El 35% de los
votos de las clases populares ha ido a parar a Marine Le Pen. ¿Cómo se
explica?
Hay una serie de elementos. En primer lugar, la gravedad de
la crisis. Una parte de la población se siente abandonada. Se trata sobre todo
de la Francia rural, la de los adosados de los suburbios lejanos, la de los
pueblos donde no hay oficina de correos, el ayuntamiento abre un par de horas,
no hay bar, donde el paro es masivo, hay poco dinero
y las familias tienen la cartera vacía para el 20 del mes. Luego, y en mi
opinión es un elemento que es de igual importancia, está esa sensación de ser
cornudo y apaleado, primero con Mitterrand en 2007, y luego, desde 2007, con
Sarkozy. Añádase que este sentimiento se enmarca en un contexto de pérdida total
de valores, de referencias de identidad. Hubo un tiempo en que estaba la
identidad comunista, la católica, la bretona etc.; es decir que había
definiciones claras de identidad. Esto vale para todas las referencias que eran
válidas antes, incluida la identidad sexual, cuya crisis es positiva, pero que
en este contexto acaba añadiéndose a la crisis de identidad y al sentimiento de
ser los cornudos de la situación. Así, la gente se vuelve más sensible a los
discursos populistas, anti Europa, anti finanza, anti Islam, anti
todo.
¿Quién es el electorado frontista?
El electorado de
Marine Le Pen es más joven que adulto, y más masculino que femenino. La
verdadera ruptura es el Bac (la prueba de selectividad, o sea, el diploma del
instituto): el 30% no lo tiene. El voto a Le Pen disminuye con el nivel de
educación. Los trabajadores constituyen una parte importante de este voto no
sólo porque son pobres, sino porque antes estaban orgullosos de ser
trabajadores y hoy son despreciados. Hay más hombres porque tienen dudas sobre
la identidad de macho, han recibido poca educación y por tanto, se les puede
manipular más fácilmente. Se concentran en las zonas rurales, mientras que las
grandes ciudades han votado menos a Le Pen. Para ser precisos, el porcentaje del
17.9% de Marine Le Pen es menor que el 19,2% que obtuvo la extrema derecha en el
año 2002 sumando los votos de Jean-Marie Le Pen y del disidente Bruno Megret,
pero el 22 de abril debido a un mayor porcentaje de participación electoral,
hubo un millón de votos más al Frente Nacional que en 2002.
¿Hay
adhesión a las posiciones ideológicas?
Hay una enorme responsabilidad
de Sarkozy y de su ministro de Interior, Claude Guenat. La derecha ha retomado
los discursos de Le Pen, ha legalizado la islamofobia, con la que Marine Le Pen
ha sustituido el antisemistismo del padre. Ha habido una banalización de la
xenofobia: basta con pensar en el discurso de Sarkozy contra los gitanos de
2010, o en la insistencia en la división entre el franceses nativos y franceses
de origen inmigrante en un país donde un tercio de la población tiene
antepasados extranjeros.
¿A qué se debe ese éxito relativo entre la
clase obrera?
La socióloga Danièle Linhart ha estudiado la caída
relativa del PCF y el movimiento sindical desde los años 80. Ha estudiado la
transición de las grandes empresas a su parcelación, el desarrollo de la
subcontratación, las deslocalizaciones. La clase obrera no ha desaparecido, pero
es menos consistente y ha sufrido un cambio: ha desaparecido la conciencia de
clase. Rossana Rossanda analizó en Le Monde Diplo la destrucción debida a
la parcelación del trabajo, al teletrabajo. Los sindicatos no se han dado cuenta
de ello. Mélenchon ha tratado de volver a dar una identidad colectiva, ha sido
capaz de hablar a los más jóvenes. En la Bastilla había gente que nunca había
salido a las calles. Ya se verá si consigue que nazca un partido autónomo, como
hizo Mitterrand en el PS después del Congreso de Epinay. A la izquierda hay un
malentendido desde hace veinte años: se ha estigmatizado a los que votan Frente
Nacional desde el plano moral - era la posición de SOS Racisme- Se creyó que
todos eran fascistas. A toda esta gente no se le propuso una alternativa
creíble. Hoy en día tenemos que responder punto por punto a este voto de
protesta, dando alternativas a quienes se sienten como cornudos, a quienes han
sucumbido ante el cóctel venenoso de un discurso populista de nacionalismo
xenófobo dominado por la islamofobia.
Anna María Merlo, para Il Manifesto (traducido por Gorka Larrabeiti)http://www.ilmanifesto.it/area-abbonati/in-edicola/manip2n1/20120426/manip2pg/05/manip2pz/321759/
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