Ritxi Lizartza, David Pallarès y Oier Aranzabal sumaron sus esfuerzos para llevar a buen puerto “Apaiz Kartzela”, un largometraje documental que se estrena en cines este hoy, 26 de noviembre. Este aplicado e intenso ejercicio de memoria histórica tiene su epicentro en la única cárcel para sacerdotes del mundo, creada por el Vaticano y Franco en Zamora, y recuerda la lucha de los sacerdotes que reaccionaron contra la opresión franquista, a partir del relato de los propios protagonistas.
Entre 1968 y 1976 medio centenar de sacerdotes fueron encarcelados por mostrar su rechazo a la represión del dictador Francisco Franco.
Algunos de estos sacerdotes, condenados a doce años de cárcel por denunciar la opresión de la dictadura, aportan su testimonio y recrean episodios como su intento de fuga a través de la construcción de un túnel y el motín que llevaron a cabo y que fue recogido por los medios de comunicación internacionales en 1973.
“Apaiz Kartzela” retrata sus vivencias e incide en el silencio que sigue instaurado en la jerarquía eclesiástica en el caso de los sacerdotes que sufrieron la represión franquista.
En opinión de los directores del documental, estos coinciden en señalar que «en aquel momento los obispos callaron incluso las torturas de sus curas y frailes, pese a que se las mostraron, y hoy en día siguen sin recibir ningún tipo de reparación, ni reconocimiento, ni perdón. La Iglesia los ha olvidado, porque son incómodos, motivo por el cual muchos de ellos se han agrupado en la ‘Querella de Servini’ contra los crímenes del franquismo».
Un viaje compartido a la cárcel de Zamora sirve como hilo narrativo. Una mirada desde el presente hacia el pasado. Una ruta que, en palabras de Ritxi Lizartza, se descubrió como «un viaje paralelo de ida y de vuelta, el histórico, mostrado a través de la extensa labor de documentación que hemos hecho, a través de testimonios. Y el actual, en el que cuatro ex curas, tres vascos y un catalán, acceden a la cárcel que sufrieron cincuenta años antes. Fue un viaje desarrollado desde la emoción, desde el deseo de reencontrarse con un pasado doloroso, pero no desde el rencor, desde el enfado o desde la irritación, sino un viaje emotivo que les acercó al sitio en el que pasaron dos de ellos siete años presos. Juan Mari Zulaika y Eduard Fornés, unos meses; Josu Naberan y Xabier Amuriza, siete años».
El propio Amuriza ejerce como guía a través de lo que una vez fue la cárcel de Zamora. Al otro lado de las rejas evoca el pasado mediante bertsos.
Sobre las emociones que albergó en dichas secuencias, David Pallarés recuerda que «fue una mezcla de emoción, reencuentro y narración de lo que allí encontraban. Muchas veces la palabra en el sitio nos acercaba a sus vivencias y recuerdos, y servía para canalizar unas emociones que durante la larga visita no afloraron, sí en cambio desde el momento de salir de la cárcel».
La losa del silencio
Sobre las dificultades que conllevó sacar adelante un proyecto de estas características, Oier Aranzabal destaca que «la jerarquía eclesiástica, desde Roma hasta Setien, no quiso participar en el proyecto, pese a que tanto el Vaticano como el obispo de Donostia fueron agentes activos en esta historia. Conseguimos hablar con Vicente Cárcel, cura investigador en la Biblioteca privada del Vaticano, cuyo testimonio se recoge en el documental. Por lo demás, lo más difícil ha sido obtener los permisos para entrar en la cárcel, cerrada desde 1995. Por parte de los curas protagonistas, todo ha sido facilidades y colaboración», añade el codirector.
En su exposición, Aranzabal también destaca que «hubo varias cartas que salieron desde la cárcel de Zamora al Vaticano. Incluso intentamos recoger el testimonio de Mr. Etxegarai, pero no fue posible. El hecho de ser una cárcel creada en base al Concordato firmado en 1953 entra Franco y el Vaticano parece ser el motivo de no querer hacer declaraciones ni permitirnos conseguir los documentos enviados desde la cárcel, que a buen seguro tienen guardados en su archivo».
Dignidad y coherencia
Sobre las conclusiones que los tres autores extrajeron de los testimonios de los sacerdotes, Lizartza incide en las palabras de uno de los protagonistas del documental: «Como dice Alberto Gabikagojeaskoa, si fuera necesario, y en la medida de sus posibilidades ‘lo volvería a hacer’, en referencia a la defensa de los motivos que les llevaron a padecer cárcel, aislamiento, torturas y abandono por parte de la jerarquía eclesiástica».
Por su parte, Pallarés añade que «actuaron en defensa de los derechos políticos, sociales, laborales, culturales y de derechos humanos en Catalunya, Madrid, Galiza y Euskal Herria. La sensación más palpable es su alto grado de dignidad, de coherencia, de firmeza, lo que les llevó a actuar en su juventud en defensa de la sociedad en la que vivían, y, del mismo modo, en denuncia de los abusos y de la represión franquista. Lo más reseñable a nuestro modo de ver, es que, cincuenta años después, siguen todos ellos con la misma coherencia que entonces y que han pasado toda su vida en una actitud militante y activa que les ha llevado a cada uno por un camino propio en su trabajo a favor de reivindicaciones políticas, sociales, culturales, lingüísticas, de dinámicas de barrio, etc. Dejan una sensación agridulce, pues hoy en día esa firmeza que han demostrado en la defensa activa de las ideas en las que creen parece que se ha perdido en nuestra sociedad».
Finalmente, Aranzabal explica que «una de sus reivindicaciones más importantes en la cárcel, además de mantener la denuncia ante la sociedad que sufría los abusos franquistas, era que no querían tener privilegios en comparación con otros presos políticos o con los comunes, por lo que ya en su estancia en Zamora algunos de ellos se secularizaron».
Koldo Landaluze, en naiz.eus
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