La principal “razón” que aduce el Estado español para mantener la ocupación de las plazas coloniales de Ceuta y Melilla es que “eran ciudades españolas antes de que existiera Marruecos”. Argumento que no sólo no es cierto, sino que llevaría a la paradoja de que España ocupara Buenos Aires, Caracas, San Francisco o Manila, todas ellas “ciudades españolas” antes de que existieran formalmente sus respectivos países actuales.
No hay argumento posible para justificar la pervivencia del colonialismo hispano en África. Ni en lo que se refiere a los territorios ocupados a Marruecos, ni en lo que se refiere a Canarias. Pero he aquí que todas las fuerzas del nacionalismo imperialista español, a babor y a estribor, cierran filas en torno a la “españolidad” de las plazas fuertes ocupadas, llegando al extremo de pedir “mano dura” con Marruecos, ese reino “moro” que se atreve a reclamar lo que es suyo.
Cierto es que la monarquía alauita es una tiranía opresiva. Que todos los recientes aspavientos fronterizos cuentan –como no podía ser menos– con las bendiciones y hasta el impulso de la casa real marroquí. Que se trata sólo de una maniobra de presión para forzar a España a respaldar la postura de Marruecos para continuar con su ocupación criminal del Sahara Occidental. Pero nada de esto sirve para obviar la realidad de que la ocupación colonial española debe desaparecer del último metro y del último centímetro del territorio nacional de Marruecos.
La visita del rey español a Ceuta y Melilla en noviembre de 2007, auténtica árnica para la monarquía en su momento de mínima popularidad, de banderas republicanas en las calles y de quema de sus fotos, inició el actual conflicto en tanto en cuanto supuso un serio agravio a la dignidad nacional de Marruecos. Y, a la vez, la oportunidad del rey y la corte marroquíes para apretarle las tuercas a España.
Una España que lo tiene difícil. Sus intereses económicos y los de sus grandes oligopolios se reparten entre Marruecos y Argelia. Adoptar una postura favorable a Marruecos dañaría sus intereses en Argelia, y viceversa. Por si fuera poco, Marruecos, socio prioritario de la Unión Europea y aliado preferente de la OTAN, tiene amigos muy poderosos: Francia y EEUU, como se comprobó cuando Washington obligó a España a retirarse de lo que este país europeo consideraba parte de su territorio nacional. La salida del islote de Perejil ha sido la –por ahora– última humillación del otrora omnímodo imperio español.
Por su parte, la estrategia del gobierno de Marruecos es tirar de la cuerda sin romperla del todo. No sólo tiene que conseguir aliados para su “solución” en el Sahara ocupado, sino que sus intereses en la Unión Europea (y sus mercancías) pasan, en buena medida, por España. Ese tira y afloja, que un acogotado gobierno español define como “las buenas relaciones de vecindad”, seguirá con sus altibajos, pero no puede resolverse mientras no se descolonicen Ceuta y Melilla.
El daño colateral de todo esto es que buena parte de la izquierda española, siempre pensando en clave electoral, asume los postulados imperialistas y no se atreve a exigir la retirada española de ambas plazas coloniales y su devolución a Marruecos.
Cierto que tal postura no iba a ser acogida con aplausos por la mayoría de los españoles, aún imbuidos de una arrogancia imperialista que ya sólo existe en sus mitos culturales. Pero sumarse a ella no lo va a hacer más fácil. Y es, desde luego, una impresentable traición a los principios democráticos y anticolonialistas, propia de lo que no cabe sino definir, como en el caso de la gauche [izquierda] francesa respecto a Argelia, como izquierda imperialista o socialimperialismo.
Y lo mismo se puede decir de la negativa a asumir el derecho de Canarias a la descolonización y la independencia.
Teodoro Santana, del Partido de la Revolución Canaria
No hay comentarios:
Publicar un comentario