Como es bien sabido, con motivo de la crisis que estamos padeciendo, es frecuente oír hablar de los mercados. Se nos dice, por todas partes y a todas horas, que los mercados tienen la culpa de lo mal que se ha puesto la vida. Porque la codicia de los mercados es la causa de que haya tanto paro, tantas familias con el agua al cuello, tanta gente que no puede pagar las dichosas hipotecas, tanto miedo a que un buen día te encuentres con que el banco no te da el dinero que tienes allí depositado, etc, etc.
Además, la codicia de los mercados es la que ha hecho fracasar a Zapatero. Y la que ha llevado a Rajoy a imponernos la reforma laboral que está dejando sin resuello a miles y miles de trabajadores, al tiempo que los banqueros se frotan las manos, inflándose de millones, a costa del miedo y la miseria del pueblo, el sufrido pueblo, sobre cuyas espaldas se amasan las grandes fortunas, que crecen en la misma medida en que disminuye el modesto jornal de los que, con su trabajo, mantienen a este país. Realmente, ¡ no hay derecho! Porque la pura verdad es que todo esto es así.
De ahí, la gran pregunta: ¿y quién demonio son los mercados? Es decir, los mercados ¿son las bolsas? ¿son los bancos? ¿son los banqueros? ¿son los políticos? ¿son los ricos más ricos del mundo, que nos manipulan a todos los demás?
A ver si nos vamos aclarando. Los mercados son un elemento esencialmente constitutivo e indispensable del sistema económico mundial. En los llamados “mercados”, el papel determinante lo tiene el capital financiero, que es el dinero que no se gasta en el comercio tradicional de toda la vida (los bienes de uso y consumo, que se compran y se venden por medio de empresas y tiendas), sino que se ahorra y el propietario lo deposita en un mercado financiero (planes de pensiones, la bolsa y sus gestores, ya sean bancarios o de otra naturaleza, bonos del Estado…) con el fin de obtener una renta de ese capital.
Y advierto que este capital financiero tiene una particularidad: se trata de un capital al que no interesa directamente la “productividad” (de bienes de uso y consumo), sino que lo que le interesa es la “ganancia”. Por eso, porque lo que interesa es la ganancia, ésa es la razón por la que la gente invierte sumas asombrosas de dinero en el capital financiero. En este momento, nadie sabe hasta dónde llega la inmensa montaña de dinero que manejan los mercados.
Ahora bien, lo más grave, en todo este asunto, es que estos mercados – que nos marean por su incontrolable volumen – están “des-regularizados”. Quiero decir, así como el comercio de bienes de uso y consumo está controlado, paga adunas y aranceles, etc; y de la misma manera que el movimiento de personas está también regulado y vigilado por las leyes y por la policía, el movimiento de capitales financieros se mueve por el mundo entero sin control alguno. De manera que un individuo, desde su casa, moviendo el ratón de su computadora, puede trastornar y hasta hundir la estabilidad económica y las ganancias de millones de personas. Así están las cosas. Y esto es lo que está en la base de la crisis que estamos padeciendo.
Consecuencias: 1) La corrupción mayor y la más peligrosa no es la de tal o cual persona, de este político, de aquella empresa o de quien sea. La corrupción más radical y más grave es la corrupción del sistema económico en el que nos vemos metidos. 2) Quienes realmente mandan en el mundo no son los políticos, es la economía. 3) Lo más canalla que tiene el sistema económico es que funciona de forma que, cada día, enriquece más a los ricos y empobrece más a los pobres. 4) El daño colateral que produce el sistema es que a todos nos corrompe.
5) La solución de este desastre no está en que saquemos el dinero del banco o del fondo de pensiones y lo escondamos en una caja fuerte. Aumentar el dinero negro, lo único que consigue es agravar la situación. 6) Lo que a todos nos urge es presionar, cada cual como pueda y siempre desde la más transparente honradez, a quienes gestionan el poder económico y político, para que se regulen y controlen los mercados, aumente la productividad y, en todo caso, lo que se produce no beneficie tanto a unos pocos a costa de la ruina de los demás.
Jose Mª Castillo, teólogo (en Moceop)
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