domingo, 5 de junio de 2011

VENTAJAS DE NO DECIDIR

Mientras los socialistas vascos debatían en el Palacio Euskalduna sobre las causas de su derrota electoral, así como sobre el modo menos traumático de gestionarla, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, conversaba discreta y amigablemente en La Moncloa con su homólogo en el EBB, Iñigo Urkullu, en torno a asuntos no del todo ajenos a los que en ese mismo momento preocupaban a sus compañeros de Euskadi. La coincidencia, malintencionada o no, era significativa. Su sentido lo dejó claro el cruce de declaraciones que intercambiaron el líder de los socialistas vascos y el de los jeltzales. Si uno afirmaba la plena autonomía del PSE en la gestión de los pactos postelectorales, descartando cualquier injerencia en ella de la dirección del PSOE, el otro recordaba el papel que al PNV le corresponde jugar en el mantenimiento del Gobierno español y recomendaba a la dirección de los socialistas vascos extrema cautela en su proceder.
No parece, sin embargo, que de esta lucha entre la autonomía del PSE y las necesidades de Zapatero vaya a depender esta vez el desenlace de las negociaciones que están llevándose a cabo en Euskadi con vistas a eventuales pactos municipales y forales. No cabe suponer que, tras los sonados desencuentros que se han producido en esta legislatura entre los líderes del socialismo vasco y del español, ni Zapatero esté en condiciones de hacer siquiera una leve sugerencia en el ámbito que compete al PSE ni el PSE dispuesto a escucharla si la hubiere. Más lógico será pensar que, en el pulso que pueda darse entre la autonomía del PSE y la dependencia de Zapatero, el brazo se inclinará por esta vez del lado de la primera. La razón es clara: no podría el socialismo vasco soportar otro desaire más sin quedar definitivamente desautorizado.
Habrá, pues, que ceñirse al escenario estrictamente vasco -a los actores que en él actúan y a la trama que en él se desarrolla- si se quieren entender los tanteos que están produciéndose entre los partidos -«cortejos de apareamiento», decía Arzalluz- e incluso prever sus eventuales resultados. Y, en este escenario, aunque cuatro sean los actores principales, uno es el que, en virtud del círculo virtuoso que se crea cuando se da una mezcla de poder propio, versatilidad de relaciones y capacidad de satisfacer deseos ajenos, aparece como el mejor situado para condicionar el desenlace final de la trama. Me refiero al PNV, cuyos 'síes' o 'noes' a las propuestas que los demás le hacen serán los que decidan los papeles que habrán de desarrollar en el reparto los diversos miembros del elenco.
Ahora bien, aunque autónomo en la toma de decisiones y liberado de la presión que proviene del exterior, el debate se verá tensado en el PNV por la abrumadora presencia de la izquierda abertzale en el escenario postelectoral y por la actitud que ante tal formación deba adoptar. Entendámonos: no es que al partido jeltzale le plantee escrúpulo alguno, de orden ético o democrático, relacionarse de una u otra forma con la nueva coalición de la izquierda radical. Para él, esa cuestión ha quedado resuelta por la sentencia del Tribunal Constitucional y el dictamen de los ciudadanos en las urnas. El problema es más sutil. La auténtica disyuntiva que al PNV le plantean las diversas opciones que los resultados electorales le ofrecen, y entre las que ocupa un lugar preferente la de su relación con la izquierda abertzale, se sitúa en el terreno de la oportunidad política y versa, más que sobre el poder inmediato que cada una de ellas pudiera darle en el momento actual, sobre las posibilidades que con una u otra se le abren o se le cierran de cara a la recuperación del poder en las próximas elecciones autonómicas.
Desde este punto de vista, la neutralidad ante las dos ofertas contrapuestas que a día de hoy maneja el PNV -pacto con Bildu o frente contra Bildu- se le presenta, sin ningún género de dudas, como la opción más ventajosa. En efecto, nunca del 'no decidir', del dejar hacer sin interferir en el curso de las cosas, habría podido sacar el partido jeltzale tantas ventajas como en el momento presente. Y es que la neutralidad no revuelve a la militancia como lo haría una exclusión de la izquierda abertzale que le resultaría inaceptable; no compromete tampoco al partido en una alianza expresa que también sería poco entendible para el sector más templado del electorado; deja abierta la cuestión de los futuros pactos para la gobernabilidad del país a raíz de los comicios autonómicos; y, por añadidura, le permite a la dirección del partido presentarse, tanto ante su militancia como ante su electorado, con el mismo poder que cualquiera de las otras dos ofertas citadas habrían podido otorgarle. De hecho, sólo cambia Álava por Gipuzkoa, cuando ganar las dos habría sido prácticamente imposible.
Por si todo esto fuera poco, con esa calculada neutralidad alcanza el PNV lo que a día de hoy resulta ser su objetivo más preciado, a saber, dejar al que todavía es su auténtico adversario, el PSE, desnudo de casi todo poder institucional ante los ojos de la ciudadanía, reforzando así su argumento de que aquel que aún retiene, el de la presidencia del Gobierno, es usurpado y está cada día más próximo a su fecha de caducidad. Y es que, tras la debacle electoral sufrida por los socialistas el 22 de mayo, no le va a resultar para nada difícil al PNV presentar a la opinión pública la imagen de una Ajuria Enea que, como si de un segundo Mont Saint Michel se tratara, se hallaría amenazada por una marea de aislamiento que se desplaza inexorable a la velocidad, según dicen los libros, del galope de un caballo.
José Luis Zubizarreta, en El Diario Vasco

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