Unión Liberal, Acción Republicana, Euskadiko Sozialisten Batasuna, Partido Nacionalista Liberal Vasco, Unión Vascongada, LAIA, Euskal Komunistak, Centristas Vascos, Ongi Etorri… Y así hasta 400 partidos. Lejos de los análisis vagos con los que en ocasiones se ha mirado la política vasca, su devenir desde finales del siglo XIX se presenta como una realidad compleja, poliédrica y muy fragmentada.
Las diferentes culturas políticas que han convivido en el tablero vasco, o vasco-navarro, han dado origen a una cantidad ingente de siglas que se han disputado la representación política. Ahora, una obra en la que participan 14 historiadores concluye que, en total, esa realidad laberíntica se traduce en 403 siglas diferentes, 300 de ellas desde la Transición.
La obra en cuestión lleva por nombre El Laberinto de la Representación -Partidos y culturas políticas en el País Vasco y Navarra (1875-2020)-. Publicada por la editorial Tecnos, ha sido dirigida por la historiadora y profesora de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) Coro Rubio Pobes, aunque le han acompañado en esta laboriosa investigación otros trece historiadores y profesores universitarios. El resultado es una sopa de letras sorprendente que, no obstante, ofrece un relato y una serie de hilos para tejer una cartografía sobre las diferentes familias y culturas políticas vasco-navarras.
El Laberinto de la Representación estudia el periodo que va desde 1875 hasta 2020, y se divide en dos grandes apartados: desde esa fecha de inicio hasta 1975 y, en segundo lugar, desde la Transición hasta la actualidad. La obra, en todo caso, repasa cinco periodos históricos: la Restauración, la Dictadura de Primo de Rivera, la II República, el Franquismo y la Transición.
De 1875 a 1975. Los precedentes, la Restauración y la II República
Con el final de la I República y la restauración de la Monarquía surgen en los territorios vascos, igual que en otros lugares de España, los partidos políticos modernos. Algunos engarzan de manera clara con las culturas políticas que se habían desarrollado en el periodo previo: afrancesados y liberales; demócratas y republicanos; fueristas; y realistas o carlistas.
Otros, en cambio, irrumpen enmendando parcialmente las tradiciones políticas de las que procedían desde un punto de vista sociológico y político. Y algunas culturas políticas, especialmente las vinculadas al movimiento obrero, nacen y se hacen fuertes como consecuencia de los profundos cambios propiciados por la industrialización.
La obra menciona un centenar de partidos que concurren en ese periodo, y los agrupa en ochos grandes espacios, con un amplio espacio para los matices y también para los ámbitos de confluencia: liberales monárquicos alfonsinos; fueristas; carlista e integristas; republicanos; obreristas (socialistas, comunistas y libertarios); nacionalistas vascos; derechas católicas españolas; y fascistas.
El espacio del republicanismo es el que mayor fragmentación presenta, con hasta 35 siglas en ese periodo.
La obra también recoge la pujanza del movimiento obrero en Euskadi y Navarra, liderado por un socialismo vasco con dos almas -Facundo Perezagua e Indalecio Prieto-, matizado en lugares como Eibar por un cariz vasquista y especialmente pujante en Bizkaia. “Esta provincia formó con Madrid y Asturias el triángulo de mayor implantación del socialismo español”, recuerda esta publicación.
La obra repasa, asimismo, el surgimiento del nacionalismo vasco y menciona hasta ocho siglas diferentes hasta la II República. Así, la obra recoge cómo entre 1909 y 1910 surgieron dos siglas, primas-hermanas, inspiradas en la Unión Federal Nacionalista Republicana catalana y con un componente más progresista que el PNV de comienzos del pasado siglo: el Partido Nacionalista Liberal Vasco y el Partido Republicano Nacionalista Vasco.
La cuestión religiosa, la apuesta por el republicanismo federal y su posición en materia social fueron los principales puntos de fricción con respecto a la sigla-madre. Este espacio cristalizaría en 1930 en el nacimiento de ANV/EAE, que la obra diferencia claramente de la ANV posterior a la transición.
El PNV, la sigla que, con el permiso del PSOE-PSE, mejor ha aguantado hasta hoy los avatares históricos y las escisiones, también tuvo otros ejes de fricción (aranismo, independentismo…), y de su seno salieron, entre las citadas ocho siglas que surgieron hasta 1936, algunas tan poco conocidas como el Partido Nacional Vasco de Barakaldo o Euzkadiko Mendigoizale Batza (Federación de Montañeros Vascos).
Las culturas políticas del liberalismo monárquico, las derechas católicas españolas, el carlismo y el fascismo también presentaron en aquel periodo una fragmentación muy remarcable, y El Laberinto de la Representación recoge hasta 37 siglas vinculados a estas familias.
Desde 1975. Desde la Transición
El final del franquismo y la excepcional efervescencia política de la Transición se tradujeron en el territorio vasco en un crecimiento exponencial de los partidos políticos: entre 1975 y 1977 se crearon 47 nuevos partidos políticos. También se reactivaron, como recoge la obra, algunas culturas políticas que habían vivido el franquismo en la clandestinidad y, además, eclosionaron algunas que habían surgido durante la dictadura.
La obra menciona nueve grandes espacios, llenos de matices, así como un apartado centrado en la confluencia de partidos. Esas familias políticas están conformadas por nacionalistas vascos en sus diferentes vertientes; socialistas; comunistas; republicanos; carlistas; navarristas y otros regionalistas; liberales, conservadores y democristianos; derechas radicales y extrema derecha; y, finalmente, las formaciones políticas ligadas a movimientos sociales.
Nacionalismo vasco: gradualistas, heterodoxos e izquierda abertzales
La obra dirigida por Coro Rubio apuesta por dividir las diferentes vertientes del nacionalismo vasco, el vasquismo y el independentismo dentro de un epígrafe dedicado en su conjunto al ‘nacionalismo vasco’ y que comprende tres grandes apartados: “gradualistas, heterodoxos e izquierda abertzales”.
“Caben distintas clasificaciones de las familias que alberga la cultura política del nacionalismo vasco. En el libro hemos preferido evitar el eje ideológico izquierdas/derechas y optar por una clasificación que tenga en cuenta otros componentes de su cultura política”, explica Rubio
Gradualistas y heterodoxos darían continuidad a culturas políticas que venían de la II República y habían pervivido en la clandestinidad, representadas fundamentalmente por el PNV y la ANV histórica (el partido se fracturó en 1978). El Laberinto de la Representación menciona hasta cinco siglas dentro del primer apartado (las más importantes, el PNV y EA) y cuatro en el segundo (ESEI o Euskadiko Ezkerra serían las más conocidas).
La conexión con el periodo republicano es más difusa en el caso de la izquierda abertzale, que bebe de diferentes espacios y cuyo origen se vincula esencialmente con el surgimiento de ETA desde una posición plenamente rupturista. “La aparición de ETA en 1959 representa la irrupción de una nueva familia política en el seno del nacionalismo vasco, que lo hizo más complejo, y que se caracterizó por el marxismo-leninismo y por la legitimación de la violencia como instrumento político. Generaría varios partidos políticos con la llegada de la Transición y, con el tiempo, también esta familia nacionalista se diversificaría”, explica Coro Rubio.
En total, surgirían hasta 32 siglas dentro de esa nueva familia política de la izquierda abertzale, la mayoría en sus inicios y otras debido a su ilegalización a comienzos de este siglo.
El socialismo vasco
El ámbito del socialismo vasco es uno de los que más estable se ha mantenido desde la llegada de la Transición, aunque El Laberinto de la Representación cuenta hasta 16 siglas vinculadas a esta cultura política desde el final de la dictadura. El PSE, después PSE-EE, no obstante, ha sido la fuerza sobre la que ha pivotado esta cultura política, con capítulos destacados como la segregación del Partido Socialista de Navarra en 1982 o la integración de Euskadiko Ezkerra a comienzos de los 90.
“La socialista es una de las culturas políticas más longevas y estables, con un partido de larga tradición en el País Vasco, el PSOE, que fue uno de los primeros partidos de masas y que en 1977 adoptó la denominación de Partido Socialista de Euskadi. Desde la Transición esta cultura política ha vivido dos hechos relevantes: la integración en 1993 del sector mayoritario de EE en el PSE para formar un solo partido; y la llegada de Patxi López a la presidencia del Gobierno Vasco a raíz del resultado de las elecciones de 2009”, indica Coro Rubio.
Liberales, conservadores y democristianos
El espacio político de liberales, conservadores y democristianos, con todos sus matices, ha llegado a presentar hasta 37 siglas desde la Transición, según recoge esta obra. En este ámbito destaca la confluencia de las tres culturas políticas, especialmente en torno a UCD y, posteriormente, alrededor del PP vasco, que en 1998 y 2001 llegó a ser la segunda fuerza en el Parlamento vasco.
“Liberales, católicos conservadores y democristianos forman culturas políticas diferenciadas y en la Transición generaron partidos de perfil muy definido, como el Partido Liberal o Democracia Cristiana Vasca, ambos fundados en 1976, pero también partidos en los que confluyen las tres culturas, como la Unión de Centro Democrático, creada en 1977. Por esa razón las hemos agrupado en un mismo capítulo en el libro. El partido más importante de todo este heterogéneo grupo ha sido el Partido Popular, aunque su posición sería desafiada por partidos surgidos en el nuevo milenio, como Unión Progreso y Democracia, y sobre todo por Ciudadanos”, explica Coro Rubio
Del comunismo a los partidos ligados a movimientos sociales
El comunismo vasco de Astigarrabia, que llegó a ser consejero del Gobierno Vasco de 1936, Jesús Larrañaga o Ramón Ormazabal se instaló desde la Transición en un clima de constante disgregación. Desde 1975 se presentaron en Euskadi y Navarra hasta 42 siglas vinculadas directamente con esta cultura política, que también empaparía otras familias políticas.
“El comunismo llegó a la Transición lastrado por la pérdida de credibilidad del modelo soviético, y apostó por el 'eurocomunismo' y el pragmatismo político, aceptando plenamente el juego democrático. Ello ayudó a la legitimación de la Transición, aunque le supuso un alto coste electoral. En Euskadi sufrió una fuerte fragmentación en numerosos partidos políticos: más de cuarenta partidos pueden adscribirse a esta cultura desde entonces hasta hoy. Pero además pueden rastrearse elementos de la cultura comunista en el seno de partidos o coaliciones que no pertenecen a ella. Entre ellos se puede mencionar Podemos o EH Bildu”, indica Coro Rubio.
La particular evolución del carlismo
De todas las culturas políticas recogidas en El Laberinto de la Representación la que sin duda presenta una evolución más singular es el carlismo, que desde la Transición se ha presentado con cuatro siglas, en algunos casos antagónicas: Partido Carlista de Euskadi (después Partido Carlista de Euskal Herria), Comunión Tradicionalista Carlista, Montejurra Federalismo Autogestión y Unión Carlista.
“El carlismo se sublevó contra la República y constituyó uno de los componentes de los que se nutrió el régimen dictatorial salido de la Guerra, pero mantuvo en su seno una conflictiva posición y sufrió diversas crisis, algunas provocadas por la familia Borbón-Parma. A finales de los años 60 el carlismo rompió con el régimen y una parte giró hacia posiciones incluso de extrema izquierda, fundándose en 1974 el Partido Carlista de Euskadi, socialista autogestionario. Otro sector mantuvo las esencias tradicionalistas. Siguen existiendo ambos, aunque muy debilitados”, señala la directora de la publicación.
Ander Goyoaga, en La Vanguardia