domingo, 11 de noviembre de 2012

PÁGINAS DE DICASTILLO


Ayer estuve en Dicastillo. Se celebraba un acto de homenaje y reconocimiento a las víctimas de la represión de 1936 que se llevó por delante a 16 vecinos del pueblo y a otros tantos de Miranda, Lodosa y Mendavia, que se sepa. Todos ellos asesinados en el verano de aquel año por haber cometido el delito de pensar diferente y acabado en alguna de las muchas listas previamente redactadas que se manejaron en aquellas fechas.
En el acto hablaron familiares de las víctimas, víctimas ellos mismos, vecinos de esa tierra, y pusieron un nudo en la garganta de los asistentes con el relato elemental de un dolor que tiene difícil cura. Se inauguró un monolito en el cementerio y el párroco pidió perdón por lo sucedido entonces. ¿Alguien más lo ha hecho? No desde luego quienes piden que la laureada franquista vuelva al escudo de Navarra. Cantó con garra Fermín Valencia. Gente pacífica y muy emocionada.
Es rara la semana que no aparezca una noticia de estas en prensa. Hace unos días fueron las fosas de Antxoritz y de Lanz, o las de Cáseda; ayer, el acto de Dicastillo, en esa zona de Navarra donde los asesinatos tuvieron mayor intensidad... Hoy aquí, mañana allí, toda una geografía por devolver a la luz. ¿Por qué ahora, tan tarde? Conviene preguntárselo y conviene señalar también quiénes son los responsables de ese silencio impuesto, de esas dificultades, de esas molestias, de ese limbo, los mismos que quieren recuperar ahora mismo condecoraciones espúreas, otorgadas en fraude de ley, y se niegan a la supresión de símbolos o a efectuar actos de reconocimiento expresos y populares de las víctimas: el partido en el gobierno y sus socios, antiguos y presentes.
Creo que todos hemos oído decir alguna vez la frase "hay que pasar página", cuando se ha hablado de los actos criminales notorios, vergonzosos, cometidos en la retaguardia navarra al tiempo de la Guerra Civil, donde no hubo frente de guerra. Dicen, "hay que pasar página" y se quedan tan panchos. Dicen "página", cuando deberían decir "crimen"; compromete menos. Esa es una forma de amordazar y de no querer escuchar lo que incomoda, no la expresión de una voluntad de vivir el presente a pesar del doloroso pasado. No creo que el dolor ajeno les haya preocupado mucho a los autores de las fechorías y a aquellos de sus descendientes que los tuvieron como dioses.
En todo caso, no estoy en desacuerdo con esa idea de pasar página si se trata de convivir y de vivir plantando cara a un presente comprometido como es el nuestro, pero, primero, las páginas famosas del pasado hay que escribirlas y hay que leerlas. Escribirlas y leerlas. Despacio. Por deber de justicia.
Como digo, esas páginas hay que escribirlas, y eso es lo que creo que han hecho los de Dicastillo y los de otros lugares que todavía no han tenido la suerte de contar con un homenaje municipal de reconocimiento como el de allí organizado con rasmia. Hay demasiada gente que sigue buscada por sus familiares..., con que fuera uno, serían multitud.
Durante muchos años no ha habido posibilidad de recordar siquiera a las víctimas de manera abierta, franca, pública. Casi todo ha sido medio clandestino, marginal, como si las víctimas y sus familiares fueran culpables de algo, de ser víctimas. Un abuso. Por eso, cada página que se escribe y que se lee en público es una página que no puede negarse, que ahí queda, que no se pasa en balde.
Lo que no vale es obligar a nadie a pasar páginas sin querer saber lo que en ellas está escrito o, lo que es peor, obligando a dejarlas en blanco para siempre y a que los interesados no puedan ni leerlas, que es lo que aquí ha pasado durante demasiados años. Ni escribir ni dejar escribir, ni leer ni dejar hacerlo. Silencio. Un silencio ominoso que, al final, ha sido vencido por el coraje de las familias de las víctimas y de quienes les han ayudado en las peores condiciones posibles. Esa es gente que ha estado muy sola.
Nadie puede en conciencia acusar a las víctimas de aquel atropello criminal de ser vengativas, guerracivilistas o de moverse por el rencor. Esa es maña de poderoso. Es un abuso pretender que las víctimas, y los familiares de los asesinados lo son, callen para siempre, que se lleven sus pequeñas historias y sus secretos a la tumba, que se les haga callar como si fueran protagonistas de algo vergonzoso, como si su recuerdo fuera molesto, que lo es, claro, para algunos lo es. Les recuerda demasiado lo sucedido y prefiero pensar que no quieren que vuelva a suceder. Vamos a ver, ¿alguien se ha preguntado de verdad por la vida de los huérfanos y las viudas de los asesinados?
Es un acto de justicia escuchar las voces de las víctimas y prestarles toda la ayuda necesaria para la recuperación de los suyos y el reconocimiento oficial de lo sucedido.
Escribir esas páginas que hay que pasar, leerlas, es un acto de estricta justicia, casi el único posible que queda, porque no han dejado otros; como también lo es el restituir el buen nombre o el nombre a secas de las personas que fueron asesinadas por ser quienes eran, por pensar de manera distinta, por intentar cambiar a su modo un estado de cosas injusto. No es mucho pedir, la verdad.
Habrá, no lo dudo, un deber de convivencia, pero también hay otro de memoria que va aparejado a la necesidad de justicia. Ya que no se ha podido llevar a nadie ante los tribunales, al menos que quede constancia de que las víctimas han sido por fin recordadas de manera honorable como lo que fueron, gente que luchó por un ideal y a la que le fue arrebatada la vida, y sus familias, a las que ensombrecieron la vida.
No hace falta mucha buena voluntad ni un excesivo espíritu de justicia para darse cuenta de que ese no querer leer otra historia que la manipulada, ha sido particularmente doloroso para las familias de los asesinados, víctimas también ellas de una represión indiscriminada que sus autores, con o sin uniforme, pero que no pensaban más que en matar, llamaron escarmiento. Había que darles un escarmiento... quieren perpetuar el escarmiento.
Lo malo es que las páginas siguen abiertas y así seguirán mientras haya quien no quiera leerlas; mientras haya quien no deje escribirlas en paz; mientras haya gente tirada en las cunetas de Navarra con el nombre perdido, mientras siga habiendo familiares que desean saber dónde están los suyos.
Miguel Sánchez-Ostiz, en Diario de Noticias

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