Occidente ya había parido, aunque
fuera con fórceps, una oposición armada. La bautizó como «ejército
sirio libre» (peligrosa semejanza con el «ejército libanés libre»,
rabiosamente sionista)
Me refiero al Ejército Sirio Libre (ESL) que combate
al gobierno de Damasco. Descrito con semejantes calificativos, este
grupo suscita adhesiones y hasta secretas complicidades. ¿Cómo no
simpatizar con gentes audaces que arriesgan sus vidas para derrocar a
tiranos? ¿No hizo algo semejante el mariscal navarro en su lucha
desigual contra Fernando el usurpador? ¿O Fidel Castro asaltando el
Moncada? ¿O el indomable Che de la quebrada de Yuro?
Errónea ecuación. Las bandas armadas que hoy asolan Siria poco tienen
que ver con tantas luchadoras y luchadores generosos que han
enriquecido la historia de la humanidad. Ni tan siquiera con los
sectores populares que -sobrados de razones- se oponen a El Assad;
cualquier gobierno que se perpetua en el poder
termina acumulando una inevitable caparazón de nepotismos y abusos. El
ESL tiene otros progenitores. El imperialismo utilizó la efervescencia
social y religiosa para engendrar una «contra» que poco tiene de sirio y
nada de libre. Quizá cabría homologarla con aquella otra «contra» que
tanto debilitó a los sandinistas.
Hacía tiempo que los servicios secretos occidentales chapoteaban por
Siria. Necesitaban de una oposición armada que controlase una
parcelilla de territorio; la OTAN se encargaría de protegerlo como zona
de exclusión aérea. El ESL instauró el emirato islamista de Baba Amro
(la Bengazi siria) y sus combatientes fueron presentados como
«revolucionarios». La intentona fracasó, pero Occidente ya había parido,
aunque fuera con fórceps, una oposición armada. La bautizó como
«ejército sirio libre» (peligrosa semejanza con el «ejército libanés
libre», rabiosamente sionista). El mando de aquel ejército fantasmal
recayó (¡cómo no!) en un militar norteamericano; su cuartel general se
encuentra en Incirlik, la base aérea de la OTAN en Turquía.
Una avalancha de pertrechos bélicos atiborró desde el primer momento a
los alzados. En los países fronterizos, Occidente les instaló
campamentos; cuentan con asesores militares que los entrenan en
diferentes métodos de lucha; disponen de armas de todo tipo y calibre;
utilizan sofisticados equipos de comunicación. Tan bien abastecido
contingente tenía un problema, según reconocían los padres de la
criatura a finales de 2011: el personal escaseaba. Así comenzó la masiva
entresaca de mercenarios. A los primeros alistados -opositores sirios y
cuerpos de élite occidentales- se les fueron uniendo islamistas
exaltados de todos los alrededores: colaboradores occidentales en la
invasión de Libia e Irak, combatientes de Al Qaeda trasladados con
fondos de la ONU, saboteadores jordanos, saudíes y cataríes... así hasta
12.000 fanáticos. Aterrorizan a la población y combaten con la misma
incontinencia la democracia, el laicismo y el socialismo.
La condición mercenaria de estos grupos paramilitares es pública. En
abril se reunió en Estambul la Conferencia de Amigos de Siria. USA,
Francia, Reino Unido, Israel, Turquía... se comprometieron a seguir
armando a estos escuadrones de la muerte. Arabia Saudí y Qatar, además,
les pagarían jugosas nóminas y pluses de peligrosidad.
Jesús Valencia, educador social (en GARA)
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