sábado, 11 de julio de 2015

LA IKURRIÑA Y LOS PROBLEMAS REALES

No deja de sorprenderme la hipocresía de la derecha de Navarra y España con los sentimientos identitarios que no comparten. El último ejemplo ha sido poner el grito en el cielo por ver una ikurriña en el balcón del Ayuntamiento de Pamplona durante el chupinazo. En primer lugar la ikurriña es un símbolo con el que miles de navarros/as nos sentimos identificados/as, a pesar de no ser un símbolo oficial de Navarra. Que no sea un porcentaje mayoritario (a tenor de los resultados electorales), el de navarros que sienten la ikurriña como propia, no invalida el hecho de que ese sentimiento sea muy significativo en nuestro territorio, por lo que debería ser respetado por los que no se identifican con él. Evidentemente también se debe exigir respeto a los que se sienten vascos o vasconavarros, con los símbolos españoles y quienes los portan. La democracia es algo mucho más complejo que el rodillo del 51%; entre otras cosas supone respetar a las minorías, sobre todo cuando, como en este caso, son significativas. En lugar de echarse las manos a la cabeza por actos como éste, o por convocar un referéndum en Cataluña, deberían reconocer que las sociedades modernas son heterogéneas; y que desde el punto de vista democrático lo primero es admitir dicha variedad y contribuir a admitir con naturalidad las diferencias de pensamiento y el respeto al que tiene una visión políticamente diferente. A este respecto debo recordar que hace ya unos cuantos años Batzarre propuso una ley al Parlamento Foral en la que se intentaba normalizar la cuestión de los símbolos en Navarra desde esta óptica: defendía la posibilidad de establecer un porcentaje a partir del cual se podrían colocar ikurriñas o banderas españolas a partir de un porcentaje de vecinos del pueblo. Es decir, proponía la posibilidad de que en ayuntamientos del norte, donde no suele verse la bandera estatal podría colocarse si un porcentaje (propuesta inicial del 30% de la población) votaba favorablemente a que estuviera dicha bandera. Y en los pueblos del centro y sur de la comunidad se hiciese lo mismo con la ikurriña. Por tanto no es cierto que en Navarra la ikurriña (o en Cataluña el referéndum) divida a la sociedad. La sociedad navarra ya está dividida en sus sentimientos identitarios (también hay división en el eje político izquierda-derecha), ¿o es que no lo han visto en las sucesivas elecciones desde el 79? Claro que lo han visto, pero como han tenido el Gobierno Foral durante muchos años han hecho lo más fácil y menos democrático, gobernar para sus votantes y excluir en la medida de sus posibilidades la cultura euskalduna.

Además, la ikurriña es un símbolo inocuo, que no lleva implícito más que un sentimiento cultural o nacional (la ikurriña simplemente es la bandera oficial de la CAV y símbolo de las personas que se sienten cultural o nacionalmente vascas, no una exaltación del terrorismo como sería el anagrama de ETA). Por tanto, ¿a qué se debe tanto ruido por ver colgada esa bandera en un ayuntamiento, junto a las banderas oficiales? Para más inri, los que emplean tiempo en opinar y movilizan a la justicia en estos asuntos, son los que no dejan de repetir que lo que interesa a los ciudadanos es que los políticos se preocupen de solucionar los problemas reales: paro, pobreza, bajos salarios… ¿En qué quedamos? ¿Se van a ocupar de solucionar lo que llaman problemas reales o también van entrar en los problemas identitarios? El planteamiento de PP/UPN es falso desde el comienzo; no es cierto que socialmente los problemas identitarios estén por debajo de los demás: ¿Cuándo se han visto movilizaciones más numerosas en Cataluña que las de los últimos 11 de septiembre?, ¿cuántas personas dedican tiempo y esfuerzo como activistas sociales en Navarra, Euskadi, Cataluña o Galicia para avanzar hacia su ideal nacionalista?, ¿cuántas ikurriñas o esteladas se pueden ver en balcones de estos territorios? Está claro: los sentimientos identitarios o nacionales importan a muchas personas (y quien esto escribe se identifica fundamentalmente con la ideología del internacionalismo obrero, por lo que no le da trascendencia al lugar en el que empieza o termina su país). De hecho es la propia derecha la que hace gala de ser muy nacionalista al defender a ultranza la integridad territorial de España y la perpetuidad de una constitución que la mayoría de los españoles no hemos podido votar; o al hacer gala de la rojigualdad en sus mítines y movilizaciones. Tan nacionalista es el que aspira a construir un país que no está regulado administrativamente como el que defiende uno ya establecido. Por tanto, el problema en realidad no es el nacionalismo, sino que los nacionalismos periféricos amenazan la estabilidad del nacionalismo español. Y se me ocurre que para encajar estos diferentes proyectos políticos, todos deberíamos comenzar por admitir que hay sentimientos identitarios diferentes y que todos son legítimos (¿no es esa la base de la democracia?). Por desgracia vemos que los hechos van en sentido contrario: criminalizar la ikurriña en Navarra, eliminar la Transitoria Cuarta (“para eso nació UPN”), prohibir un referéndum en Cataluña…

Y lo que llaman problemas reales, pues por ahí andan sin solucionarse: escasez en la arcas públicas (pero no se ha hecho una reforma fiscal para aumentar impuestos a los que pueden pagar más), evasión fiscal elevada (pero no se destinan los recursos necesarios para combatirla), perdida de calidad en Educación y Sanidad (pero pretenden cuadrar el círculo diciendo que aumenta la calidad del servicio a la vez que se reduce el presupuesto) o desahucios de los hogares (pero la banca sigue siendo intocable, por encima del interés general que defiende la Constitución vigente, y los que proponemos algo diferente somos unos comunistas exaltados que queremos instaurar el régimen de Corea del Norte en nuestro país…).

Patxi Repáraz, en Diario de Noticias

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