panamá desde donde tomó un avión a Bogotá. En la capital permaneció dos días y desde allí tomó un bus que lo llevó a San José de Guaviare, en donde se hospedó en el hotel Las Palmas. Equipado con un morral con poca ropa y una cámara fotográfica, se quedó una semana visitando los alrededores de la capital de Guaviare.
Su presencia no pasó desapercibida y a pesar de su escaso español logró hacerse entender por los lugareños. Allí conoció al pastor evangélico Norberto Mendoza quien lo hospedó durante dos días en su vivienda. Sutay le contó que quería viajar hasta algunos de los resguardos indígenas y que planeaba caminar hacia el municipio de El Retorno.
El pastor, así como las autoridades locales, le informaron que esa travesía era extremadamente peligrosa no sólo por las complejidades propias de la selva, sino porque en la zona había presencia de dos frentes de las Farc. El joven le respondió que por haber sido marine estaba entrenado en técnicas de supervivencia y que lo único que necesitaba era un machete, que procedió a comprar en el pueblo.
Los policías del lugar hablaron con él, al igual que el personero, entre otros, para intentar persuadirlo. Todo fue en vano. A lo único que accedió fue a firmar y a poner su huella en un documento en el que consta que fue ampliamente advertido de los riesgos.
En la mañana del 20 de junio se despidió de su amigo el pastor y se tomó algunas fotos, las cuales fueron reveladas en exclusiva el jueves pasado por Semana.com. Unas horas más tarde, cuando caminaba cerca de la vereda Puente Tabla se encontró con la guerrilla y hasta ahí llegó la aventura de este joven e ingenuo exmarine”ix.
Por lo pintoresca y poco verosímil, la noticia merece algunos comentarios. Estamos hablando de una persona con experiencia militar en un escenario como el de Afganistán, que se retiró hace escasos tres meses –según lo dice el Embajador de los Estados Unidos- y no hace décadas y que llega a meterse, cual mansa oveja, a una de las zonas más conflictivas de Colombia y persiste en su actitud de irse selva adentro, a pesar de que un “pastor protestante” y la policía del lugar le advierta del riesgo que corre al proseguir su pretendida aventura. Realmente este cuento solamente lo pueden creer los guionistas de Hollywood, o los periodistas colombianos, que cada vez se diferencian menos. Que se inventen otra película de vaqueros, porque nada cuadra en este cuento tan reforzado.
El asunto es todavía menos creíble si se recuerda que en forma frecuente "El Departamento de Estado recuerda a sus ciudadanos el peligro de viajar a Colombia”. De esta forma se inicia un comunicado del gobierno de Obama en donde se brindan instrucciones a sus ciudadanos si vinieran a este país y se dice que si bien “la embajada no posee información específica y preocupante sobre amenazas en contra de los ciudadanos americanos, recomendamos ser precavidos y estar vigilantes”. En forma concreta, les recomienda a sus connacionales no utilizar buses intermunicipales y no viajar "fuera de áreas urbanas por la noche"x. Si estas advertencias son hechas a ciudadanos comunes y corrientes de los Estados Unidos, es de suponer que en el caso de un ex soldado recientemente retirado del servicio, luego de haber peleado como Rambo en Afganistán, se le redoblan las advertencias. Si eso es elemental, por qué un individuo con tales antecedentes aparece de súbito en una zona de guerra en el sur de Colombia y se introduce en un territorio en donde hay frentes de la insurgencia, como cualquier persona lo sabe.
Como debe descartarse la hipótesis de la ingenuidad, lo que puede concluirse es que este es un acto premeditado de provocación y de infiltración. Por esta razón, lo que allí ha sucedido no puede ser catalogado como un secuestro, como lo repiten como papagayos amaestrados los medios de desinformación de Colombia y el mundo. Tal es la brutalidad mediática que ciertos literatos –que se supone deberían ser personas sensatas, con distancia crítica frente a cualquier hecho- han llegado a decir, como lo hace Juan Gabriel Vásquez, que “las Farc secuestran a un norteamericano y luego dicen que lo van a soltar como gesto de buena voluntad”xi.
En qué país vive un individuo que puede decir tamaña estupidez -la misma que se pregona desde el Ministerio de Defensa y repite la mayor parte de “opinadores” de escritorio-, que no tiene la más mínima idea de lo que es una guerra y lo que representa en estos tiempos de bombardeos aéreos, guiados por satélite, la infiltración de un espía en las filas de la insurgencia. Columnistas como este, que son casi todos los que escriben en la “gran prensa” de este país, con su crasa ignorancia, su mala fe y su analfabetismo político –el peor de todos los analfabetismos como lo afirmó Bertold Brecht- poco aporte le hacen al conocimiento y resolución de los grandes problemas del país –como el de la guerra-, en un momento en que se requiere mesura, en lugar de decir cuanta torpeza sin fundamento se les ocurra.
Al parecer todos estos “ilustrados” comentaristas creen en la leyenda hollywoodense de Rambo, en la que se nos muestra, según la primera película de 1982, a un ex soldado de los Estados Unidos, que viene de una guerra –la de Vietnam- y que deambula pacífica e inocentemente por el mundo y se ve obligado a defenderse por los ultrajes recibidos, que es exactamente el mismo guion que se nos ofrece en este momento en Colombia. En la vida real, e incluso en la historia fílmica, rápidamente esta imagen de Rambo desapareció para dar paso al héroe de los Estados Unidos que enfrenta a malvados y comunistas, y los derrota en forma espectacular, por aquello que siempre ganan los “buenos”.
Todo este asunto sirve para develar que Rambo está en Colombia, pero no desde hace pocas semanas, sino desde hace varias décadas. Y Rambo sí que aplica al pie de la letra el lema uribista: “Colombia es pasión: viaja, mata, tortura y masacra por ella”.
Renán Vega, en Rebelión
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