"Yo lloro por nada. Mi abuela Demetria me contagió el llanto". Quien así se expresa es Áurea Jaso, una mujer de Mélida que fue criada por su abuela paterna. Por eso, cuando habla de ella, más que abuela, la llama "mi madre Demetria". Hay fechas inevitablemente unidas a los recuerdos tristes. "Todos los 18 de julio no hago más que llorar...el día entero....me lo paso llorando", dice Áurea. En casa de los Jaso Garde se enlazaba el lloro con el llanto. Tenían sobradas razones para tener el corazón encogido. La maldita guerra se cebó con esa familia republicana, como con tantas otras, claro. La violencia se llevó por delante a tres de los hijos de la abuela Demetria que "se quedó cieguica de tanto llorar", según cree su nieta.
En casa de los Jaso Garde las lágrimas siguieron a la ternura anterior. Siempre fueron expresivos con las presencias antes de la tragedia y con las ausencias después. El padre de Áurea, Aurelio, era un campesino que se ganaba el pan en tierras bardeneras. A veces, las labores quedaban lejanas y no regresaba a casa en una semana. El amor por sus hijos parecía acrecentarse en la lejanía y no desaprovechaba las ocasiones en las que podía demostrar el cariño que les tenía. "A veces -cuenta Áurea Jaso- volvía de la Bardena y ya era muy tarde. Venía a por la leche, porque en casa de la abuela teníamos vacas, y yo estaba durmiendo. La abuela le decía: "No entres, que está dormidica", pero él entraba, me daba un beso y se iba. Recuerdo muy bien cuando me llevó subida sobre sus hombros a escuchar un mitin de Julia Álvarez Resano. Lo tengo grabado en la memoria....bajando las escaleras del ayuntamiento de Mélida. Yo encima de sus hombros...él agarrando con sus manos mis zapaticos para que no me cayera".
Sin embargo, a partir del 18 de julio se quebró aquella armonía familiar. Aurelio temió por su vida y se fugó hacia el sur por los caminos que tan bien conocía. Atravesó la Bardena buscando las líneas amigas en los frentes de Aragón y de Castilla. No hubo más noticias de él hasta que mucho más tarde se pudo saber que murió luchando en favor de la República, no muy lejos de Madrid. Un amigo de Valtierra, compañero de fuga, compartió con él los peligrosos parapetos y trincheras en el frente de guerra y consiguió salvar la vida. Su testimonio situó la muerte de Aurelio Jaso en fecha y lugar. Fue el 17 de noviembre de 1936 y el enterramiento se produjo en lo que entonces se denominaba cementerio del Este de Madrid.
En Mélida, sin embargo, ignoraban lo ocurrido. La falta de noticias se vivía con una inquietud y un desasosiego enormes. No habían perdido la esperanza pero las ausencias se hacían muy largas. A la abuela Demetria la intentaban inútilmente consolar. "Que Aurelio se ha ido por la Bardena a buscar a Andrés. Ya verás cómo están juntos". Andrés Jaso Garde estaba en Asturias. Era futbolista y jugaba en el Sporting de Gijón. La contienda lo cogió en el lado republicano. Supieron en Mélida que a los jugadores del Sporting los habían llevado hacia Cangas de Onís. Andrés escribía cartas que, en ocasiones, conseguían saltar por encima de todos los inconvenientes y esas misivas alimentaban en su casa nativa un cierto optimismo. "Estamos bien", decía en alguno de sus escritos y ese plural desataba elucubraciones entre fantasiosas y esperanzadas. "¿Qué querrá decir ese estamos? ¿Que está su hermano Aurelio con él? ¿Hablará en plural refiriéndose a sus compañeros?"
Pronto se acabó la comunicación con Asturias. El avance de los fascistas se llevó por delante a Andrés y a los que estaban con él. Informaron mal que bien de un bombardeo ejercido por las tropas que conquistaban terreno republicano. Los jugadores del Sporting comparten desde entonces fosa común, aún sin localizar, en algún lugar de la comarca de Cangas de Onís.
A los Jaso Garde la guerra les deparaban mayor sufrimiento aún. La parca reclamaba un tercer tributo y consiguió llevárselo consigo. José era el hermano más pequeño. Tenía solo 18 años. Impulsado por el ambiente de terror que se vivía en las familias amenazadas, resulta comprensible su decisión. En su afán de librar a los suyos de mayores represalias se ofreció como voluntario al reclutador que se llevaba a hombres jóvenes y no tan jóvenes al tercio de Sanjurjo. Para muchos, aquella era una alternativa desesperada para intentar salvar su propia vida del inminente peligro o la de sus familiares. Al frente o al fuerte. Al frente o a la cuneta. Para los perdedores de retaguardia las salidas eran pocas y todas malas. Áurea Jaso recuerda como si ahora fuera....."Madre, que tenemos que ir a defender......que esa gente nos va a hacer la vida imposible -le decía José a su madre-. Tenemos que ir....para que no haya represalias contra los que se quedan" repetía una y otra vez. La camioneta que se lo llevó lo esperaba junto a una carpintería. Áurea estaba allí para despedirle. "Era el más alto de todos, un chico guapísimo", me dio un beso y de un salto se subió a la camioneta". En Zaragoza, a él y a todos aquellos supuestos "voluntarios" del tercio de Sanjurjo les esperaba la muerte en una gran masacre que según todos los indicios fue organizada desde el mismo momento de los reclutamientos.
Hay que decir que la mayor parte de los melideses asesinados lo fueron en el Tercio de Sanjurjo, en Zaragoza. 16 de un total de 24. Otros cuatro fueron asesinados en una matanza ocurrida en las cercanías de Lizasoain el 6 de agosto del 36 y varios más en las laderas del monte Ezkaba.
Victorino Garde Musgo fue una de las víctimas de la saca de Lizasoain. Era el secretario del Ayuntamiento, tenía 61 años y era padre de cinco hijos. Su hijo Ismael tenía 28 años y era estudiante en 1936. Áurea Garde lo comoció bien: "Él me enseñó a leer cuando tenía cuatro años". Ismael se escapó por la Bardena junto con Aurelio Jaso y otros más, pero no tuvo la resistencia de los campesinos acostumbrados al duro quehacer y no consiguió llegar a las líneas del frente. Se escondió en un pueblo de Aragón donde finalmente fue detenido. Lo trajeron preso hasta el fuerte de San Cristóbal. En algún momento escuchó la fatal sentencia escondida tras una hermosa palabra: "Ismael Garde en libertad". Era el 19 de marzo de 1937. Sabedor de que los asesinos le esperaban en las cercanías se despidió de sus compañeros regalándoses su pluma estilográfica y diciéndoles: "Hasta el Valle de Josafat". A los20 minutos se escucharon los disparos desde el interior del fuerte. Su tumba sigue siendo anónima a día de hoy. Se encuentra perdida en una de las laderas del monte Ezkaba.
Dionisio Sesma Azagra, melidés de 32 años, casado y padre de dos hijos fue detenido en su casa por un matón vecino de su mismo pueblo que lo llevó al monte Ezkaba. Era el 23 de enero de 1937. Consta como asesinado en Antsoain. Dionisio murió acuchillado y tratando de defenderse mordió la mano de su asesino, el mismo que había ido a detenerle a su casa con toda tranquilidad, volvió al pueblo con la mano vendada y quedó marcado para siempre por la dentadura joven de su inocente víctima. La impunidad favoreció su vida posterior pero aquella cicatriz no aportaría paz a su conciencia, si es que alguna vez recuperó el sentido común.
Ricardo Lorente era el párroco de Mélida y toda la población sabía que se desplazaba al fuerte de San Cristóbal para ver cómo mataban a sus feligreses.
Toda represión era poca para los que querían ver correr la sangre. Resuenan aún en los oídos de los que oyeron aquellos terribles gritos: "Hemos matado a los gallos, pero tenemos que acabar también con los polluelos. No va a quedar ni uno.....no va quedar ni uno".
Del libro "Matones", de Bingen Amadoz
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