viernes, 27 de febrero de 2009

MANIFIESTO: "BIBLIOTECAS PÚBLICAS PARA TODOS CUANDO TODOS SOMOS TODOS"

La Asociación Navarra de Bibliotecarios (ASNABI) ha redactado un manifiesto que invita a suscribir a representantes del mundo de la cultura como escritores, editores, libreros, actores, artistas, periodistas, historiadores, profesores, etc. Recoge la filosofía del comunicado rubricado por 167 bibliotecarios que presentó días pasados en el registro del departamento de Cultura del Gobierno Foral, en protesta por la actitud del director del servicio, Fermín Guillorme.

La fecha límite para recibir adhesiones se ha fijado en el 6 de marzo. Para suscribirlo sólo es necesario enviar un mensaje a la biblioteca pública de Yamaguchi bibliyam@cfnavarra.es antes de esa fecha, con el nombre, dos apellidos y DNI de los firmantes. ASNABI está preparando un cartel con el texto y las firmas para repartir entre bibliotecas, ayuntamientos, colegios, universidades y otras instituciones en las próximas semanas.




BIBLIOTECAS PÚBLICAS PARA TODOS, CUANDO TODOS SOMOS TODOS

(Manifiesto de Asnabi: Asociación Navarra de Bibliotecarios=Nafarroako Liburuzainen Elkartea)

Perogrullo estaría orgulloso del título de este manifiesto, si no fuera porque la afirmación obvia que plantea el título se está hoy cuestionando en las bibliotecas públicas de Navarra y en la sociedad navarra por extensión. Los bibliotecarios estamos alarmados. Los ciudadanos, por supuesto, también lo estamos.

La alarma ha saltado cuando de la biblioteca pública de Barañain han desaparecido (no por su propio pie) dos de los periódicos que acostumbraban a compartir espacio con el resto. El motivo de su desaparición ha sido que un ciudadano (en su calidad de concejal), al que esos periódicos no le acababan de gustar, lo ha decidido así. También que otro ciudadano (en su calidad de Director del Servicio de Bibliotecas), por motivos desconocidos, lo ha decidido así.

Las bibliotecas, mal que les pese a algunos ciudadanos, no son así. Las bibliotecas no rechazan. Las bibliotecas públicas están hechas de un tejido inusual, un tejido no comercializable, no ideológico, un tejido que se expande, un tejido no censor. Ahí radica su grandeza, en su permeabilidad y su infinita capacidad. Cuando se edita un nuevo libro, una nueva revista, un nuevo periódico, un nuevo pensamiento manuscrito, la biblioteca se hace de inmediato unos centímetros más grande, con el único fin de acoger al recién llegado, de hacerle un sitio. De esta forma, todo lo ya creado y lo aún por crear tiene un lugar, la biblioteca pública, en el que poder respirar, codearse con los de su especie (la magnífica especie de lo escrito) y hacerse accesible al mundo, a los lectores. Y si no es así, la biblioteca pública enferma; y la única terapia para reconstituirla será tejerle de nuevo ese traje elástico, reconstruir ese continente de contenido infinito que nunca se debió quebrar.

La biblioteca pública es uno de los enclaves básicos de la cultura. Y la cultura, la civilización, no es sino esto:

Que una bibliotecaria ultraurbanita preste con su mejor sonrisa un libro sobre la corteza del abedul.

Que conviva un libro de física cuántica, apoyado tapa con (no contra) tapa, al lado de uno que apueste firmemente por la teoría de la relatividad.

Que haya libros en papel, y que haya otros que podamos leer en Internet.

Que se crucen y saluden en la entrada de la biblioteca el que porta un disco de Salieri y el que va en busca de otro de Mozart.

La cultura es que todo, todas, todos, tengamos cabida en la biblioteca pública.

Hemos dicho una y mil veces “hay un libro para cada lector”, con la aspiración soñada de que todos podemos ser amantes de un libro, para después convertirnos en concubinos de cientos. ¿Qué sucede entonces si no hay un libro para un lector?, y aún peor, ¿qué sucede si hay un libro para un lector y ese libro se lo quitamos a ese lector de las manos?

Si un libro, una revista, un periódico, un papel lleno de tinta significante, no es bienvenido a las bibliotecas públicas, no nos engañemos, eso significará que un lector, y tal vez otra, y otra, y otro lector, tan ciudadanos como el resto, no son bienvenidos a las bibliotecas públicas.

No, no nos engañemos: es como si instalamos una cuerda con la señal de “prohibido” en la puerta de la biblioteca y la extendemos o no, en función de quién se acerca,

es como si editamos carnés de biblioteca de primera y segunda categoría, unos magenta, otros de otro color;

es como si colgamos en el día del libro grandes letreros que digan “lean, pero no lean todo”;

es como si a un lector de un periódico, le damos otro periódico, le damos el periódico que a mí me gusta, y no el periódico que él quiere leer;

es como si ponemos entre comillas (y no subrayado, como debiera) el “pública” de la biblioteca pública.

Los que suscribimos este manifiesto sentimos que haya llegado este triste momento en que este manifiesto se ha tenido que idear, y firmar.

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