Adolescentes húngaros de ambos sexos y con edades comprendidas entre los 11 y los 21 años pasan las vacaciones de verano en un campamento paramilitar, donde aprenden el manejo de las armas, la disciplina castrense, técnicas de combate y se someten a un duro entrenamiento. Esta instalación, situada en Mogyorod, a poco más de 30 kilómetros al noreste de Budapest, pertenece al Estado húngaro, y los jóvenes que acuden al lugar tienen que pagar el equivalente a unos 130 euros y están bajo el mando y control de miembros de las Fuerzas Armadas.
El responsable del campamento militar, Zsolt Horvath, explica que a «estos muchachos les damos una verdadera formación militar de base. Tienen que practicar ejercicios muy duros y asistir a clases de gimnasia para fortalecerse físicamente. Durante todo el día reciben clases de formación militar de diversas unidades del Ejército».
Los adolescentes realizan prácticas de tiro con fusiles Kalashnikovs AK-47 cargados con balas de fogueo. «Lo importante es que tienen su primera experiencia con un arma de guerra a una edad muy temprana», destaca Horvath.
Algunos de los jóvenes, según revelan medios húngaros, expresan su alegría por poder vivir esta experiencia. Rebecca, de 16 años, asegura que le gusta «todo lo que es militar y extremo». «Quiero ser soldado cuando sea mayor», confiesa. Peter, que apenas tiene 12 años, se muestra igualmente satisfecho: «Me gustan la disciplina y el orden. Me gusta obedecer y estar autorizado para ejercer cualquier tipo de actividad».
Visto desde fuera, cuesta entender el placer que reflejan estos adolescentes, que tienen que hacer frente a una disciplina marcial, a presiones físicas y psíquicas y están sometidos a duras condiciones de vida. De hecho, cada semana entran en este campamento especial, abierto hace seis años, alrededor de medio centenar de jóvenes y llegan a ser unos 400 durante todo el verano.
La noticia de esta iniciativa podría quedarse en mera anécdota de verano si no fuera porque en Hungría soplan vientos que empujan al país centroeuropeo por una peligrosa pendiente autoritaria. En opinión del periodista franco-húngaro afincado en Varsovia Laurent Berthel, «Hungría está evolucionando hacia un sistema donde las instituciones están controladas por el Gobierno, la extrema derecha campa a sus anchas y la democracia está cada vez más arrinconada». «La existencia de este campamento militar para adolescentes no es más que una expresión del auge del autoritarismo», advierte.
Desde que el líder de la derecha húngara, Viktor Orban, llegó a la jefatura del Gobierno hace más de dos años, la vida democrática del país magiar se ha deteriorado notablemente. Orban, que tiene mayoría absoluta en el Parlamento, ha aprobado leyes propias de sistemas dictatoriales, como la legislación que controla los medios de comunicación y una nueva Constitución que aleja a Budapest de los parámetros democráticos de la Unión Europea.
Las presiones políticas y económicas de Bruselas han obligado a Orban a retroceder en su afán por convertir a Hungría en su finca privada, pero el primer ministro no ha tirado la toalla. Mientras, los homenajes a políticos e intelectuales fascistas y pronazis proliferan por todo el territorio, y la extrema derecha, tanto en su vertiente parlamentaria (Jobbik) como paramilitar y violenta, campa a sus anchas por el país y defiende abiertamente ideas racistas y antisemitas.
Paco Soto (en Grupo Correo)
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