Al ciudadano navarro actual, educado en un presunto carácter auténtico, por secular y antiquísimo, de los símbolos de Navarra, sobre todo en comparación con el tachado como más reciente e inventado de otras comunidades, le parecerá extraño escuchar que, en realidad, la fijación oficial del escudo y de la bandera de nuestra comunidad sólo tienen un siglo de vida. La verdad es que su combinación moderna fue creada en 1910 por Campión, Olóriz y Altadill (los tres eúskaros, y los dos primeros nacionalistas o próximos al nacionalismo), inspirándose en las tradicionales cadenas y en opiniones precedentes acerca del color rojo de las tropas navarras medievales.
También creo que puede resultar novedoso para el lector no avisado el hecho de que tal símbolo tuvo hasta 1931 significación separatista por su utilización por los nacionalistas vascos de Navarra (napartarras o nabarristas), tal y como se recoge en la prensa de los años diez del siglo pasado y tal y como pudo comprobar en sus propias carnes el concejal nacionalista tafallés Doxandabaratz que, por colocar la enseña en el balcón del ayuntamiento de Tafalla el día de San Francisco Javier de 1923, tuvo que padecer las iras de los somatenistas y marchar exiliado a Iparralde.
La utilización normalizada y la apropiación de tal símbolo por parte de la derecha conservadora y tradicionalista no tuvo lugar hasta la llegada de la República, en respuesta a la decisión de la primera Comisión Gestora de la Diputación que, compuesta mayoritariamente por representantes de la conjunción republicanosocialista, acordó republicanizarlo en junio de 1931, reemplazando la corona del escudo por una muralla con cuatro torres. Posteriormente, durante la guerra civil, la bandera roja y el escudo de Navarra con las cadenas en su versión original de 1910 registrarían una enorme difusión por efecto de su empleo masivo, casi en pie de igualdad con la bandera española, por parte de los tercios de requetés, en concordancia con su convencimiento de su papel de reconquistadores, desde esta Covadonga insurgente, de la España, a su juicio, degenerada por los gobiernos republicanos.
Si ya en manos de los combatientes carlistas y falangistas navarros alzados en julio de 1936 el escudo y la bandera de Navarra adoptaban el carácter de enseñas metafóricamente tintadas (es decir, teñidas de un significado diferente al original), su reconversión será absoluta con el añadido, en noviembre de 1937, de la Laureada de San Fernando, otorgada por Franco como distintivo de reconocimiento de la ayuda y de la colaboración prestada por los sectores mayoritarios de la sociedad navarra al golpe de estado. La bandera con la Laureada, persistentemente utilizada durante la dictadura franquista por la Navarra oficial, se convierte en el símbolo de la Navarra foral y española, martillo del comunismo y del separatismo. Por otra parte, ese hecho explicará la distancia frente a esos símbolos de los sectores minoritarios que no apoyaron la sublevación y que tuvieron que afrontar una durísima represión.
Por consiguiente, no es en absoluto baladí hablar de la existencia, si nos fijamos en la apariencia, de tres versiones de escudos de Navarra durante el siglo XX: la primigenia, y que formalmente se corresponde con la actual; la mural republicana; y la bordeada con la laureada del franquismo del periodo 1937-1979. La relativización de la continuidad del emblema que ello implica queda todavía más cuestionada si atendemos a la urdimbre de significados adheridos a tales versiones, en cuanto que la primera de las versiones (es decir, la original, supuestamente subsistente hoy en día) se desdobla en dos tramas semánticas absolutamente diferentes. En su diseño original de 1910 la bandera de Navarra contenía un precipitado de intenciones de nacionalismo navarrista y vasquista. Actualmente, la proscripción de la ikurriña, considerada ésta por el navarrismo oficial meramente como el símbolo de otra comunidad autónoma, prescindiendo del hecho de que pueda ser el símbolo en el que se reconozca complementariamente un sector de la ciudadanía navarra, como consecuencia de un ajuste de cuentas por parte de la derecha navarra en relación con el hecho de que durante la Transición se acordara la eliminación de la Laureada como aditamento del escudo de Navarra, no debe ser argumento para que los navarros vasquistas no se esfuercen por contrarrestar la apropiación de las enseñas navarras por parte de aquél, máxime cuando en el origen de las mismas estaban eúskaros y napartarras. Tanto en esta cuestión simbólica como en otras referidas a la relación con el Estado, el vasquismo navarro haría bien en hacer valer su nabarrismo, por utilizar una expresión de principios del siglo pasado.
Fernando Mikelarena, profesor titular de la Universidad de Zaragoza (en Diario de Noticias)
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