martes, 25 de agosto de 2015

TXIKI BENEGAS, EL SOCIALISTA QUE MARCÓ LA POLÍTICA VASCA

"Pase lo que pase y hagan lo que hagan, nunca me ha preocupado que me hayan adscrito a ese cliché de eslabón que une el diálogo con el nacionalismo". Esta frase de Txiki Benegas, fallecido este martes en Madrid, (1948-2015) a la periodista María Antonia Iglesias en su Memoria de Euskadi, publicada en 2009, cuando el nacionalismo ya estaba muy desprestigiado tras el fracaso del Pacto de Lizarra y del Plan Ibarretxe, denota la singularidad y la firmeza de convicciones del que fue secretario general del Partido Socialista de Euskadi (PSE) durante los años más duros del terrorismo de ETA (1977-1988). Benegas, que fue el número tres del PSOE en la etapa dorada del Gobierno de Felipe González e invirtió mucho tiempo en su tarea como secretario de Organización del partido (1984-94), dio lo mejor de sí mismo y obtuvo sus mejores resultados políticos, aunque escasamente reconocidos, en su tarea al frente del PSE cuando el terrorismo en Euskadi era una cuestión de Estado.

Como secretario general del PSE fue protagonista político en los años de plomo, los de mayor índice de asesinatos de ETA y de clara olvido de las víctimas del terrorismo. Justo refrendarse el Estatuto de Gernika, en octubre de 1979, en cuya gestación jugó un papel importante, ETA asesinó, por vez primera a un militante socialista, Germán Rodriguez, y en febrero de 1984, los comandos autónomos anticapitalistas asesinarían a su amigo y secretario de Organización del PSE, Enrique Casas.

El asesinato de Casas, que le marcó de por vida, fue un acicate para él para sacar a la militancia socialista a la calle y para luchar por la colaboración del nacionalismo democrático contra el terrorismo. Su estrategia contrastaba con la del líder socialista vizcaíno, Ricardo García Damborenea, que defendía la confrontación con todo el nacionalismo, sin matices, y terminó colaborando con el PP de José María Aznar, una colaboración que se le frustró cuando en 1997 fue condenado por los tribunales por colaborar con los GAL.

Benegas tenía muy claro que el final del terrorismo de ETA pasaba, además de por la presión policial, judicial e internacional, por un acuerdo político en Euskadi entre el nacionalismo democrático y el no nacionalismo y peleó por él desde que fue elegido secretario general en 1977 hasta que lo logró en enero de 1988 con el Pacto de Ajuria Enea en el que, también, jugaron un papel clave el lehendakari Ardanza, su asesor José Luis Zubizarreta y el secretario general de Euskadiko Ezkerra (EE), Kepa Aulestia. Todavía ETA tardaría veinte años en cesar definitivamente, pero allí se trazó la hoja de ruta de su final. Y Benegas pudo festejarlo el 20 de noviembre de 2011.

También tenía claro que la normalización del País Vasco y su prosperidad pasaba por los acuerdos transversales entre nacionalistas y no nacionalistas y no se cortaba en asegurar que los mejores años de Euskadi, pese al acoso del terrorismo, habían sido los de los gobiernos de coalición entre el PNV y el PSE (1987-97), aunque los peneuvistas los capitalizaran, con el precedente del Gobierno preautonómico de concentración y el logro del Estatuto de Gernika (1977-79). Benegas siempre contaba que Felipe González, con cuya confianza contó durante toda aquella etapa, respaldaba su política de implicar al nacionalismo democrático en la gobernabilidad y en la lucha contra ETA.

Tuvo que pechar con la acusación de debilidad con el nacionalismo al haberse quedado el PNV con la Presidencia del Gobierno vasco tras las elecciones de 1986, pese a haber obtenido más escaños el PSE (19) frente al PNV (17, pero más votado). Fue una acusación injusta. Recuerdo cómo dio la batalla por formar una mayoría con EE y EA (Eusko Alkatasuna), pero no aceptaban un presidente no nacionalista. Al final, negoció con el PNV, que imponía la misma condición. Así estaban las cosas entonces en el País Vasco. Tras más de cuatro meses de conversaciones y cuando estaba a punto de cumplirse el plazo legal para tener que convocar nuevas elecciones, cedió. Benegas siempre ha dicho que hubiera sido una irresponsabilidad convocar nuevas elecciones, tal y como estaba Euskadi en aquellos momentos, además de que se mostraba convencido de que el resultado electoral hubiera sido fatal para el PSE.

Benegas conocía el nacionalismo. Su padre lo había sido. Nació en el exilio, en Venezuela. Conocía muy bien los sentimientos nacionalistas, la defensa de una cultura y lengua diferentes que a algunos les llevaba a sentirse solo vascos. Decía que había que entenderles y hacer a España atractiva para que se quedaran en ella. Su actitud le permitía, a su vez, ser muy crítico con sus interlocutores del PNV, preferentemente Xabier Arzalluz. Y lo fue especialmente en la etapa del Pacto de Lizarra y del mandato de Juan José Ibarretxe, respaldando la decisión de Nicolás Redondo Terreros de romper con el PNV cuando este partido derivó al soberanismo. También apoyó la decisión de Patxi López de pactar el Gobierno vasco con el PP de Antonio Basagoiti en 2009 para desplazar a Ibarretxe, que había ganado las elecciones vascas. Su política de buscar el entendimiento con el nacionalismo democrático no fue óbice para mostrar firmeza cuando este derivó hacia el soberanismo.

Benegas no quiso ser ministro. Felipe González se lo ofreció dos veces: en 1982 y en 1991.En la primera apostó por el PSE y en la segunda por la secretaría de Organización del PSOE. Su segundo rechazo fue un error. El siempre decía que tuvo muchas dudas. Durante la pelea entre Felipe González y Alfonso Guerra, en la primera mitad de los noventa, fracasó en su intento de ponerles de acuerdo. También en las batallas sucesorias de Felipe González, dónde se alineó con Alfonso Guerra. Con la llegada de Joaquín Almunia a la secretaria general del PSOE, en 1997, fue alejándose de los asuntos internos. Ha sido diputado en el Congreso hasta el final y todos sus sucesores al frente del PSE han contado con su asesoramiento pues no cabe duda de que Benegas ha marcado la política vasca.

Luis Rodríguez Aizpeolea, en El País

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