La decisión del PSN de volver a hacer piña con UPN no sorprende a nadie. Lo llamativo resulta que a estas alturas de la historia en Nafarroa se alimentaran aún ciertas expectativas sobre otro tipo de decisión, más allá de la lógica y comprensible dinámica de apelaciones políticas postelectorales (por intentarlo que no quede). El PSN está donde siempre ha estado, y siempre es siempre en este caso, porque no hace tantos años de su fundación, en 1982. Pero sí hay una novedad significativa tras este último teatrillo de Roberto Jiménez: el partido se quita la última careta. Y sobre todo hay una noticia importante tras el 22 de mayo: el bloque principal de la oposición a la derecha es claramente abertzale y muy mayoritariamente de izquierdas.
La combinación de ambos elementos –la pérdida de peso del PSN y su incapacidad de enfrentarse a UPN– hace que se venga abajo definitivamente el falso mito de la triangulación en la política navarra, que ha pervivido durante demasiados años. La habitual división aritmética del Parlamento navarro en tres bloques principales más o menos homogéneos (UPN-PP, PSN y abertzales) fomentaba esa impresión, pero en términos políticos nunca ha existido un triángulo al uso, dado que el PSN casi nunca se ha prestado a otra cosa que no sea a pivotar sobre UPN.
Las excepciones se pueden contar con los dedos de la mano en sus tres décadas de historia. Habría que remontarse a ciertos acuerdos políticos con EA a finales de los 80-principios de los 90. Después, claro está, al único ensayo realmente serio de alternativa a UPN, en clave de retoque del estatus: el Gobierno tripartito de Otano en 1995, con el Órgano Permanente de Encuentro y la ikurriña en el despacho del consejero Iñaki Cabasés (EA), que duró menos de un año. Siendo generosos se podría añadir la fase final de la era de Juan José Lizarbe (2003), cuando dejó de aprobarle los presupuestos a Miguel Sanz antes de ser sospechosamente descabalgado por el PSOE -Ferraz siempre ha tenido la mano muy larga-. Y finalmente, el tímido intento de Fernando Puras en 2007 -en clave aún más light que el de 1995- de mandar a UPN a la oposición, que fue aplastado literalmente por Madrid.
El PSN no da más de sí. Tiene un vicio original: la marca navarra fue creada para apuntalar el giro del PSOE hacia la partición territorial (hasta 1982 los socialistas navarros formaban parte del PSE y se retrataban en Gernika con total naturalidad). Luego se le han ido añadiendo otro tipo de defectos: es un partido meramente institucional, sin la implicación con la calle que se presume a una formación que se reclama de izquierdas, sin un mínimo punto de unión con la realidad euskaltzale navarra, sin líderes capaces de marcar una línea autónoma ante Madrid, sin figuras capaces de explorar nuevos terrenos (nunca hubo ni hay un Eguiguren, por ejemplo), sin capacidad de escuchar a las escasísimas voces críticas (los últimos, Ainhoa Aznárez y José Luis Uriz, salieron escaldados)...
Esta debilidad endémica ha convertido al PSN en un partido rehén de la derecha navarra. Resulta curioso comprobar cómo sus escasos intentos de desmarque han sido rápidamente abortados por las bravas por UPN para a continuación, acto seguido, echarle un flotador con el fin de el PSE no se hundiera. Ahí van sólo dos ejemplos. 1996: la filtración de las cuentas suizas desde la derecha navarra hunde al Ejecutivo de Javier Otano y deja muy tocado al PSN, pero Miguel Sanz rápidamente exculpa al partido de aquellos manejos y resalta que su papel es fundamental para «la estabilidad de Navarra». 2007: UPN consigue evitar que el PSN conforme un gobierno alternativo con NaBai e IUN, pero inmediatamente entabla una unidad de acción férrea con el PSOE que incluye revalorizar el papel de PSN, con peajes como la expulsión de CDN del Gobierno navarro y la ruptura de la fusión UPN-PP.
La derecha navarra siempre ha tenido palo y zanahoria para el PSN. Zanahoria en forma de cargos institucionales, acuerdos ventajosos, cobertura política y social para delincuentes como Gabriel Urralburu... Y palo a través de amenazas que no duda en consumar (como la de 1996) o de presiones tan insólitas como aquel acuerdo parlamentario de 2006 que rechazaba la presencia de fuerzas abertzales en un futuro Gobierno navarro -y con el que se pretendía atar de manos al PSN- o la manifestación de marzo de 2007 que insinuaba que el PSOE iba a «entregar Nafarroa» y que le obligó a cerrar a cal y canto su sede del Paseo de Sarasate.
Esta es la historia objetiva que ha llevado al PSN al peor resultado de su historia en el Parlamento (nunca había bajado de diez escaños) y a fuerza residual en el Ayuntamiento de Iruñea (tres ediles de 27). Nadie, al margen de sus militantes y simpatizantes, debe tirarse de los pelos. El espejismo del triángulo se ha roto, y en sus añicos se ve la auténtica fotografía de Nafarroa, que no tiene tres vértices sino dos. A un lado, la derecha navarrista y españolista. A otro, la oposición abertzale y de izquierdas, que en estas elecciones ha dejado de ver como una quimera el logro de la mayoría en el futuro. CDN lo ha entendido –a la fuerza ahorcan– y se ha borrado de en medio, ese lugar en el que efectivamente no hay sitio.
Ramón Sola, en GARA
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