Puede estallar la guerra de las galaxias, y aquí estaremos dándole vueltas a la Ley del Vascuence. Les apuesto mil a uno a que llega el fin del mundo y nos pilla enfrascados en si ampliar o no la Zona Mixta. Lo que es peor, nuestros políticos seguirán repitiendo la misma nadería argumental que balbuceaban en los años 90.
No es que sobre este problema por nuestro Parlamento no pasen los años; es que no pasan los siglos ni las eras, porque donde sólo se repiten los gestos tribales no transcurre el tiempo y todo está detenido. Al contrario del conocido dicho de Heráclito, en estos asuntos nada fluye. Pero si nada fluye, entonces es que todo va hacia atrás. Aranguren, Belascoain, Galar y Noain (y Beriain) acaban de ganar un derecho para ir contra el tiempo y los derechos.
No hay, pues, cosa más lastimosa que oír a quienes en este punto han hecho votos perpetuos de inmovilidad acusar a los contrarios de inmovilismo. Y tenerse por progresistas los reaccionarios que pretenden recuperar una lengua en lugares donde desapareció hace siglos. Y que algún delfín abertzale reitere ahora las mismas falacias del maestro veinticinco años atrás, como si aquella Ley consagrara navarros de desigual ciudadanía. Y que otros apuesten por “actualizar” la zonificación lingüística, cuando su actualización justa borraría del mapa la actual zona mixta que es de hecho tan poco vascófona como la zona no vascófona. Y que un diputado exclamara “¡ya era hora!” para festejar la decisión parlamentaria, cuando lo probable es que él no se haya tomado minutos a lo largo de todos estos años en reflexionar sobre las condiciones de la justicia lingüística. ¿Y para qué iba a tomársela, si no cree que haya argumentos que puedan contrariar sus puras creencias? Ya que no a pensar, seguro que esos parlamentarios habrán dedicado siquiera una hora escasa a darse una vuelta por esos pueblos de los que al fin han logrado su posible incorporación a la Zona Mixta. Allí no han visto otro vascuence que en los viejos topónimos y en los novedosos rótulos de sus calles, pero son hombres de fe y han creído lo que no han visto. No lo han oído en ningún bar, tienda o frontón, en ningún rincón de ninguno de esos pueblos, pero han creído contra lo que han oído. Eso ya lo sabían antes de recorrerlos, como lo sabía el señor ex-consejero cuando se puso a la tarea y lo sabemos todos. Claro que a lo mejor en esos lugares se habla el euskera en la intimidad y lo disimulan en cuanto salen a comprar el pan.
Lo cierto es que no hemos escuchado entre sus vecinos un clamor de protesta contra una Ley que les privaba de su lengua habitual. Ellos son los primeros en callar, que eso no requiere lengua propia y en boca cerrada no entran moscas.De modo que la mayoría de nuestros políticos hacen como que han creído los resultados tramposos de una encuesta tramposa que animaba a los vecinos a dar respuestas tramposas. Que sea una iniciativa persistente de IU, resulta otro síntoma del desnortamiento de una izquierda convertida al nacionalismo obligatorio. Que haya contado también con el apoyo del PSN viene a confirmar que, si a menudo encienden una vela a Dios y otra al Diablo, no es por razones estratégicas; es porque llevan años confundiendo a Dios con el Diablo. Que lo hagan los nacionalistas, eso es lo que les pide el cuerpo incluso para todo el territorio foral (¡!). Unos y otros, todos se jactan de que a ellos nadie tiene que convencerles de nada, faltaría más. No saben, como ya explicó Camus, que “un hombre a quien no se pueda persuadir es un hombre que da miedo. Vivimos en el terror porque ya no es posible la persuasión”. No se vayan a creer que esta advertencia iba dirigida a terroristas y gentes así. Está pensada para los ciudadanos, y en especial para quienes, al ejercer como políticos profesionales en el espacio público, deben vivir en el mundo de las palabras y las razones. Pero en esta cuestión, a falta de razones de unos y por exceso de miedo de otros, vivimos en el más vergonzante de los silencios.
La noticia precisamente opuesta saltó hace un mes: “Más de 1.600 alumnos cambian el modelo lingüístico por problemas con el euskera” (DN, 25 enero). Más de la mitad de quienes pasaron del modelo A al modelo G, qué casualidad, habitan en la zona mixta de Navarra (y casi la otra mitad de la no vascófona). Me da igual la proporción del total que representa, porque se trata de 1.700 fracasos personales y porque demuestra lo evidente: que la realidad sociolingüística de la zona prohíbe estudiar una lengua que no se habla ni en la familia, ni en la escuela ni en la calle. Pues bien, eso no ha merecido ni un solo comentario público: ni del Gobierno, ni de los grupos políticos ni de grupos sociales. Nadie se ha preguntado cuántos padres más solicitarían el cambio de modelo lingüístico, si se atrevieran; cuántos están sacrificando la salud y el desarrollo de sus hijos a unos sueños injustificables; o cuál es la responsabilidad de bastantes políticos al fomentar este desperdicio de sufrimiento, tiempo y dinero.
¿Fobia hacia el euskera? Fobia a la mentira pública, señor mío.”
Aurelio Arteta. Diario de Navarra 6/3/2010
No es que sobre este problema por nuestro Parlamento no pasen los años; es que no pasan los siglos ni las eras, porque donde sólo se repiten los gestos tribales no transcurre el tiempo y todo está detenido. Al contrario del conocido dicho de Heráclito, en estos asuntos nada fluye. Pero si nada fluye, entonces es que todo va hacia atrás. Aranguren, Belascoain, Galar y Noain (y Beriain) acaban de ganar un derecho para ir contra el tiempo y los derechos.
No hay, pues, cosa más lastimosa que oír a quienes en este punto han hecho votos perpetuos de inmovilidad acusar a los contrarios de inmovilismo. Y tenerse por progresistas los reaccionarios que pretenden recuperar una lengua en lugares donde desapareció hace siglos. Y que algún delfín abertzale reitere ahora las mismas falacias del maestro veinticinco años atrás, como si aquella Ley consagrara navarros de desigual ciudadanía. Y que otros apuesten por “actualizar” la zonificación lingüística, cuando su actualización justa borraría del mapa la actual zona mixta que es de hecho tan poco vascófona como la zona no vascófona. Y que un diputado exclamara “¡ya era hora!” para festejar la decisión parlamentaria, cuando lo probable es que él no se haya tomado minutos a lo largo de todos estos años en reflexionar sobre las condiciones de la justicia lingüística. ¿Y para qué iba a tomársela, si no cree que haya argumentos que puedan contrariar sus puras creencias? Ya que no a pensar, seguro que esos parlamentarios habrán dedicado siquiera una hora escasa a darse una vuelta por esos pueblos de los que al fin han logrado su posible incorporación a la Zona Mixta. Allí no han visto otro vascuence que en los viejos topónimos y en los novedosos rótulos de sus calles, pero son hombres de fe y han creído lo que no han visto. No lo han oído en ningún bar, tienda o frontón, en ningún rincón de ninguno de esos pueblos, pero han creído contra lo que han oído. Eso ya lo sabían antes de recorrerlos, como lo sabía el señor ex-consejero cuando se puso a la tarea y lo sabemos todos. Claro que a lo mejor en esos lugares se habla el euskera en la intimidad y lo disimulan en cuanto salen a comprar el pan.
Lo cierto es que no hemos escuchado entre sus vecinos un clamor de protesta contra una Ley que les privaba de su lengua habitual. Ellos son los primeros en callar, que eso no requiere lengua propia y en boca cerrada no entran moscas.De modo que la mayoría de nuestros políticos hacen como que han creído los resultados tramposos de una encuesta tramposa que animaba a los vecinos a dar respuestas tramposas. Que sea una iniciativa persistente de IU, resulta otro síntoma del desnortamiento de una izquierda convertida al nacionalismo obligatorio. Que haya contado también con el apoyo del PSN viene a confirmar que, si a menudo encienden una vela a Dios y otra al Diablo, no es por razones estratégicas; es porque llevan años confundiendo a Dios con el Diablo. Que lo hagan los nacionalistas, eso es lo que les pide el cuerpo incluso para todo el territorio foral (¡!). Unos y otros, todos se jactan de que a ellos nadie tiene que convencerles de nada, faltaría más. No saben, como ya explicó Camus, que “un hombre a quien no se pueda persuadir es un hombre que da miedo. Vivimos en el terror porque ya no es posible la persuasión”. No se vayan a creer que esta advertencia iba dirigida a terroristas y gentes así. Está pensada para los ciudadanos, y en especial para quienes, al ejercer como políticos profesionales en el espacio público, deben vivir en el mundo de las palabras y las razones. Pero en esta cuestión, a falta de razones de unos y por exceso de miedo de otros, vivimos en el más vergonzante de los silencios.
La noticia precisamente opuesta saltó hace un mes: “Más de 1.600 alumnos cambian el modelo lingüístico por problemas con el euskera” (DN, 25 enero). Más de la mitad de quienes pasaron del modelo A al modelo G, qué casualidad, habitan en la zona mixta de Navarra (y casi la otra mitad de la no vascófona). Me da igual la proporción del total que representa, porque se trata de 1.700 fracasos personales y porque demuestra lo evidente: que la realidad sociolingüística de la zona prohíbe estudiar una lengua que no se habla ni en la familia, ni en la escuela ni en la calle. Pues bien, eso no ha merecido ni un solo comentario público: ni del Gobierno, ni de los grupos políticos ni de grupos sociales. Nadie se ha preguntado cuántos padres más solicitarían el cambio de modelo lingüístico, si se atrevieran; cuántos están sacrificando la salud y el desarrollo de sus hijos a unos sueños injustificables; o cuál es la responsabilidad de bastantes políticos al fomentar este desperdicio de sufrimiento, tiempo y dinero.
¿Fobia hacia el euskera? Fobia a la mentira pública, señor mío.”
Aurelio Arteta. Diario de Navarra 6/3/2010
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