A la vista de cómo está evolucionando esta legislatura en Navarra, quienes se sienten también vascos en medio de otras varias identidades a las que cada uno nos solemos adscribir en la vida, tienen motivos para el lamento y hasta para el hartazgo.
Y digo esta legislatura porque en sus prolegómenos parecía que iba a ser la del cambio a una normalización de la convivencia y un respeto del pluralismo. Pero no comenzó así y no está siendo así, pues seguimos en las mismas que llevan viciando nuestra vida social desde los años de la llamada Transición.
Sentirse también vasco en Navarra no es como sentirse gallego en Galicia, catalán en Cataluña o vasco en Euskadi, es decir, miembro de una comunidad cultural y lingüística reconocida, valorada, visible y audible en todos los ámbitos, compartida y exhibida hasta con orgullo incluso por los líderes políticos y sociales. Aquí cada vez va siendo más un sinvivir de minorización endémica, invisibilización pública y puesta en cuestión oficial de las propias raíces.
El consenso entre diferentes que posibilitó el nacimiento de la democracia después de la larga dictadura no se dio en nuestra comunidad, y así se elaboró un marco legal llamado Amejoramiento acordado sólo por una parte mayoritaria de los representantes, aún a sabiendas de que no contaba con la aceptación de la otra parte, y sin dar la voz al pueblo.
Los autores de ese marco de 1982 eran por un lado políticos de entornos cercanos al régimen anterior y bien situados desde los albores de la democracia en las plataformas clave, y por otro representantes del mundo de la izquierda que para entonces ya habían abandonado el vasquismo para abrazar el navarrismo.
Quienes quedaban fuera eran miembros de la izquierda abertzale no desligados de lo que ellos mismos llamaban lucha armada, y grupos vinculados al nacionalismo vasco moderado.
En medio de todos ellos estaba la ciudadanía, diversa en su composición, en una convivencia no exenta de conflictos, habituada desde hacía décadas a la denominación vasco-navarra aplicada a numerosas entidades, pero perpleja espectadora del progresivo distanciamiento de ambos términos.
El discurrir de este régimen ha mantenido el statu quo salvo en contadas ocasiones en que ha habido un acercamiento entre lo navarro y lo vasco, abriéndose una esperanza de superación del distanciamiento, siempre frustrada por diversos agentes y poderes fácticos de uno y otro extremo.
En 1983, el fracasado intento de acercamiento fue entre UPN y PNV, para que los regionalistas gobernaran en Navarra sin cambiar su estatus, pero abriendo al euskera la enseñanza, cultura y mass media. En 1988, el acercamiento fue entre PSN y EA, uno de cuyos miembros pasó a dirigir la política lingüística que se derivó de la Ley del Vascuence aprobada en 1986 con los votos del PSN y parte de la derecha. El siguiente, y el más importante de los intentos, fue el Gobierno tripartito de 1995 formado por PSN, CDN y EA sin recurrir al automatismo de la lista más votada gracias al apoyo externo de IU, que continuó el impulso al euskera iniciado en la anterior presidencia de Alli y acordó un órgano común permanente con Euskadi. El último intento de acercamiento entre navarristas y vasquistas ha sido el gobierno del cambio tan necesario para la higiene democrática, que podía haber formado Puras con NaBai, PSN e IU en 2007, y para el que creo sinceramente que la sociedad navarra está más que preparada, pero no así los partidos políticos y menos los poderes fácticos.
Y es que esta democracia en la que vivimos funciona de hecho como una partitocracia, y hace que temas que la sociedad tiene normalizados, en la clase política resulten de hecho irresolubles, como el que nos ocupa.
Los partidos navarristas han pecado en todo este período de autoodio y de falta de inteligencia. De hecho, carecen por completo en su seno de gente ligada a la cultura y lengua vascas, y han perdido a un pujante sector ciudadano. Con lo inteligente que hubiera sido asumir las raíces vascas de Navarra y no dejarlas sólo en manos de sus oponentes. La derecha hasta quizá hubiera conseguido así la mayoría absoluta que por faltarle le tiene desquiciada. Aunque tal vez sea demasiado pedir para una líder que un día llegó aquí atraída por la universidad fundada por Escrivá y que, lejos de inculturarse, se ha distinguido por ningunear nuestra lengua más ancestral, al menos hasta que el terrorismo desaparezca, según una inaceptable decisión partidista.
Los partidos vasquistas tampoco están libres de culpa, pues ya desde 1979 fueron incapaces de hacer valer su peso. La ligazón con la violencia de gran parte de ese mundo durante tantos años, además de inmoral, ha resultado estéril cuando no contraproducente para lo vasco. La formación en 2004 de un bloque vasquista mayoritario nítidamente democrático que aupó a Uxue Barkos, supuso una esperanza que no está garantizado que persista y llegue a ser efectiva en la Navarra real. ¿Y qué decir de los aún ilegalizados? ¿Será que desde la sociedad civil no empujamos lo suficiente a unos y otros, bueyes temosos? Horretan gabiltza.
Juan Pedro Urabayen Mihura (en Diario de Noticias)
Y digo esta legislatura porque en sus prolegómenos parecía que iba a ser la del cambio a una normalización de la convivencia y un respeto del pluralismo. Pero no comenzó así y no está siendo así, pues seguimos en las mismas que llevan viciando nuestra vida social desde los años de la llamada Transición.
Sentirse también vasco en Navarra no es como sentirse gallego en Galicia, catalán en Cataluña o vasco en Euskadi, es decir, miembro de una comunidad cultural y lingüística reconocida, valorada, visible y audible en todos los ámbitos, compartida y exhibida hasta con orgullo incluso por los líderes políticos y sociales. Aquí cada vez va siendo más un sinvivir de minorización endémica, invisibilización pública y puesta en cuestión oficial de las propias raíces.
El consenso entre diferentes que posibilitó el nacimiento de la democracia después de la larga dictadura no se dio en nuestra comunidad, y así se elaboró un marco legal llamado Amejoramiento acordado sólo por una parte mayoritaria de los representantes, aún a sabiendas de que no contaba con la aceptación de la otra parte, y sin dar la voz al pueblo.
Los autores de ese marco de 1982 eran por un lado políticos de entornos cercanos al régimen anterior y bien situados desde los albores de la democracia en las plataformas clave, y por otro representantes del mundo de la izquierda que para entonces ya habían abandonado el vasquismo para abrazar el navarrismo.
Quienes quedaban fuera eran miembros de la izquierda abertzale no desligados de lo que ellos mismos llamaban lucha armada, y grupos vinculados al nacionalismo vasco moderado.
En medio de todos ellos estaba la ciudadanía, diversa en su composición, en una convivencia no exenta de conflictos, habituada desde hacía décadas a la denominación vasco-navarra aplicada a numerosas entidades, pero perpleja espectadora del progresivo distanciamiento de ambos términos.
El discurrir de este régimen ha mantenido el statu quo salvo en contadas ocasiones en que ha habido un acercamiento entre lo navarro y lo vasco, abriéndose una esperanza de superación del distanciamiento, siempre frustrada por diversos agentes y poderes fácticos de uno y otro extremo.
En 1983, el fracasado intento de acercamiento fue entre UPN y PNV, para que los regionalistas gobernaran en Navarra sin cambiar su estatus, pero abriendo al euskera la enseñanza, cultura y mass media. En 1988, el acercamiento fue entre PSN y EA, uno de cuyos miembros pasó a dirigir la política lingüística que se derivó de la Ley del Vascuence aprobada en 1986 con los votos del PSN y parte de la derecha. El siguiente, y el más importante de los intentos, fue el Gobierno tripartito de 1995 formado por PSN, CDN y EA sin recurrir al automatismo de la lista más votada gracias al apoyo externo de IU, que continuó el impulso al euskera iniciado en la anterior presidencia de Alli y acordó un órgano común permanente con Euskadi. El último intento de acercamiento entre navarristas y vasquistas ha sido el gobierno del cambio tan necesario para la higiene democrática, que podía haber formado Puras con NaBai, PSN e IU en 2007, y para el que creo sinceramente que la sociedad navarra está más que preparada, pero no así los partidos políticos y menos los poderes fácticos.
Y es que esta democracia en la que vivimos funciona de hecho como una partitocracia, y hace que temas que la sociedad tiene normalizados, en la clase política resulten de hecho irresolubles, como el que nos ocupa.
Los partidos navarristas han pecado en todo este período de autoodio y de falta de inteligencia. De hecho, carecen por completo en su seno de gente ligada a la cultura y lengua vascas, y han perdido a un pujante sector ciudadano. Con lo inteligente que hubiera sido asumir las raíces vascas de Navarra y no dejarlas sólo en manos de sus oponentes. La derecha hasta quizá hubiera conseguido así la mayoría absoluta que por faltarle le tiene desquiciada. Aunque tal vez sea demasiado pedir para una líder que un día llegó aquí atraída por la universidad fundada por Escrivá y que, lejos de inculturarse, se ha distinguido por ningunear nuestra lengua más ancestral, al menos hasta que el terrorismo desaparezca, según una inaceptable decisión partidista.
Los partidos vasquistas tampoco están libres de culpa, pues ya desde 1979 fueron incapaces de hacer valer su peso. La ligazón con la violencia de gran parte de ese mundo durante tantos años, además de inmoral, ha resultado estéril cuando no contraproducente para lo vasco. La formación en 2004 de un bloque vasquista mayoritario nítidamente democrático que aupó a Uxue Barkos, supuso una esperanza que no está garantizado que persista y llegue a ser efectiva en la Navarra real. ¿Y qué decir de los aún ilegalizados? ¿Será que desde la sociedad civil no empujamos lo suficiente a unos y otros, bueyes temosos? Horretan gabiltza.
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