Es seguro que cuando Iosu
Uribetxebarria sea excarcelado haya quienes pongan el grito en el cielo
clamando contra la debilidad del Gobierno español, y también quienes, en
un alarde de frivolidad, proclamen que este espinoso asunto ha tenido
un final feliz. Ambas percepciones ahondan en errores de alto riesgo,
como confundir la justicia con la venganza, los primeros; o confundir el
orden público con la ética, los segundos.
Fue el propio Jaime Mayor Oreja quien siendo ministro del
Interior estableció en el año 2000 la normativa legal de que se
concediera la libertad condicional a los presos con enfermedades "graves
o incurables". Fue también el propio Mayor Oreja quien hostigó a la
derecha más radical para que alimentase el odio irracional contra el
terrorismo de ETA y todas sus supuestas derivaciones hasta el
nacionalismo vasco democrático. Objeto especial de ese odio fueron los
militantes de ETA detenidos, para quienes desde esos sectores se
prodigaban soflamas de venganza que exigían endurecer las leyes y se
expresaba sin pudor el empeño de que se pudriesen en la cárcel.
De aquellos polvos vinieron los lodos de un Gobierno y unas
instituciones que no cumplen sus propias leyes por temor a ser devorados
mediáticamente por el monstruo que ellos mismos crearon, esos
colectivos irredentos y subvencionados, esos tertulianos y opinadores guerracivilistas
que solo creen en la venganza. Y así han estado el Gobierno y sus
instituciones penitenciarias, paralizados por el pánico a las
arremetidas de quienes no hubieran tolerado la libertad de un "etarra
sanguinario", mientras su ministro de Interior se sumaba al relato de
los padecimientos extremos a los que el preso sometió al funcionario de
prisiones Ortega Lara.
Iosu Uribetxebarria debería haber sido puesto en libertad
condicional desde el momento en que se presintiera su grave enfermedad,
ya que la experiencia obliga a dudar sobre la atención médica
penitenciaria. Por haberle conocido, no puedo olvidar a Nikola Telleria,
párroco de Sopela condenado en 1969 a diez años (!) por haber
participado en una huelga de hambre en el Obispado de Bilbo. Recluido en
la alevosa prisión concordataria de Zamora, Nikola comenzó a adelgazar
de forma alarmante, apenas comía y sobrevivía malamente sin recibir
ninguna atención médica solvente. Trasladado en 1974 al hospital
penitenciario de Carabanchel, accedió al tercer grado y fue puesto en
libertad condicional. El médico que le atendió posteriormente en Bilbao
no pudo menos que escandalizarse: "¿Pero dónde le han tenido a este
hombre? No hay nada que hacer. Esto es un saco de basura, lo que tiene
es un cáncer y es demasiado tarde para operarle". En octubre de 1975
falleció.
El cáncer, un cáncer como el que padece Iosu Uribetxebarria,
es dolencia curable solo si se detecta a tiempo. Para ello es precisa
una medicina preventiva y una labor programada de detección precoz que
están muy lejos de la inspección rutinaria y superficial propia de las
instituciones penitenciarias. Iosu Uribetxebarria, como en el
tardofranquismo el cura Nikola Telleria, como seguramente cientos de
reclusos de toda condición que abarrotan las prisiones españolas, están
abocados a que la medicina llegue tarde para ellos, están abocados a
pudrirse en la cárcel para satisfacción de los adalides de la venganza.
Cumplido el trámite del diagnóstico médico y obligado a
cumplir la ley, el Gobierno se lavará las manos y dará por concluido el
embarazoso asunto. Un final feliz, pensarán los ingenuos, porque así el
preso vasco "podrá morir entre los suyos". Pues no, no ha habido final
feliz. El preso vasco Josu Uribetxebarria no debería haber llegado a
este estado de irreversibilidad porque el cáncer de riñón, como casi
todos los cánceres, podía haber sido tratado e incluso resuelto si la
política penitenciaria española asumiese la medicina preventiva para los
reclusos y no estuviese lastrada por el espíritu de venganza, más
acusado aún en el caso del arrasatearra.
Todo parece indicar que Uribetxebarria, concedida la libertad
condicional, aparentemente se librará de "pudrirse en la cárcel".
Volverá con los suyos, como otros compañeros a los que se aplicó la
misma medida, y solo sabremos de él cuando se produzca el fatal
desenlace. Pero ya volvió "podrido". Mientras tanto, hemos asistido a la
inclemencia de un Gobierno incapaz de cumplir sus propias leyes, a la
renovación de los más crueles sentimientos, a la intolerancia
destemplada de la Ley del Talión. Por la otra parte, hemos asistido una
vez más al despliegue del recurso a la movilización civil, que
recurriendo a la solidaridad se aprovecha para la propaganda.
"Que no se haga ninguna locura, salga como salga de aquí",
pide Iosu Uribetxebarria. Sensata advertencia para quienes están
dispuestos a cualquier desestabilización social en protesta por su
libertad, y para quienes no dejan pasar ninguna oportunidad para sumar
el victimismo a su haber electoral.
Aprovecharse unos de las víctimas y otros de los presos para
la propia rentabilidad partidaria es ejercicio de obscenidad política
que a fin de cuentas se sobre el sufrimiento ajeno.
Félix Muñoz, en Grupo Noticias
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