miércoles, 8 de junio de 2011

PROHIBIDO DESAHUCIAR A UN PERRO

Está a mi lado mientras escribo. Es pequeño, peludo, como un Platero de andar por casa. Me mira a veces con ojos de madre. Está contento de que seamos compañeros de esta aventura que es la vida. Va a sentir un vacío cuando me muera. Me buscará por el salón, por la cocina, por este despacho con horas de libros archivados. Si él decide irse antes, sacaré a pasear su muerte a las horas que teníamos pactadas. Al fin y al cabo somos dos seres fraternales en este planeta madre de estrellas, jazmines y rosales.

Hay quien abandona a su perro. En una gasolinera, en campo abierto, cuando viejo, cuando enfermo, cuando se rompe la amistad que siempre tuvieron. Hay perros desahuciados, para siempre tristes, para siempre preguntando por qué los hombres son así, para siempre queriendo llenar el hueco insustituible del amor. Se han conculcado sus derechos. Se ha roto unilateralmente el pacto del primer día cuando era querido y quería. Y se siente humillado. Hasta ahora era perro, con dignidad, con belleza, con armonía corporal. Ahora todos se creen en el derecho de llamarle chucho, perrito pordiosero, mendicante, con la mirada perdida de quien siente indiferencia por el vivir. “Que la vida se tome el trabajo de matarme, ya que yo no me tomo el trabajo de vivir”. Se acuerda de Machado cuando Machado era también un desahuciado.

Pero el perro tiene sus derechos. Si la autoridad competente lo encuentra, analizará el chip. Sabrá entonces a quién pertenece y sancionará al dueño, aunque nunca podrá devolverle el corazón que perdió cuando lo despeñaron a la soledad. Para las conciencias hay también detergentes que las dejan blancas, muy blancas, cuando de olvidar se trata. Al fin y al cabo sólo era un perro. El caso queda archivado por falta de humanidad.

Pedro y Ana fueron al banco, “su banco amigo” Hipotecaron sus vidas ante la sonrisa farisaica de un empleado. Todo fueron apretones de manos, firmas casi analfabetas, pero comprometedoras. Empezaba la muerte vitalicia. Camionero él, empleada de hogar ella. Dos habitaciones, baño, saloncito-sólo-saloncito y una cocina de pucheros humildes para siempre. Hay que hacer frente a la hipoteca, aunque los niños no coman carne, aunque la primera comunión se haga a escondida, aunque el mar sea una utopía verde de espumas y lunas con cuerpo de mujer.

Pedro-Ana-y-los-niños. Paseando el domingo sin cerveza, sin refresco. De la mano, como el día primero, amándose, como la noche primera. Comer en casa de la madre. La abuela se come a besos a los chicos y ellos se comen a mordiscos la paella de pensión quinientos euros. Pedro va a Suiza cargado de verduras. Llama cada dos días para no gastar móvil. Ella besa su foto por las noches para que Dios lo bendiga.

De repente se hunde el mundo. Los mercados suizos han cambiado de proveedor. Dice el patrón que lo siente, que lo llamará en cuanto esto se arregle, porque seguro que se arregla, Pedro, no te preocupes que serás el primero que vuelva porque yo te aprecio, tú sabes que te aprecio. Pedro se siente abandonado, como un perro, pero abandonado. Ana busca más casas. Está difícil la cosa. La crisis, la crisis, la crisis. Todo es crisis. Las empresas de transportes en crisis, la albañilería en crisis, los estómagos en crisis.

¿Los Bancos? Han repartido grandes beneficios entre los altos jefes. Alierta en Telefónica se ha llevado 8,6 millones de euros. Y los del Bilbao, y Caja Madrid, y el Santander. Se acuerda del “banco amigo” A lo mejor le salva esa vieja amistad. No sabe que la amistad se acabó cuando firmó la hipoteca. Orden de desahucio. A Pedro y Ana les apoyan los vecinos. Pero vienen los del juzgado, con dos policías. ¿Por qué es necesaria la policía? ¿Quién ha cometido un delito? A lo mejor Pedro y Ana por ser pobres. El delito de la pobreza está condenado por todas las leyes del mercado.

Pedro y Ana y los niños están en la calle. Abandonados, pisoteados, apaleados por la sociedad. Sin derechos. Peor situación que la del perro. A todos los han expulsado de la tribu. Perro con chip. Pedro sin chip. El banco ha cometido un crimen con su familia, pero es un crimen legal. El banco tiene unos derechos. Pedro y su familia, no. Pedro tiene que seguir pagando hipoteca. Sin casa, pero pagándola. Pedro no sabe que le pueden embargar hasta la sangre.
Rafael Fernando Navarro

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