El viajero que visite Villafranca, la antigua Alesvés, se encontrará con la sorpresa, lo de agradable o desagradable irá por barrios ideológicos, de que no exista ninguna calle dedicada a guardar la memoria de Tomás Domínguez Arévalo, conde de Rodezno, nacido en Madrid el 26 de septiembre 1882. Durante el franquismo la tuvo, pero en cuanto llegó la democracia el ayuntamiento decidió borrarla.
La verdad es que el nombre de Domínguez Arévalo -en Villafranca siempre se le conoció por “el conde”-, no despierta ningún tipo de admiración, sino todo lo contrario. En parte, porque uno de sus antepasados se apropió de un soto -el “Soto Robado” todavía se llama-, por métodos nada compatibles con el derecho y la justicia. La verdad es que gran culpa de aquel desaguisado lo tuvo aquel ayuntamiento decimonónico, que bailaba al compás de un antepasado del conde y del caciquisimo reinante.
En el caso que nos ocupa, Domínguez Arévalo se distinguió a lo largo de su andadura política como un tránsfuga, intentando estar siempre donde mejor tajada podría sacar.
Como su padre, Domínguez Romera, fue tradicionalista. Amapola o carlistón que decían en el pueblo. En 1937, aceptaría el decreto de Unificación, siendo por ello expulsado del carlismo. Más tarde, formaría parte del club de los instigadores que apoyaban a don Juan de Borbón y Battenberg, contubernio que acabaría en el Acto de Estoril de 1957. Menos mal que para estas fechas, el conde ya había muerto (1-8-1952), si no, no sabemos a quién hubiera apoyado en años posteriores, dada su facilidad para el compadreo político.
A pesar de su arribismo político, cabe indicar que en todo momento fue fiel a una ideología cavernaria, ultramontana y digna de figurar en lo más granado del franquismo español, sin olvidar que dicha denominación era sinónima de fascismo español
Porque conviene decirlo claramente. Domínguez Arévalo fue fascista de una sola pieza. Se declaró así desde que tuvo uso de razón política manifestándose contra el sufragio universal, contra la democracia y contra el sistema parlamentario. En ningún momento, condenó a Hitler, a Mussolini y, por supuesto, a Franco, del que fue estrecho colaborador en los primeros años de la Guerra Civil.
Una muestra depurada de su pensamiento político -además de su obra ensayística y, sobre todo, su Diario, quintaesencia de ese pensamiento fascista al que aludo-, podemos verla reflejada nítidamente en el artículo que escribió y publicó en Diario de Navarra durante las elecciones municipales de 1931. Constituye una declaración de principios políticos de un militante fascista.
Desde el primer momento, muestra una desconfianza aboluta a que “funcione ese mecanismo electoral por el procedimiento del sufragio llamado universal”. Cabe señalar que el conde no se encontraba solo en este repudio del sufragio universal. Toda la familia de los carlistas -tanto los agrupados en El Pensamiento Navarro como los de La Tradición Navarra-, y los llamados “conservaduros” de Diario de Navarra participaban de esa repugnancia esencial. Un asco al sistema democrático que no les abandonaría nunca. Luego, cuando llegue la constitución de 1978, asegurarán que fueron demócratas de toda la vida.
Con más claridad conceptual, añade: “Quienes, como nosotros, somos sustantivamente antiparlamentarios y no podemos sentir más que despectiva desafección al sistema electoral vigente”.
Paradójicamente, en lugar de abstenerse, participarán en las elecciones, no sin antes añadir demagógicamente:
“Ni el sistema deja de ser absurdo, ni el Parlamento nuevo será representación de nada; de nada vivo en la sociedad, en la realidad nacional. Frente al desafinado imperio de la mayoría como fuente de legitimidad, frente a la ficción de un poder legislativo sin independencia, gregariamente sometido al gobierno, nosotros mantenemos siempre nuestra protesta nuestra clara adhesión a los claros principios del derecho público tradicionalista”.
Y no se piense mal. Porque, como asegura el politólogo Rodezno, esto ocurre en todas partes donde se ha implantado dicho sistema democrático. Más aún. La democracia es absurda en Navarra, en España, en Londres, en Berlín y en París. La democracia es contraria a la naturaleza humana. Sólo le faltó decir que lo de los griegos fue un sistema contra naturam. Dice así:
“Lo que se obtiene por el sufragio inorgánico y general es absurdo en todas partes, más absurdo aquí por notoria incapacidad. El parlamento será estéril, sin duda, como todos los parlamentos que lo han precedido, que más han obstaculizado que propugnado el fomento y la prosperidad nacional”.
En el caso de Navarra, la cosa resulta gravísima, porque Navarra nunca ha aceptado dicho sistema. Le ha venido impuesto.
“A Navarra se le ha impuesto el sistema de elección que los gobiernos han determinado en cada momento para toda España”.
Así que, la conclusión no puede ser otra: ¿Cómo los tradicionalistas navarros vamos a consagrar como legítimo un sistema que además de pugnar con nuestra doctrina no ha sido adoptado nunca por la expresión del sentir navarro, ni practicado por Navarra cuando ésta era más dueña de sus destinos? Hay que ser lógicos. Pero, en definitiva, el episodio tiene poca transcendencia” (Tomás Domínguez Arévalo, Diario de Navarra, elecciones municipales de 1931).
Se deducirá en seguida que con estas apreciaciones tan democráticas y tan respetuosas con el pluralismo político, el Conde Rodezno tuviera muy pocos escrúpulos para participar y sumarse al golpe militar, y ponerse a las órdenes de Mola. Era el correlato de su pensamiento político. Estaba destinado a ser compañero de viaje de golpistas.
En 1938, en plena Guerra Civil, Franco lo nombraría ministro de Justicia. Como tal, derogó la legislación de la II República. Modificó el Código Penal, reintegrando en sus puestos a los antiguos jueces. Y, sobre todo, firmó unas 50.000 penas de muerte. Cesó en el cargo de 1939.
En su “pueblo”, Villafranca, sus correligionarios asesinaron 39 personas, desde julio a diciembre de 1936. En ningún momento, tuvo el conde un gesto para evitarlas. Muchos familiares de asesinados lo recuerdan todavía. Pues en el pueblo siempre quedó la agria y cruel sensación de que los asesinatos perpetrados estuvieron bendecidos, incluso alentados, por el propio Rodezno. Lamentablemente, no disponemos de documento alguno donde aparezca su nombre firmando estas sentencias.
Después de lo dicho, ni como Tomás Domínguez Arévalo, ni como Conde de Rodezno, tiene dignidad alguna el personaje para tener una calle para recordar su memoria, ni tenerlo como hijo predilecto, amado y toda esa mermelada sentimental que se dice en estos casos
La memoria de sus hechos y de sus ideas son detritus. Huelen fatal.
Víctor Moreno
jueves, 21 de mayo de 2009
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