En una escena de la película Exodus (Otto Preminger, 1960), el protagonista principal, Ari Ben Canaan (Paul Newman) mantiene una breve, pero tensa conversación con su tío Akiva (David Opatoshu) sobre la unión de Irgun a Haganah. El diálogo entre el tío y el sobrino me llamó poderosamente la atención la primera vez que vi el film. Desde entonces, lo tengo registrado como uno de los principales hitos del guión. Akiva es partidario del uso de la violencia para avanzar en la creación del Estado de Israel y, de hecho, dirige una organización terrorista que comete atentados con ese objetivo. Y aunque su sobrino insiste en la mayor eficacia de las soluciones pacíficas, Akiva sostiene que el terror, la violencia y la muerte son, inevitablemente, el embrión del que nacen las naciones libres. En la versión original, sus palabras son de un laconismo hiriente: “I don´t konw of one nation, wether existing now or in de past that was not born in violence. Terror, violence, death… they are the needed ones to bring free nations into this world…”.
Entre los vascos ha habido, también, gente que durante mucho tiempo opinaba igual: que el terror, la violencia y la muerte, son factores imprescindibles en el proceso de emancipación de una nación. Gente que, estimulada por esa convicción, un día empuñó la pistola, escribió una carta de exorsión o activó el detonador con el propósito de liquidar a todo aquél -y todo aquello- que pudiera constituir un obstáculo para la consecución de la Euskal Herria independiente y sozialista por la que suspiraba. Y gente que, sin llegar a tales extremos, se dedicó a expresar públicamente su apoyo a quienes lo hacían, bajo el siniestro grito de Gora ETA militarra; o recurriendo a aquel otro lema que decía: ETA jarraitu, borroka harmatua.
Su planteamiento era muy simple. Demasiado simple para una sociedad tan compleja como la Europa de la segunda mitad del siglo XX. La violencia terrorista -decían- será la palanca decisiva que nos permita alcanzar de modo inmediato todos nuestros objetivos. Todos y sin demora alguna. Y a tal efecto esbozaron -ya en 1976- la conocida como Alternatiba KAS, que fue el precio político en el que cifraron su disposición a renunciar a las armas. La Alternatiba KAS exigía, entre otras cosas, “el reconocimiento de la Soberanía Nacional de Euskadi, lo que con lleva el derecho del pueblo vasco a disponer con entera libertad de su destino nacional y la creación de un Estado propio”. En ese objetivo se fijaba, entre otros, la “base democrática mínima suficiente como para, sin abandonar las tareas de organización y armamento populares, cesar en nuestra actividad armada”.
Dos años después, la Alternatiba KAS fue redefinida por sus propios promotores, con el fin de adaptar sus puntos reivindicativos a la cambiante coyuntura política. Esta segunda versión reclamaba un Estatuto de Autonomía que incluyese el “reconocimiento de la Soberanía Nacional de Euskadi. Derecho de autodeterminación, incluido el derecho a la creación de un estado propio”. La ecuación que proponía seguía siendo básicamente la misma: paz por autodeterminación. Y así lo expresaban “No podrá existir un alto el fuego hasta que no sera reconocida la Alternatiba KAS ya que sólo entonces el pueblo vasco alcanzará verdaderamente la libertad”.
En 1995, la Alternatiba KAS conoció una segunda reformulación. Tras un debate interno dirigido y pautado por los que más arsenales tenían a su disposición, nació la Alternatiba Democrática que, una vez más, toma como eje reivindicativo “El reconocimiento de Euskal Herria, su derecho a la autodeterminación y su unidad territorial”. La requisitoria dirigida a los poderes del Estado, tampoco cambia demasiado: “Si el Estado español aceptase las cuestiones planteadas, paa que se inicie en Euskal Herria un proceso democrático, ETA anunciaría un alto el fuego”.
Todo ello quedó en agua de borrajas cuando, en las postrimerías del mes de noviembre de 1999, ETA anunció el fin de la Tregua de Lizarra. Los que redactaron el comunicado en el que se daba a conocer la decisión a la opinión pública, se olvidaron, al parecer, de que el eje de su reivindicación alternativa era el derecho de autodeterminación y pasaron a exigir que, de modo inmediato, “los ciudadanos de Araba, Bizkaia, Gipuzkoa, Lapurdi, Nafarroa y Zuberoa elijan libre y democráticamente un parlamento constituyente soberano en una circunscripción única. Esto es, que el voto de cada ciudadano vasco valga lo mismo en toda Euskal Herria”. La exigencia, como se ve, negaba el derecho de autodeterminación. Sustraía a los ciudadanos vascos el derecho de elegir libremente el status político que querían para su pueblo. ETA había decidido ya por ellos, y lo había hecho a favor de la independencia. No había más que decir. Les gustase o no les gustase a los vascos, esa era el camino por el que había optado ETA, que urgía, ahora, a la celebración de unas elecciones constituyentes que pusieran en marcha el nuevo Estado Sozialista. Si se cumplía esa condición -decía el comunicado- “la resolución de ETA sería la de dejar la lucha armada, utilziada en defensa de los derechos de Euskal Herria”.
Ocho años después, el comunicado que ponía fin a la tregua de 2006, bajaba un poco el pistón de las exigencias. Ya no exigía la inmediata apertura de un proceso constituyente en los herrialdes de ambas partes de la muga. Seguía negando el derecho de autodeterminación -el comunicado anunciaba que, al margen de lo que opinasen los ciudadanos al respecto, ”el final de ese proceso será un Estado independiente llamado Euskal Herria”- pero proponía un agenda marcada por el escalonamiento y la progresividad: “…para llegar a eso, deberá lograrse un único marco que integre a Nafarroa, Araba, Bizkaia y Gipuzkoa en una sola entidad y otro que englobe a Lapurdi, Nafarroa Behera y Zuberoa. Construyamos el futuro de nuestro pueblo y, al final, las siete en una”.
Sólo han transcurrido cuatro años desde entonces. Y los que saben de estas cosas nos dicen que ETA está “encuadrada” por los servicios de inteligencia y operativamente derrotada, con la inmensa mayoría de sus presos desolados, suspirando ansiosamente por ver la luz cuanto antes. Dicen que hasta los más duros dirigentes de la organización defienden, ahora, tras su detención, que la lucha armada carece de sentido y ha de cesar. Ya no ofrecen la paz a cambio de la autodeterminación o de la inmediata puesta en marcha de un proceso constituyente en los siete herrialdes. Saben que sería una exigencia absurda, que no están en condiciones de hacer. Ya no lo exigen todo, y ahora mismo, bajo la amenaza de la bomba o del tiro en la nuca. Ya se han dado cuenta de que esa vía está cerrada; no es operativa; no es eficaz; no tiene salida. Les ha costado tres décadas, pero lo han hecho. A cambio, eso sí, de cientos de muertos, cientos de presos, destrozos y estragos por valor de miles de millones de euros y un incomensurable halo de sufrimiento.
Ahora, se conforman con lo que antes despreciabaan: la legalización de Sortu y una salida honrosa para los presos. Algo que, sin duda hubiesen podido conseguir en los años ochenta, ahorrándose y ahorrándonos toda la sangre y la destrucción que han propagado. No sé lo que será de sus exigencias actuales -que nada tienen que ver con la Alternatiba KAS, con la Alternatiba Democrática o con el proceso constituyente que reclamaron en 1999- pero parece evidente que, mírese por donde se mire, nos encontramos ante la crónica de un fracaso. Desde el punto de vista político y desde el punto de vista humano. Un fracaso que se intentará vender como éxito, al socaire de las esperanzas que suscita el horizonte de la paz, pero fracaso al fin y al cabo.
Josu Erkoreka, en su blog
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