No tengo ninguna duda de los intereses inconfesables de muchos de los miembros del COI que votaron por Estambul primero y Tokio después. Si hasta humildes federaciones provinciales de modalidades nada glamurosas despiden a veces un sospechoso tufillo, la única forma de entrar en las sedes de las grandes corporaciones deportivas internacionales debe de ser con una buena máscara antigás. A lo mejor es verdad que, simplemente, en la capital japonesa había más posibilidades de negocio que en las otras dos. Por lo demás, thank you señores y señoras del COI. Y no sólo por ese gran momento que fue ver la cara de tontos que se les puso a Ana Botella, Rajoy y al heredero del tinglado cuando Madrid fue eliminada en la primera vuelta. Después de la turrada patriótica que algunos medios nos han dedicado estas últimas semanas, empezaban a dar ganas de emigrar. Quizás acabemos haciéndolo, pero que no sea por unas olimpiadas. Qué alivio, madre mía. A estas alturas casi nadie se acuerda de Atenas 2004. Lejos de activar la economía griega, supuso una auténtica sangría económica en obras inasumibles y elevaron la endémica corrupción del país a niveles estratosféricos. Pocos años después, el país entraba en bancarrota. España no es Grecia. No. Puede ser, simplemente, mucho peor. La clase que nos gobierna ha demostrado sobradamente que nadie puede darle lecciones en combinar de forma letal la falta absoluta de escrúpulos con la total ineptitud en gestión económica. Imagino que las nuevas generaciones de urdangarines y gúrteles, de ratos y bárcenas, calentaban ya motores para, en nombre del espíritu olímpico, caer sobre el presupuesto público en otra borrachera de cazos, sobres y desviaciones presupuestarias que nos hubiera dejado como herencia un paisaje de reyno arenas y circuitos de Navarra a pagar por varias generaciones de habitantes de este Estado. Colegas, de menudo marrón nos hemos librado.
Aingeru Epaltza, en Diario de Noticias
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