Suena raro, a pasado sin redimir, a recuerdos enmarcados en las nebulosas de las barricadas, a eslóganes de naftalina y a octavillas cuarteadas por el tiempo. Movilizarse y combatir en tiempos de crisis, incertidumbres y vacíos cuesta. Por desaliento, por acomodación o por pura desconfianza. O por todo a la vez. Pero aun así, con la que está cayendo ¿Por qué no nos movilizamos? Todo el mundo parece coincidir en la incidencia brutal de la crisis sobre la vida cotidiana de la gente. Yo tengo mis dudas. No es que dude de la realidad de la crisis, ni de su impacto sobre las familias. Dudo que la crisis sea tan general como se dice. Porque creo que esta crisis es selectiva y enormemente clasista. Vamos, que afecta a unos más que a otros. Y desgraciadamente, esos otros, solo la sufren, no hablan, no se expresan, viven en un limbo mediático sin eco alguno y lo que es peor, no tienen mecanismos de movilización ni apoyos ideológicos que los represente ni empuje hacia las barricadas contra este desierto de lo real y contra la perenne legitimación del actual estado del mundo.
Y es que la gente a pie de obra, la que se encuentra en los bares, en los centros de trabajo, en los patios de vecindad, en la sala de espera del médico; se pregunta una y otra vez por qué nadie se rebela, nadie se moviliza más allá de la protesta políticamente correcta. Hay, a mi parecer, varias razones que, sin pretender sentar cátedra, explican esta inmovilidad, esta contención, este silencio acomodaticio.
Hay una casta privilegiada y numerosa de ciudadanos blindados ante la crisis. Sus pecunios y sus estabilidades laborales no dependen de la fluctuación económica, porque sus ingresos –generalmente sujetos a contratos muy protegidos- provienen de corporaciones, administraciones, empresas, lobbys, grupos mediáticos y de poder muy asentados. Son la clase media y media alta representada por la clase política, el alto funcionariado sindical, la gran mayoría de la academia universitaria, los intelectuales pesebristas, los creadores de ideas, los cuadros empresariales medios y altos, el funcionariado de altas escalas, los cargos de confianza, la alta dirección y otros grupos ligados a las vanguardias empresariales de alto voltaje. No esperéis lectores nada de ellos. Su seguridad a medio y largo plazo está blindada porque están instalados en el garantismo vitalicio en el que nunca pasa nada. Y ellos no van a incitarnos a nada.
Otro grupo no menos importante y muy influyente por su poder de seducción es el lobby de los medios de comunicación, actualmente en manos de un sector ideológico claramente neoliberal y socialdemócrata – cuando no reaccionario como es el caso del grupo Vocento e Intereconomía- claramente inofensivos en cuanto a crítica del modelo económico y absolutamente sumisos a las decisiones tomadas por el gobierno de Zapatero. Su influencia es decisiva en el bloqueo de la movilización y de las ideas radicales y activistas. Actualmente los medios, muy pocos se salvan, despliegan un discurso socioeconómico de corte neofascista. Y es que una idea fuerza de gran calado recorre los editoriales, los artículos de opinión, los discursos políticos y los telediarios. Tras haber contribuido todos ellos al desguace ideológico de los mecanismos políticos de intervención y reglamentación de la economía en todo el mundo, se nos habla de la inevitabilidad del proceso deflactario actual. Esto es así y según ellos, no hay otras opciones que las contrarreformas salvajes que en toda Europa están desmantelando los respectivos Estados de Bienestar. Estamos pues ante el fascismo de la inevitabilidad, hijo predilecto de la inmovilización social y de la involución política. Así que no esperéis lectores nada de éstos que dicen defender la libertad de opinión sustentados en la libertad de esta democracia selectiva.
Por otro lado casi nueve millones de personas en el reino de España sobreviven con enormes dificultades. Este enorme y potencial resorte de movilización tendría razones para iniciar un levantamiento sin precedentes. Pero no lo hace. De estos nueve millones, al menos dos millones no están amparados por ningún sistema de protección económica, es decir son los pobres severos acogidos por entidades, ONGs, laicas y religiosas, y los Servicios Sociales, cuatro millones de personas se encuentran en desempleo pero solo sólo el 6% recibe algún tipo de subsidio económico, casi un millón de personas mayores de 65 años malviven con 336,33 euros de pensión de por vida y hay tres millones de personas que cobran pensiones mínimas cercanas al SMI, aproximadamente 640 euros mensuales. En conjunto, un Sistema de Protección Social en su vertiente económica que cumple su misión de resguardo ante la adversidad pero que actúa como modelo de contención paliativa y bloqueante de respuestas sociales. Y es que estos nueve millones de personas desempoderadas no tienen representación política ni sindical, la izquierda que ha usado sus votos, los ha condenado al silencio y a la miseria, no tienen medios que les visibilice y no tienen fuerza organizada para provocar un levantamiento sin precedentes. Bastante tienen con sobrevivir. Así que de ellos, tampoco esperéis nada porque los limitados ingresos con los que sobreviven paralizan toda vía de escape hacia las barricadas. Porque ese enorme potencial de lucha, esa enorme cantera para rebelión ha interiorizado también algo determinante. Creen que su malestar ya no es consecuencia de las relaciones de producción. Que esta crisis, en el fondo, debe ser resuelta de manera privada, adecuándose de manera personal ante la adversidad. Es decir, ese malestar, fruto de recortes sociales y laborales, despidos, reconversiones, paro de larga intensidad, precariedad laboral, exclusión social, pobreza endémica, y otras medidas que sufren esos nueve millones de personas aquí y ahora, no requiere ya de una lectura social y mucho menos política. Por tanto, la respuesta tampoco se articulará desde lo social y comuntario, sino desde la absoluta individualización del conflicto. Como si cada uno de nosotros nos nutriésemos de la agonía del otro. Esto viene a confirmar las estrategias de individualización y patologización de numerosos malestares modernos. Así las cosas, parece que no hay salvación colectiva, y no la hay porque el capitalismo se nos presenta como el ultimo horizonte de la socialidad humana. Porque en este matadero, cruzarse de brazos o sacar la espada son gestos igualmente vanos. ¿Es cierto esto? No lo sé. Lo que sé es que hay millones de razones para movilizarnos y la izquierda, politica y sindical, supuestamente inteligente y real, se entretiene en banalidades absurdas, en proyectos de un solo tema olvidando su vocación universal. Es ella quien debe liderar un proyecto de rebelión. De lo contario el destino se presentará tan desnudo como un epitafio.
Paco Roda (Lau Haizetatik)
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