domingo, 15 de abril de 2012

¿QUIÉN HA SIDO?

Verdaderamente esta ha sido una semana negra para el consejero de Interior, Rodolfo Ares. Claro que infinitamente más negra, trágica, lo ha sido para los allegados de Iñigo Cabacas, víctima flagrante de la violencia policial. Es ahora, en caliente, y así se ha comprobado en los actos de condolencia y apoyo al joven basauritarra, cuando la sociedad cobra mayor conciencia del dolor, del tremendo calvario provocado por quienes dicen tener el monopolio de la violencia. Como para que continúen algunos negando la condición de víctimas a los abatidos por la brutalidad de las llamadas fuerzas del orden.

Rodolfo Ares, desde el momento en que se conoció la agresión, se limitó a cumplir el protocolo habitual de algunos responsables policiales insensatos: poner en circulación una versión oficial, eximiendo a sus subordinados de toda responsabilidad y acusando a la víctima -o al entorno- de provocación. Porque, está claro, los agentes fueron atacados, según el guion. Los matices ya vendrán después. Una vez conocido el trágico desenlace, y siguiendo con el protocolo, se anuncia una investigación siempre manteniendo que están abiertas todas las hipótesis. Por supuesto, también la de que la víctima y su entorno iniciaran el ataque. Más tarde, desbordado por los acontecimientos y ante la cruda realidad forense, el protocolo faculta al consejero de Interior incluso a lavarse la cara reconociendo que pudo haber errores y hasta a anunciar con tono enérgico la pertinente depuración de responsabilidades.

Este penoso procedimiento de arrancar agotadoramente la verdad a los máximos responsables siempre ha sido crónico en el esclarecimiento de hechos de violencia policial como el que acaba de costar la vida a Iñigo Cabacas. Rodolfo Ares se ha limitado a cubrir este recorrido, a cumplir este expediente, sin salirse del guion. Y cuando la prueba forense ha demostrado que lo que provocó la muerte del joven fue una pelota de goma disparada a la cabeza y a corta distancia, al consejero ya no le queda ninguna coartada. Efectivamente, se cometió un error, un trágico y lamentable error.

Allí no hubo ni kale borroka, ni algaradas, ni más provocación que la presencia intimidatoria de un montón de ertzainas armados de bocachas y bien pertrechados, dispuestos a enfrentarse con una multitud que celebraba la victoria del Athletic. Como en tantas ocasiones a lo largo de la historia vasca reciente, ningún responsable policial explica por qué se dispara, ya sea con fuego real, ya sea con pelotas de goma prohibidas por la UE, contra una multitud que, a lo más, se defiende a botellazos.

Bien, el consejero Rodolfo Ares cree haber salido del paso. Va a depurar responsabilidades. Alguien le facilitará el visionado de las grabaciones, alguien le entregará la lista de los agentes que se encargaron de dispersar a pelotazos a los hinchas enfervorecidos y quizá hasta pasados de cerveza, alguien señalará con mayor concreción quiénes de esos agentes portaban bocacha, alguien le indicará la enorme dificultad de concretar expresamente de qué bocacha partió el disparo que acabó con la vida del joven, todo quedará en nebulosa y aquí paz y después gloria. Quizá, quizá, podrá llevarse a cabo alguna sanción interna, pero una vez más la ciudadanía y, sobre todo, la familia de Iñigo Cabacas, se quedarán sin conocer quién fue, cuál es la identidad y cuál va a ser la condena que deba cumplir el autor del que hasta para el fiscal general del País Vasco cometió presuntamente un homicidio.

Hay que exigir el mismo trato público y mediático al culpable de la muerte de Iñigo que el que con tanta frecuencia y muchas veces sin ningún rigor se prodiga en las notas oficiales a presuntos autores de otros delitos que todos tenemos en mente. La ciudadanía vasca y la familia de Iñigo Cabacas quiere verle la cara, quiere saber quién fue el que disparó, quién fue el que le dio la orden de hacerlo, quién es el que transmite a la Ertzaintza esa forma salvaje de actuar en cuanto tiene en frente alborotando, o reivindicando, o celebrando, a un grupo numeroso de ciudadanos, en especial cuando se trata de jóvenes con un look determinado. Tenemos derecho a saber quién ha sido, a que se haga pública su identidad.

Pero, muy posiblemente, eso no. va a ocurrir. Se nos volverá a ocultar la identificación del culpable y la de sus mandos. Volverá a ser un misterio si alguien fue procesado, o condenado, o indultado por esta muerte. Una vez más, caerá como una losa el silencio y los responsables se cubrirán con la impunidad del uniforme y del colectivo.

En compensación por este previsible encubrimiento, y ante la verosímil posibilidad de que nunca lleguemos a conocer al culpable y éste nunca vaya a pagar por ello, sería de justicia la dimisión del consejero Rodolfo Ares como responsable político de la muerte de Iñigo Cabacas a cuyos allegados transmito mi solidaridad.

Pablo Muñoz, en Grupo Noticias

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