“Hay periódicos –como El País– que se especializan en la función de unidad de medida o arquetipo: producen la Realidad y todo lo que no es reflejado en sus páginas es expulsado de ella”. En 1987, el sociólogo Jesús Ibáñez hacía referencia a uno de los actores principales en la producción de nuestro Mátrix particular, o lo que algunos llaman Cultura de la Transición (CT). Sabemos lo que manda y lo que señala como tendencias El País, pero ¿qué es la Cultura de la Transición?
Mejores mentes que las nuestras han dicho que es “cultura consensual, cultura desproblematizadora, cultura despolitizadora”. Dirán que aquí cabe todo y llevarán razón, ésa es la idea, desde Severiano Ballesteros a Almodóvar, de Alas ka a Russian Red, de Fernando Savater a Stéphane Hessel, agrupados todos hacia el fin de la historia. O no.
Vayamos por partes. La Cultura de la Transición es un concepto desarrollado por el periodista Guillem Martínez. A partir de 1968, según Martínez, la cultura comienza a desactivarse en todo el mundo y a caer en manos del mercado. En el caso español, se da una vuelta de tuerca a este fenómeno: la cultura deja de ser algo problemático para convertirse en un terreno lúdico en el que se suspenden las hostilidades y se dedican los esfuerzos a crear consenso y cohesión social. Define de qué se puede hablar y de qué no, o, como señala el editor Amador Fernández Savater en la revista El Estado Mental, “prescribe ya de entrada los límites de lo posible”.
La CT no sólo desaloja el conflicto, sino que además se alía con el Estado: como explicaba el crítico Ignacio Echevarría en una entrevista en La Página Definitiva, “es determinante del orden cultural surgido tras la muerte de Franco la nueva alianza entre la cultura y el poder, tradicionalmente enfrentados en el transcurso de la historia de España y de pronto congregados en torno al mismo proyecto de modernización y de progreso”.
Los intelectuales de izquierda abandonan el análisis y la polémica para redefinir, como apunta Martínez a DIAGONAL, “la izquierda como ejercicio de buena voluntad”. Varios motivos llevan a pensar que la cultura del consenso se rompe, pero aún está por ver. El País mismo ha pedido a Guillem Martínez en su edición de Catalunya que le haga de terapeuta y le explique si de verdad puede acabarse la CT. ¿Cuáles han sido los grandes éxitos de una CT que ahora parece entrar en crisis? Imaginen que les habla la voz de Victoria Prego y repásenlo como si DIAGONAL fuera Época.
Cheque en blanco
Han pasado dos años desde la victoria del PSOE en las generales y los fondos para la cultura fluyen. “Cuando los socialistas oyen cultura extienden un cheque en blanco”, dice Rafael Sánchez Ferlosio, en aquel 1984, en un artículo titulado “La cultura, ese invento del gobierno”. El escritor anuncia que “la cultura quedará cada vez más exclusivamente concentrada en la pura celebración del acto cultural, o sea, identificada con su estricta presentación propagandística”.
Y lo que pasa es más o menos parecido a esto: Museo bar Chicote (Madrid). Cazatalentos y artista conversan en la barra del bar. Los dos llevan chaquetas de corte fashions, los dos van puestos de anfetamina, los dos forman parte de lo que después se da en llamar ‘la movida’. Esta escena inventada se acopla como turulo en nariz con la imagen que esa belle époque de la CT nos ha dejado a los que ya pasamos la treintena.
El mito, por desvaído que parezca hoy día, puede rastrearse en una entrevista que Francisco Umbral realiza a Ágatha Ruiz de la Prada durante una fiesta “de arlequines, cómics y modelos” en 1984. La modista departe amigablemente con el futuro Príncipe de Asturias de las Letras: “Presiento la pasta en torno, pero la pasta aún no ha llegado” dice Ruiz de la Prada. Unas líneas más adelante, Umbral le pide que concrete: “¿Los ricos o los pobres?”. “Con los pobres se gana mucho más”, contesta ella.
OTAN, de entrada no
Dos años después, el Gobierno se enfrenta con una parte de su base en el referéndum de la OTAN. Durante el último mitin de los partidarios del ‘no’, dos sillas vacías en el escenario para Felipe González y Alfonso Guerra, que en 1981 habían participado en una concentración contra la entrada en la Alianza Atlántica, simbolizan la microrruptura que la consulta genera entre el Gobierno socialista y el mundo de la cultura, representada en aquel acto por Antonio Gala, Imanol Arias, Pastora Vega, Joaquín Sabina, y también por Rafael Alberti.
¿Ruptura? “El referéndum de la OTAN sirvió para limpiar a personas con un pasado extraño, incluso filofranquista. Más que depurarse la vulgata de la Cultura de la Transición, se depura la de la izquierda chachi, que pierde el referéndum pero que es muy simpática y enrollada. Ése es el rol del intelectual de la Cultura de la Transición”, resume Guillem Martínez.
El enfado por el referéndum, además, dura poco. Pocos resisten una invitación para acudir a una velada en la Bodeguilla, en un idilio de la progresía intelectual y artística con el poder político que se alarga hasta nuestros días. “La CT es el jardín plantado por la izquierda española en el terreno donde debía estar su campo de batalla”, resume Ignacio Echevarría.
‘Spain is different’
“La vanguardia es el mercado”, clama un artículo de La Luna de Madrid, revista referente de lo que se da en llamar ‘la movida’. Varios artistas anónimos dialogan, y uno de ellos sentencia que “los mercados internacionales son palabras mayores y requieren un tipo de capitalización adecuado”. La forma de vender la marca España es a través de inyecciones de dinero a una cultura tan desproblematizadora como unas buenas vacaciones, que no ahorra en delirios.
En 1984, el periodista Valentí Puig clama en un artículo en El País contra el organismo que ha pagado por una obra en la que “sólo hay dos filas de espectadores en la representación de aquella tragedia griega por travestidos vestidos de motoristas nazis”. La imagen moderna, simpática y enrollada que se quiere dar al mundo se concreta en la llamada comedia madrileña, que vive su momento álgido cuando Almodóvar es candidato al Oscar con Mujeres al borde de un ataque de nervios. Los conflictos sociales y la mayor parte de la población se desalojan del cine mainstream.
Películas como Sé infiel y no mires con quién (1985) muestran a personajes de una clase enriquecida que agotan los días entre la ciudad y la despreocupación más absoluta. La fecha 1992, entendida como la (elevada) suma de los Juegos Olímpicos, la Expo, y la conmemoración del quinto aniversario del “descubrimiento” de América, se convierten durante los años previos en una nave nodriza de la que surgen comisiones de festejos para todo. Son los años de consolidación de la marca España. Aunque el deporte empieza a descollar como exportador de bandera, el cine, la gastronomía, la moda y, en dosis más pequeñas, la literatura, el teatro y la música, mantienen viva la llama del Spain is different hasta que todo el mundo puede ver llorar a la infanta durante el minuto de gloria olímpica de su hermanísimo.
Zonas de sombra
Tras la borrachera del ‘92, sobreviene la resaca: crisis económica, un PSOE acosado por la corrupción y, finalmente, victoria electoral de la derecha. Acabada la fiesta, el consenso se articula con un nuevo mantra: la violencia de ETA. “Etarra el que se mueva fue la nueva fórmula para recuperar los vítores al statu quo. Durante esos años, el mundo de la cultura está tan ocupado cerrando filas contra la bestia vasca que el PP pasa su primera legislatura sin despeinarse y arrasa en las siguientes elecciones”, apuntan Albin Senghor y Karim Samba en la revista LDNM. “En la segunda legislatura de Aznar, hubo un momento dado que hasta el PSOE era ETA.
Hubo un momento en que este país era mayoritariamente ETA, según el poder”, añade Martínez. El cierre de filas es tal que, el 11 de marzo de 2004 en Madrid, nadie duda en apuntar a ETA como autora de la masacre cuando así lo proclama el Gobierno. Según las nuevas reglas del juego de la economía, esos años se configura otra cultura complementaria que se ha dado en llamar la Cultura Brunete (CB), acaso por motivo del ‘guerracivilismo’ o revisionismo en cuanto a la Guerra Civil y el Franquismo.
Algo más airada, la Cultura Brunete basa su éxito en huir o criticar con acidez la blandura y afectación de formas de la CT. Guillem Martínez lo ve de esta forma: “La CB es el primo de Zumosol de la CT. Es una cultura importada y pagada con dinero de FAES a los think tanks republicanos”. La cultura financiada por el PP recluta a ideólogos anti-PSOE y polemistas como Fernando Sánchez Dragó, Jiménez Losantos o Albert Boadella, algunos escritores premiados con el Planeta y cantantes que residen en Miami.
ETA ya no da miedo. Muchos artistas pierden la poca aura que les queda entrando con seudónimos en foros tipo Menéame para defender la Ley Sinde. El 15M irrumpe dejando fuera de juego a la progresía de este país. La CT, que anduvo el camino junto a la Cultura del Pelotazo, pierde el paso. Pero no puede decirse lo mismo de la Cultura Brunete, por más que Intereconomía esté a punto de quebrar y Wyoming se jacte de ello en su programa de La Sexta.
Pablo Elorduy e Irene G.Rubio (en Diagonal)
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