Me he sentado a la sombra de un magnolio. Quiero apoyar el cansancio, regarlo con agua fresca y pedir con la mano extendida una mano que sienta como yo. Les confieso que estoy desorientado, en el vacío, suspendido por nada, colgado sobre la nada y sin nada de luz para llevarme a la nada que somos.
Muchos de ustedes ya tienen canas en la sangre y en el alma. Fueron tiempos con hambre, con sopas de algarrobo y castañas, de mondas de patatas, pero sin patatas. Era lujo el avecrem. Dicen que había cartillas para el aceite, el arroz, el pan. Y se ahorraba el aceite, el arroz y el pan para un estraperlo rentable, miserablemente rentable. Pisoteaba entonces un caudillo a la sombra de un palio, de mitras genuflexas, de halagos de generales para salvar las estrellas, los sables, las polainas. Prohibido pensar, hablar, escribir. Que se vayan a Méjico, Argentina, Venezuela los que quieran ser hordas judeomasónicas. Rápido o disparo. Y disparaba. Lo sabe Lorca poeta, de perfil en su Granada de Mulhacén y Veleta, de Cármenes y Alhambras. Reuniones prohibidas porque eran nidos de comunistas ocultos. Prohibido hasta ser Papa Pablo VI porque condenaba fusilamientos al amanecer y tiros de desgracia para siempre. Era España católica y el mundo Belcebú enfrente. Por la gracia de Dios caudillo, porque Dios siempre fue de derechas como Fraga, como López Bravo, como López Rodó divisando Matesas.
Pero los de canas en el alma y condenas en la sangre sabían, por lo menos sabían dónde vivían. Amordazaban la palabra, el pensamiento, las caricia a los pechos hermosos de una hermosa muchacha y duraban sin vivir, sólo duraban porque la vida la habían fusilado un diez y ocho de julio, porque ganada la cruzada y derrotado el ejército enemigo empezaba la plácida existencia de Mayor Oreja, Jaime. Sabían, por lo menos sabían. Agradecían a Franco la nevera, el Seita y una radio que cantaba el cara al sol. Porque todo era dádiva del salvador de la patria asomado a la Plaza de Oriente para aplastar el grito del mundo contra la muerte.
Fue así. Lo cuentan los viejos del pueblo. Cigarrillo colgado entre los labios, con nostalgia de muslos de aquel tiempo, cuando era muy joven la Raquel y guardaba la virginidad hasta el altar. Nunca supo de piel ese viejillo que envidia al chaval de 25 porque lleva un condón en la cartera. No vivieron. Duraron, sólo duraron y les pesa el ayer que nunca será mañana.
Vino la democracia. Brotaron los derechos de las bocas de los muertos. Surgieron hospitales, sanidad universal, pensiones, libertad de expresión, enseñanza gratuita como un derecho al futuro, se pudo amar a quien se quiso amar, ser dependiente era encontrar una mano amiga. Era un derecho el trabajo, la vivienda, el descanso. Se hizo vivencia el tiempo y amor y libertad. Y podía vivir Lorca, Juan Ramón, Jorge Guillen. Amábamos a Neruda y a Ionesco. Existían Sartre y Camus. Era la resurrección de la vida, sin un dios impuesto nostalgia episcopal aparte. Se podía vivir sin durar. Eran coordenadas distintas, muy distintas. Nos fuimos acostumbrando a ser europeos, ciudadanos de un mundo ancho, destituidas las fronteras, con Pirineos de transparencia y cristal para divisar la vida vivida con otros ojos..
Confieso haber vivido. Pero grito mi cansancio. Se me está desmoronando la sangre como si se hubieran podrido sus raíces. Seis millones de personas exiliados de su derecho al trabajo. Un millón setecientas mil familias sin ingresos para llevarse un mendrugo a la boca. Cuatrocientos mil niños que pasan hambre diariamente. Quinientas sesenta casas arrancadas por impago y entregadas a los bancos para que hagan negocio con la intemperie de los niños. Viejos con cuatrocientos euros de pensión en la disyuntiva de la sopa o el termalgín, chavalería que se queda sin futuro porque le han puesto puertas de dinero a la universidad, españolitos de cosecha en Francia, españolitos de camareros con suerte en Alemania, españolitos maleta y portátil para Holanda. Enfermos-mercancía de una sanidad negocio. Pensiones recortadas para que nadie viva por encima de sus posibilidades. Obreros sin derechos porque se los ha apropiado el patrón. Y recetas, y hospitales, y dependientes, y mujeres maltratadas. Les han taponado la voz. Antidisturbios primero, después veremos si el ministerio de Fernández permite el grito de protesta. Gallardón repartiendo calidad de mujeres a sólo las mujeres madre. La niña Fabra disfrutando porque se joden los parados…
Me he sentado a la sombra de un magnolio. Quiero apoyar el cansancio, regarlo con agua fresca y pedir con la mano extendida una mano que sienta como yo. Les confieso que estoy desorientado, en el vacío, suspendido por nada, colgado sobre la nada y sin nada de luz para llevarme a la nada que somos.
Rafael Fernando Navarro, en marpalabra.blogspot.com
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