jueves, 25 de agosto de 2011

LA VERIFICACIÓN DEL DESARME DE ETA Y EL RELATO SOBRE LA VIOLENCIA

En Euskadi tenemos la certeza de que las armas de ETA han callado para siempre. La reiteración de las promesas de cese, el tiempo transcurrido sin atentados (2 años), y la renuncia al cobro del “impuesto revolucionario”, ratificado por los empresarios vascos, resultan prometedores, pero no existen todavía mecanismos de verificación que ofrezcan garantías definitivas sobre el final de ETA.
El Estado español exige la entrega de las armas pero ETA responde que el precio a pagar es la liberación de los presos políticos, ofreciendo dos mecanismos de verificación: (1) la mediación de los Premios Nobel de la paz, encabezados por el abogado sudafricano Brian Currin, y, (2) la puesta en pié de una mesa de diálogo entre ETA y el Gobierno para intercambiar presos por armas. La propuesta del Gobierno simboliza la sumisión y derrota de ETA (algo que no está dispuesta a aceptar), pero la vía que ella ofrece tampoco encuentra interlocutores en el Estado español. El atasco resultante deja la solución en manos de la izquierda abertzale, quien se ve de nuevo emplazada a vencer simultáneamente las resistencias de ETA y del Estado, así como a elaborar un relato sobre el fin de la violencia acorde a los deseos de paz de la sociedad vasca. El problema que tiene es que el discurso elaborado hasta ahora no sirve a ese fin.
BATASUNA no se ha distanciado de la lucha armada por convicciones democráticas ni en razón a consideraciones éticas o morales, sino porque la lucha armada ha dejado de ser políticamente rentable. Esto es claramente perceptible en el documento “Zutik Euskal Herria”, donde se teoriza el cambio de estrategia, así como en los estatutos presentados para la legalización de SORTU. Otegi insistió en la misma idea ante el Tribunal que le juzgó recientemente, cuando afirmó que “la lucha armada estorba y molesta”, en tanto que el portavoz más cualificado de BILDU, Martín Garitano, afirma que “no es tiempo de autocríticas ni de reparaciones morales”. BATASUNA quiere desembarazarse así de ETA sin autocrítica política ni reparación moral, y es posible incluso que una parte significativa de la izquierda abertzale piense que los pasos dados son suficientes, pues dejando a un lado la lucha armada recuperan la legalidad y “obligan” al Estado a mover ficha en el tablero de la política antiterrorista. El problema es que esto no es suficiente para recuperar la legitimidad democrática. Con ese discurso se puede conservar por algún tiempo la referencialidad que hoy tiene en la izquierda vasca, pero no se pueden obtener las mayorías políticas necesarias para hacer avanzar el proyecto independentista. Los dirigentes de BATASUNA y BILDU son plenamente conscientes de ello y cabe preguntarse porque no lo han hecho ya. Algunos sugieren que estamos en presencia de un debate no resuelto sobre el modo de poner fin a ETA. Es posible que así sea, pues la decisión de abandonar la estrategia político-militar dejaba en manos de ETA la gestión de su propia autodisolución. BATASUNA obtuvo así la independencia de ETA pero dejaba sin resolver la decisión final sobre cuándo y cómo dejar las armas. Este hecho dificulta la tarea, haciéndola más compleja de lo que a primera vista parece. Hay que añadir además que el modo a como se lleve a cabo será transcendental para saber sobre qué ideas-fuerza se construirá la nueva izquierda vasca.
La idea de intercambiar presos por armas en una mesa de diálogo con el Estado otorgaría a ETA la legitimación necesaria para justificarse ante la historia. El fin de la violencia sería así el resultado de un pacto sin vencedores ni vencidos. ETA podría justificar su acción como una violencia de respuesta necesaria a la opresión nacional y a la violencia del Estado. Las víctimas de su acción armada serían la consecuencia no deseada pero inevitable de un conflicto político que también ha provocado víctimas en la izquierda abertzale. La reconciliación de la sociedad vasca sería así la consecuencia del reconocimiento mutuo y del final simultáneo de ambas violencias simétricas. Este relato histórico traslada la responsabilidad de la violencia de ETA al estado español, exculpa de responsabilidades políticas y morales a la propia ETA, y justifica de paso a BATASUNA por la cobertura que ha dado a ETA en el curso de su historia. El problema de esta estrategia no está en la oferta de diálogo al Estado sino en el relato que la acompaña.
En honor a la verdad hay que señalar que el intercambio de presos por armas sería bienvenido (y probablemente “bienaceptado” por la mayoría), pero requiere otro discurso y otro relato. Y no me refiero ni a la aceptación del marco constitucional español como hizo la fracción político-militar de ETA en 1981, que considero una traición política en toda regla, ni a la autodisolución por inacción porque esta es una forma vergonzante de poner fin a 50 años de historia militante. En mi opinión, se puede y se debe reconocer la incompatibilidad entre la bondad de los fines políticos y la inmoralidad de los métodos utilizados por ETA para alcanzarlos. Se puede y se debe pedir perdón por el daño causado, y se debe hacer a cambio de nada. El resultado de ello sería la reconciliación de fines y medios, la recuperación de la razón ética y la dignificación de la acción política. Con ellas en la mano tendremos la fuerza moral necesaria para relanzar la lucha por la soberanía nacional y por la libertad de los 800 presos vascos que cumplen sentencia en las cárceles españolas y francesas.
En paralelo a este cambio de discurso sobre la violencia hay que reajustar el proyecto independentista para hacerlo integrador de todas las identidades nacionales que conviven en la sociedad vasca. Hay que reforzar los factores de identidad colectiva y cultivar la idea de pacto entre los pueblos y de soberanía compartida entre sus instituciones nacionales respectivas., pues la soberanía que reivindicamos no está asentada en identidades excluyentes sino en el derecho democrático de todos los ciudadanos vascos a decidir libremente su futuro político. Esta es sin embargo otra cuestión que excede en mucho los límites de este artículo.
¿Será capaz la izquierda abertzale de reajustar en esa dirección su proyecto político y su discurso sobre la violencia? Nadie puede afirmarlo a ciencia cierta pero todos sabemos que ella tiene en su interior la suficiente masa crítica acumulada como para intentarlo.
José Ramón Castaños, ex-militante de ETA VI Asamblea (en revistasudestada.com)

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