El lunes, minutos antes de la comparecencia en la que terminaría
apostando por gobernar en solitario, la Ejecutiva del PNV reunida en
Sabin Etxea aún bullía de ideas para buscar la gobernabilidad de la CAV
en un Parlamento tan fragmentado. Tras varias jornadas escuchando las
declaraciones de EH Bildu y PSE, que subrayaban las divergencias que
separarían a sus partidos del programa jeltzale, la formación de Iñigo
Urkullu concluyó que, al menos por el momento, no sería posible gobernar
en coalición. Pero la reflexión del EBB en esa tarde del lunes no murió
en ese punto, sino que terminó fluyendo hacia un último intento de
sumar con el resto de fuerzas: la Ejecutiva llegó a barajar un gobierno
de concentración con EH Bildu, PSE y PP.
Según ha podido saber este diario, la reflexión, inspirada en
la necesidad de sumar en tiempos de crisis, estuvo sobre la mesa del EBB
y fue debatida por los jeltzales antes de decantarse por la gestión en
solitario. El gobierno de concentración contaba con la virtud de que, al
ser planteado como un conglomerado de partidos, las formaciones podrían
haber vencido con mayor facilidad el vértigo que podría despertar en
ellas ser el único socio del PNV. Labrar una alianza tan estrecha sin
otras fuerzas de por medio podría resultar impensable para EH Bildu como
adversario político de los jeltzales, o para el PSE, tras una
legislatura de enfrentamiento. La idea del Ejecutivo de concentración se
presentaba, así, como un último recurso ante la imposibilidad de una
coalición.
Sin embargo, según las fuentes consultadas, las más recientes
declaraciones del resto de los partidos, que se colocaron
automáticamente en la oposición antes de finalizar las conversaciones, y
que subieron el tono de sus críticas hacia el PNV, terminaron
disuadiendo al EBB, que finalmente optó por enterrar la propuesta. No
llegó a ser planteada a los partidos al entender que no iba a ser bien
acogida. Minutos después, los jeltzales se decantaron en público por
gobernar en solitario.
El PNV hizo pública su decisión de gestionar en solitario ante
la imposibilidad de forjar una entente con EH Bildu o con el PSE, los
únicos con los que sumaría la mayoría absoluta necesaria para gobernar
la CAV sin sobresaltos. Los jeltzales argumentaron su posición en que la
coalición habría planteado un cambio de modelo "radical", y en que la
forma de gobernar de los socialistas poco tendría que ver con el
proyecto del PNV. Los dos aludidos, sin embargo, acusaron al PNV de
acudir a las reuniones sin voluntad de acuerdo, y con la decisión de
gobernar sin ataduras tomada de antemano.
Nada
más obtener el triunfo en las elecciones del 21 de octubre, el PNV
abrió una ronda de contactos con los partidos para explorar acuerdos que
garantizaran la gobernabilidad de la CAV en un Parlamento tan dividido
entre las cuatro familias políticas vascas. Todas las opciones
permanecían abiertas, desde gobernar en solitario con pactos puntuales
hasta conformar un Ejecutivo de coalición. Aunque esa fórmula encerrara
más de un obstáculo, el partido de Sabin Etxea trató de mantener viva la
expectativa, y planteó al resto de formaciones unos principios básicos
lo suficientemente abiertos como para suscitar un consenso amplio.
Esa generalidad terminó convirtiéndose en un arma de doble
filo, ya que tanto EH Bildu como PSE coincidieron en interpretar esa
amplitud de criterios como reflejo de la nula disposición de los
jeltzales a forjar pactos en profundidad. En un momento de crisis en el
que ningún partido quiere presentarse como el dinamitador de los
acuerdos, ese factor, unido a la alianza presupuestaria propuesta por el
PNV, sirvió al resto de partidos para desplazar el peso a Sabin Etxea y
defender que los jeltzales solo buscaban aprobar sus cuentas a toda
costa, y hacerlo desde un gobierno en solitario que habrían decidido
conformar incluso antes de las elecciones.
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