El papa en Oriente Medio ha tratado de retractarse de sus anteriores posicionamientos sobre el Islam proponiendo “una alianza de civilización con el mundo musulmán” y, a pesar de su pasado antisemita y de haber defendido a las fracciones más reaccionarias de la iglesia católica, irá a visitar el Museo del Holocausto en Jerusalén.
Resulta difícil ver como mensajero de la paz a un papa que, a consecuencia de sus tomas de posición conservadoras, ha provocado las protestas de todas las iglesias progresistas de base; es difícil que consiga conciliar todo lo que no consigue conciliar ni tan siquiera dentro de su propia iglesia. Yo no soy un experto, pero sin duda la diplomacia vaticana debe superar un cierto embarazo. Pienso, sin embargo, que este papa está tratando de oponerse de este modo a la fuerza del Islam, otra gran religión monoteísta que no ha padecido la crisis de vocaciones que, por el contrario, padece la iglesia católica. Trata a su manera de mover el timón hacia posiciones más retrógradas con el fin de tratar de preservar su religión de las contaminaciones. De hecho, todas las ocasiones en que la religión católica se ha abierto a la influencia de aquella base suya que trataba de hacerse cargo de las implicaciones sociales del mensaje cristiano, no resultó vencedora respecto del proyecto de sociedad del socialismo. Y lo mismo se puede decir en relación con los muchos cristianos que protestan, tanto en Irak como en Palestina, contra las agresiones imperialistas y contra el chantaje de la acusación de antisemitismo.
Él ha escrito numerosos artículos en defensa de la laicidad, y también ha firmado apelaciones a que se excluya a Hamás de la lista de las organizaciones terroristas o en favor de la defensa del derecho de expresión o de creencia y contra la censura y ha sido atacado por esto.
Actualmente existe una ideología laica, el sionismo, que funciona como un credo religioso intocable y somete a chantaje a cualquiera que quiera criticar las decisiones del estado de Israel. Incluso cuando Israel no es amenazado, pero amenaza. En interés de la paz, es necesario liberar el pensamiento y nuestra visión del Oriente medio del temor a ser acusados de antisemitismo. La visita de este papa que tiene deslices antisemitas y se encuentra cómodo sosteniendo contactos con la ultraderecha hebrea, que habla de conciliación con los musulmanes pero defiende a ultranza los principios de su religión monoteísta, muestra una paradoja que, a menudo, afecta también a parte de la izquierda.
La izquierda se encuentra también sometida al chantaje del antisemitismo. Agitar la amenaza del islam o el espantajo del antisemitismo tienen una única función: impedir que se comprenda que en el Oriente Medio se ha hecho pagar a los palestinos los crímenes cometidos en Europa contra los hebreos, y se trata de silenciar a aquellos que tratan de defender a las víctimas de esta nueva injusticia. Como si los jóvenes hebreos debiesen continuar pagando por el antiguo “deicidio”.
Pienso que cuando se sale a la calle para protestar contra las políticas israelíes y en apoyo de Palestina, más que exhibir carteles que lleven escrito: “todos somos palestinos” (un eslogan que, más allá de sus buenas intenciones, no expresa en lo más mínimo la diversidad que existe entre nuestra situación y la suya) sería necesario exhibir otro que llevara escrito: “no somos culpables del Holocausto”. La sicología del antisemitismo induce a aceptar la idea de la única democracia existente en el Oriente Medio, amenazada por sus propios vecinos. La lucha por la libertad de expresión no es tan solo la defensa de una conquista antigua y preciosa, sino también la lucha por liberar el pensamiento crítico de decenios de propaganda pro israelí. El doble rasero en relación con las viñetas contra Mahoma y aquéllas otras contra el papa nos interpela: ¿hasta qué punto estamos dispuestos a sacrificar nuestros principios más elementales de libertad de expresión?
Jean Bricmont, científico y politólogo belga (Sin Permiso)
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