jueves, 25 de marzo de 2010

MUJERES EN GUATEMALA: ROMPIENDO EL SILENCIO

“Me tuvieron secuestrada siete días. Desde la primera noche empezó la tortura, el interrogatorio. Primero me agarraron los soldados, me pusieron boca abajo en el piso, me sostuvieron las piernas abiertas, los brazos y una bota sobre mi cabeza. Luego, imagino que fue el oficial el que me violó primero. Yo era una niña y no entendía muchas de las cosas que estaban sucediendo”.
Treinta y cinco años después de que ocurrieran estos hechos, Sandra García ha decidido romper con su silencio. Procedente de una de las regiones más devastadas por la guerra en Guatemala, Ixcán, ella es el único testimonio que ha hecho público su nombre, de entre los 8 presentados en el país ante el Primer Tribunal de Conciencia contra la Violencia Sexual ocurrida durante el Conflicto Armado Interno.

En este evento histórico un mar de voces femeninas se adueña de la gran sala donde, cubierta por una tela que protege su identidad, cada mujer, una tras otra, relata de manera anónima lo sucedido. En achí, en kakchikel, en q´eqchí, en español. No se ven sus rostros, no se saben sus nombres, pero su dolor debería poder traspasar cualquier barrera, conmover cualquier conciencia.

El Ejército llegó a mi casa, eran varios hombres y me violaron. Me dejaron embarazada y ahora mi hijo pregunta por su padre, quiere saber quien es, pero yo no sé qué responderle. Me siento con miedo, avergonzada por lo que me ha pasado, no solo en aquel tiempo, todavía ahorita, aunque sé que no fui yo la única y que no es culpa de los pueblos, si no del Gobierno, que fue quien permitió que esto pasara.” Le sigue otra voz más aguda, a ratos entrecortada por las lágrimas.

Llegaron los militares y me dijeron que me iban a violar. Por miedo yo grité, pero nadie me escuchó. Mi esposo estaba trabajando y yo estaba sola con mi hijito. Me pegaron hasta tirarme al suelo. Primero me violó uno, después el otro, entre ellos reían y me dejaron sangrando cuando yo apenas tenía un mes de haber dado a luz. Me quedé callada, con todo ese dolor. Tenía mucho miedo pero no pude decir nada, ni siquiera a mi marido, porque amenazaron con matar a toda mi familia si lo hacía.”

Hoy, sin embargo, lejos de enmudecer, otras mujeres como ellas, víctimas y supervivientes a una vez, siguieron hablando durante horas, denunciando, reclamando. No quieren perder su oportunidad, por primera vez en décadas parece que alguien las está escuchando.

Entre 1960 y 1996, tiempo que duró el conflicto bélico en Guatemala, se estima que más de 5000 mujeres fueron abusadas sexualmente, el 80% de las cuales eran indígenas, originarias principalmente de Quiché, Huehuetenango y Las Verapaces, los departamentos donde se registró un mayor número de masacres y operaciones de tierra arrasada. Siguiendo con las estadísticas, el Informe de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico, “Memoria del Silencio”, indica que, si bien también se dieron algunos casos en la guerrilla, en un 89% fue el Ejército, apoyado por el Estado, el principal ente responsable de estos delitos.

Sandino Asturias, Director del Centro de Estudios de Guatemala (CEG) y Perito en Estrategia Militar, explica que estos actos formaron parte de una política de contrainsurgencia integrada nacida de la Guerra Fría, donde la lucha anticomunista y el desarrollo de la doctrina de “Seguridad Nacional” fueron los elementos protagonistas de un proceso en el que, escudándose tras la supuesta existencia de un “enemigo interno al que había que combatir”, el Gobierno guatemalteco, la oligarquía, el Ejército y los Estados Unidos de América aprobaron, planificaron e implementaron en el país, de manera sistemática y premeditada, estrategias de terror para la consecución de sus fines, entre ellas, la agresión sexual.

En un contexto de pugna por el poder y de dominación del otro, añade, la violación fue utilizada como arma de guerra que afectó específicamente a las mujeres y cuyo objetivo fue exterminar cualquier tipo de resistencia, voluntad de transformación u otra forma de oposición protagonizada por las comunidades indígenas mayas en contra del régimen establecido.

Los expertos en temas psicosociales y los distintos estudios e intervenciones realizados con mujeres sobrevivientes, coinciden con esta idea al evidenciar que la violencia sexual revistió múltiples formas, desde la desnudez obligada a la esclavitud sexual, y fue, junto con la desaparición forzada, uno de los métodos de tortura más desestructurantes para las víctimas y su entorno, debido a las graves secuelas físicas y psicológicas que se derivan de ella. Enfermedades de transmisión sexual, esterilidad y otras lesiones, embarazos no deseados, sentimientos permanentes de culpa, miedo, frustración y vergüenza, la estigmatización social.

El fin último de estas acciones – comenta Jeannette Asencio, especialista en relaciones de género – fue paralizar a la población para destruir a un grupo, pues torturando el cuerpo de las mujeres, también se torturaba el cuerpo social, se atacaba a la identidad, a la cultura y a la sociedad de la que éstas formaban parte”.
Alesia Martínez (Periodismo Humano)

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