PRESENTACIÓN
Soy Lorenzo Urcelay Gabiria (Lontxo), tengo 92 años y nací en Legazpi en el año 1917.
No pude seguir estudiando porque éramos muchos de familia y he tenido que trabajar toda mi vida en Patricio Echeverría forjando azadas en la sección "atxurtegi‟ de Bellota Herramientas. (atxurtegi = donde se hacen azadas)
Estuve preso en la localidad de Cárcar, tras ser hecho prisionero en Bilbao por las tropas fascistas en el año 1937 y tengo muy buenos recuerdos de la gente de ese pueblo, a pesar de las circunstancias.
ANTES DE LLEGAR A CÁRCAR
Vivía en Legazpi, en esta misma casa. Tenía 17 años cuando vinieron por el monte los requetés navarros insultándonos, tirando tiros al aire y a las ventanas. Nos metieron un gran miedo. Entonces mi hermano y yo nos escapamos por el monte a Bergara y de allí a Durango. Al llegar allí nos encuadraron en el batallón 19 formado en su gran mayoría por gudaris bizkaitarras de la zona de Gernika.
Estábamos muy cerca de Gernika cuando se produjo el bombardeo. Mis compañeros pudieron verlo en directo desde una colina muy cercana y vieron cómo destruyeron sus viviendas.
Veíamos claramente pasar los aviones Junker alemanes con la cruz gamada pintada. Tras el bombardeo, fuimos a Gernika y aquello era una carnicería. Habían matado a muchos civiles que habían ido al mercado desde los pueblos de alrededor. Las casa estaban incendiadas y había una autentica carnicería.
Estuve defendiendo Bilbao en Archanda. Durante uno de los tiroteos se reventó el fusil al disparar una bala manipulada por los quintacolumnistas y me produjo una herida en el ojo. En aquel momento la gente huía despavorida. Busqué un médico para que me curara y al ofrecerle el dinero que llevaba, me dijo que ese dinero ya no valía.
Poco después, nos apresaron y nos desarmaron. Al principio nos llevaron a Laredo a una playa muy grande donde estábamos cercados con una alambrada. Frente a nosotros estaba el mar y detrás, alambradas fuertemente custodiadas por los soldados italianos. No había ningún tipo de servicios y la playa era una gran letrina.
En un momento, estando prisioneros allí, creímos de verdad que nos iban a fusilar y temimos por nuestras vidas. Apareció un grupo de hombres armados que pretendían llevarse a uno de nosotros para liquidarlo. Le defendimos entre todos y pudimos retenerlo gracias a la intervención de los italianos.
ESTANCIA EN CÁRCAR
Más tarde nos llevaron a Cárcar. Fuimos los batallones 19 y 20.Hasta aquel momento no conocía la localidad, ni nunca había escuchado el nombre. Nos alojaron en las casas.
Mi primera impresión al llegar allí fue que había muchas mujeres tristes, vestidas de luto. Preguntamos por qué lloraban tanto y nos enteramos que habían fusilado a sus hombres, aunque pocos querían hablar de aquello (hace un gesto con el dedo pulgar debajo del cuello).
¡Me daban tanta pena! Estaban muy apenadas y lloraban continuamente pero eso sí, estaban muy unidas entre ellas y se ayudaban todo lo que podían. También tenían el pelo muy corto como castigo.
En Cárcar no tuvimos problemas con la gente, al revés. Compartíamos lo poco que teníamos. Comíamos rancho, aunque malo y sardinas viejas. Hasta ese momento nunca había comido sardinas así; ellas nos las preparaban. Si querías algo lo tenías que comprar. Fue la primera vez que probé los caracoles.
Nos hicimos amigos de ellos. ¡Buena gente! Porque nosotros estábamos mal y nos ayudaron en esos momentos tan duros.
Bajábamos al río a bañarnos y hacer la colada o subir leña para calentarnos en los fríos días de aquel invierno. Pero algunos de nosotros se bañaban y arreglaban en las casas.
Estábamos allí concentrados, prisioneros pero podíamos andar por el pueblo. No hacíamos nada. Aunque estábamos libres, no podíamos salir del pueblo porque estábamos rodeados de guardias armados. No se escapó ninguno porque no había adónde ir.
Nuestros parientes (generalmente los padres) podían visitarnos pero durante un espacio de tiempo corto. Nos traían pequeños paquetes de comida que luego compartíamos.
Los vigilantes nos trataban en general bien. No nos dejaban ir a misa, ni siquiera los domingos, nos mandaban a barrer. No me parecía bien, ¡yo que he oído misa toda mi vida!, así que un día me dije a ver que sale. Suave-suave le pregunte:
Señor capitán, quiero hacerle una pregunta: ¿por qué ese grupo va a misa y nosotros no?
No, es que vosotros sois gudaris y rojos.....
Entonces por ser gudaris... ¿no podemos? Si nosotros siempre vamos cuando estamos en casa…
Preguntó a alguien de mayor rango y cambiaron de táctica y nos dejaron.
El día que nos fuimos de allí, fue muy triste, nos despedimos con mucha pena. Cárcar fue un pueblo elegante, muy bien portados, buena gente!
DESPUÉS DE CÁRCAR
Después de Cárcar nos llevaron a Utebo (Zaragoza). De los del batallón 20 no supimos nada más de ellos. Parece que los mandaron al frente, a primera línea y murió la mayoría.
En Teruel, en la batalla del Ebro, estando prisionero me mandaron de camillero al frente, a recoger a los heridos. Había más bajas por el frío que por las balas.
Un día llevamos a un moro al hospital y los médicos nos mandaron desvestirle para curarle, pero no se dejaba de ninguna forma. Al final descubrimos que tenía entre las ropas muchas joyas robadas durante los saqueos.
Yo era más atrevido que mi hermano Jesús; no quiso seguir mis pasos porque le parecía que era colaborar. Luego nos separaron y a él le mandaron a ayudar en un hospital.
No tenía carnet de conducir pero me apuntaba a todo y estuve como conductor de una ambulancia. Más tarde pidieron voluntarios para trabajar; en caso contrario te mandaban al frente como carne de cañón. Me apunté como mecánico. Les hice una pequeña trampa; dije que era fresador y no tenía ni idea. Me compré un libro y estudiaba por las noches; lo que no entendía me lo explicaba otro prisionero asturiano.
Llegó un momento en que desmontábamos los motores, arreglábamos los coches y camiones e incluso hacíamos piezas de repuesto con torno y fresadora.
Más tarde estuvimos en Valencia y en Asturias haciendo túneles y carreteras. En el batallón 19 al que pertenecía, había gudaris de todos los sitios, aunque la mayor parte era de Gernika.
En Valencia pasamos tanta hambre que íbamos a los campos a pedir naranjas a los agricultores.
En Asturias estuvimos en pueblos remotos. Por la noche tenían que meter todo el ganado en casa, vacas, cabras, burros, gallinas, etc. porque los lobos andaban por las calles. Nosotros les oíamos desde dentro de las casas y nos sentíamos impotentes porque éramos prisioneros y no teníamos ningún arma de fuego a mano.
Estando en Asturias, encontramos un cachorro de oso que se había quedado huérfano. Le llamamos Úrsula. Le dábamos de comer y le criamos pero tuvimos que deshacernos de ella porque cuando creció empezó a dar zarpazos y era peligrosa por la fuerza que tenia. Acabó en el parque de atracciones de Igueldo de Donostia.
Finalmente, transcurridos unos años, nos “licenciaron”. Había algunos derechosos, pro-Franco que no nos podían ver porque nos fuimos de gudaris y daban malos informes nuestros. Esos mismos chivatos se aprovecharon bien de las desgracias de otros para enriquecerse. Se quedaban con los pisos de los represaliados.
Lo más duro para mí ha sido ver a esa gente por la calle, tan tranquilos con la inmunidad que les daba Franco. Iban a misa pero nos negaban el saludo y nos despreciaban continuamente. No eran buenas personas por mucho que iban a misa.
Cuando volví a Legazpi de la guerra, no me admitieron en Patricio Echeverria por rojo y tuve que estar algún tiempo haciendo chapuzas. Además, no me contaron los años trabajados antes de la guerra para mi jubilación.
-Ahora, mucha de la gente de Cárcar que tú conociste, por desgracia ha fallecido. Pero si pudieses, ¿qué les dirías? ¿Qué les dirías a sus descendientes?
- Ahora si tuviese oportunidad, les diría que son muy buena gente, que se portaron muy bien con nosotros, porque mejor no se puede; y muchos recuerdos. Se portaron de forma elegante con nosotros.
Un fuerte abrazo para todos los de Cárcar. Y ¡GRACIAS!
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