La furia de algunos conversos no es solamente implacable, como dicen las leyendas, sino que además tiene como fruto lógico el de la incongruencia de los razonamientos. Aquel que cambia de bando y no hace el mínimo examen de conciencia, está abocado a una eterna carrera hacia delante, que deja atrás las afirmaciones de su pasado con la celeridad del que huye de sí mismo. Es como una especie de condenación en vida. Este es lo que parece que le ocurre a Emilio Guevara en su artículo del El País (4-9) El nacionalismo es así.
El hombre no tiene una única filiación o identidad, sino múltiples, y el nacionalismo le impide elegir libremente la que considera más importante para él y le fuerza a adoptar una única filiación, un singular y no plural sentido de pertenencia que coincida con ese arquetipo de buen ciudadano.
Hay aquí un evidente embrollo entre la opción humana por “elegir libremente” la filiación o identidad “que considera más importante” y la supuesta coacción que obliga a “adoptar una única filiación”. ¿Qué es lo que impide el nacionalismo? ¿Elegir la identidad más importante para cada persona? ¿O elegir filiaciones múltiples? Y es que la pluralidad de filiaciones e identidades no significa que el hombre, por instinto natural, no elija al final “la que considera más importante”. Me acuerdo de una viejecita que ante las elecciones del 13 de mayo del 2001 me razonaba esta cuestión de la manera siguiente: “yo me considero española, pero primero soy vasca, por eso voy a votar a Ibarretxe”. La elección absoluta entre lo uno o lo otro es negativa en sí misma. Pero cuando el campo de elección no da más que para lo uno o lo otro, las personas elegimos una cosa u otra. Guevara no se encuentra en una posición centrista respecto al nacionalismo vasco, al contrario, alimenta el extremo que convierte a sus ex correligionarios en el mal de los males. Llevado por este impulso destructor de las categorías de la congruencia, Guevara afirma que:
“El nacionalista que se “inventa” una “nación” o “pueblo” necesita establecer cuáles son las características y la filiación que identifican a los integrantes de ese pueblo y que lo diferencia de los demás: la raza, la lengua, ciertas costumbres, etcétera.“
Para más adelante decirnos:
“Todo esto resulta mucho más triste si consideramos que no es preciso pensar en nacionalista para defender la existencia de un pueblo con rasgos peculiares, exigir un autogobierno profundo y efectivo, y proteger el euskera y las tradiciones vascas.”
Guevara acusa al nacionalismo de “inventar” una “nación” o “pueblo”, con sus características, para luego afirmar que no hace falta ser nacionalista para defender a ese pueblo y sus características. Un pueblo que según la primera de las afirmaciones es una mera “invención” del nacionalismo. Es evidente que Guevara no reflexiona sobre lo que escribe ni es poseedor de ninguna teoría política que avale sus opiniones, mero fruto de un resentimiento no disimulado. Lo terrible es que personas como esta engrosen las filas de los nuevos “pedagogos ciudadanos” que deben dotar a los vascos de una conciencia. ¿Qué conciencia puede nacer de incongruencias tan evidentes?
Cuando Guevara deja las alturas de la teoría política para enfrentarse a los hechos, la lógica de la incongruencia se nos muestra de forma renovada. Por ejemplo cuando dice:
“Ahora ha bastado un puñado de transferencias, cuyo logro se atribuye el PNV, para que se reconozca, dando la razón a quienes nos negábamos a certificar aquel fallecimiento, que el Estatuto está cumplido, pero es insuficiente, por lo que se precisa dar un nuevo paso hacia la ‘soberanía’.”
Está bastante claro que ha sido el PNV el que ha logrado las nuevas transferencias del Estatuto de Gernika. Negarlo por que el Estado es el que las concede y por qué es el Gobierno Vasco, presidido por Patxi López, el que las va administrar, es negar que la negociación se ha dado entre el Gobierno español y el PNV y que fruto de esa negociación tenemos nuevas transferencias. Y la iniciativa del PNV no es una cuestión casual o secundaria, sino primordial: más de un cuarto de siglo de incumplimiento estatutario lo avala. El PNV tuvo la iniciativa y encontró la ocasión. Esa es la verdad.
Decir que por unas transferencias que tenían que haber sido asumidas en los años 80 del pasado siglo, el Estatuto está vivo es otra incongruencia guevariana. Los que tienen razón no son los que, con ese razonamiento ventajista, afirman que el Estatuto está vivo, sino los que decían que el Estatuto estaba realmente incumplido, en contra de aquellos que decían lo contrario, entre los que están los socialistas, en el poder en España y Euskadi, que contradicen esa afirmación suya por la vía de la acción. El Estatuto vive por que es expresión de la realidad nacional y política vasca, con todos sus matices. Pero todavía, a estas alturas, está incumplido. ¿De quién es la responsabilidad de todo esto? No del nacionalismo, que ha demostrado de una forma constante su voluntad de encontrar la ocasión en la que las transferencias pendientes vengan para Euskadi.
Todo esto también es negar la trayectoria política del propio Emilio Guevara, que fue testigo directo, a comienzos de los 80, desde su responsabilidad institucional, de cómo los socialistas torpedeaban el proceso de transferencias, votando, como dicen las actas del Parlamento Vasco, en contra de todo tipo de transferencias que el Gobierno Vasco de entonces demandaba. Guevara recala, también, en la mención de un fantasma que atemoriza a todos los inmovilistas constitucionalistas: el fantasma de la independencia:
“Nunca un nacionalista va a aceptar un modelo estable y definitivo de integración en el Estado constitucional. Si el Estatuto de Gernika es sólo un peldaño hacia la soberanía, también lo será la nueva propuesta que se anuncia, y así hasta conseguir la utopía final: la secesión y la consecución de un Estado propio. Para quien razona en términos nacionalistas, no caben concesiones o arreglos con quien le discute su pleno dominio o disposición sobre el territorio que reclama. Cuando hoy, como ayer, el PNV dice que quiere resolver un problema político, cual es el “encaje” de Euskadi dentro de un Estado plurinacional, nos coloca una vez más un señuelo para desviar la atención del ciudadano sobre su pretensión última e indeclinable: la independencia pura y dura.“
Pero, ¿Por qué es tan horrible la idea de la independencia de Euskadi? Guevara despacha esta cuestión con otra afirmación tópica, diciendo que el País Vasco es “una población integrada durante siglos en una realidad política y social previa que, guste o no reconocerlo, es España”. Guevara prescinde, aquí, de una cuestión elemental: cuando los territorios vascos disponían de un autogobierno foral pleno no hubo ningún deseo de secesión por parte de los vascos. En el momento en que esa foralidad es amenazada o arrebatada por la fuerza de las armas en una serie de guerras y conflictos convulsos es cuando surge la idea de la independencia de Euskadi, ya anunciada por el Padre Larramendi en pleno siglo XVIII, ante los ataques que se veía sometida la foralidad por parte de las autoridades absolutistas españolas. La historia del País Vasco dentro del Estado español no ha sido un modelo de convivencia de pluralidad de opciones políticas e identitarias, y el régimen franquista, que duró cuarenta años, dio también un ejemplo de ello. El deseo de independencia de muchos vascos no surge de la nada o de una especie de obligatoriedad ideológica, sino de un sentimiento de agravio, avalado por múltiples hechos. Eso no es privativo, es algo común en todos los países donde se dan este tipo de problemáticas nacionales. El problema no es que cada petición de los nacionalistas sea un paso hacia la independencia; el problema es que los pactos políticos con los nacionalistas tienen en esa idea de independencia la excusa de su incumplimiento por parte de los partidos españoles. El fantasma de la independencia ha sido el motor del incumplimiento estatutario, no hay duda, y Guevara nos lo viene a confirmar.
También es preciso recordar que el modelo económico-social del Estado español y el modelo del País Vasco son distintos desde hace más de cien años. No hay más que contemplar las consecuencias de esta crisis económica mundial, como afectan a la generalidad del Estado o a Euskadi. ¿Conviene a nuestro país seguir atado a un modelo retardatario, cimentado en el turismo y el ladrillo, como es el español, cuando nuestro modelo apuesta por la calidad y el desarrollo productivo? Estas son preguntas que el ciudadano vasco de a pié puede hacerse de manera del todo legítima, pues marca la diferencia entre la gestión del Estado y la gestión del gobierno autonómico vasco, en manos nacionalistas hasta fecha reciente. ¿Es España un lastre para Euskadi? Esta pregunta también se la hacen los catalanes, incluyendo el ex presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, que no es precisamente un ejemplo de radicalismo. El problema de la independencia de Euskadi es otro, es el que plantean los seudo-radicales del MLNV, usando la idea abstracta de independencia para combatir los logros reales de nuestra construcción nacional. La idea legítima de la independencia debe de basarse en un avance democrático, como es el de la institucionalización estatutaria, y no en tratar de partir de cero, como si nada se hubiera construido.
Finalmente, Guevara, siempre fiel a sus impulsos, no puede evitar igualar al nacionalismo vasco democrático y respetuoso con los derechos humanos con el terrorismo de ETA:
“Quien piensa en nacionalista vasco es incapaz de sustraerse al empeño de adaptar una realidad humana y social, siempre cambiante y compleja, a su idea de cómo deben pensar y sentir los buenos vascos, aunque para ello se haya de utilizar toda clase de medidas que van desde la asimilación forzosa, en el caso de los nacionalistas amables, al asesinato en el caso de los más radicales. En una sociedad nacionalista, la convivencia democrática no es posible.“
En este caso, habría que preguntar a Guevara ¿Ha colaborado el, desde las altas instancias de la Diputación de Alava o de otros cargos que le hayan correspondido en su etapa en el PNV, en el empeño de adaptar la realidad a una idea? ¿En qué medida lo ha hecho? ¿Cómo ha colaborado en esa asimilación forzosa? ¿Por qué no nos lo relata? ¿Por qué no hace autocrítica, exhibiendo ejemplos concretos de lo que denuncia? ¿En qué medida ha hecho él, como insinúa de forma maligna, causa común con los “radicales” que planteaban el asesinato? ¿En qué medida ha colaborado él mismo en no hacer posible en Euskadi la convivencia democrática?
De este modo, la incongruencia de Guevara alcanza la cima en la que se encumbra su propia persona, que ha avalado durante largos años todo aquello que pretende denunciar. ¿Por qué no nos hace un relato autobiográfico de esos negros tiempos de dominio nacionalista en los que participó desde primera línea? Ni hay que decir que tal cosa es improbable. El PNV gobernó durante más de una década con los socialistas en el País Vasco, dando muestra de una trasversalidad que los actuales detentadores del Gobierno Vasco desdeñan con cruda desvergüenza. ¿A quién debe mirar Guevara para ver el frente de la exclusión? A sus actuales aliados, a los que sirve con la potencia del resentimiento y del odio hacia todo lo que encarnó.
Imanol Lizarralde, en Aberriberri
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