Pedro José Francés Sayas
Calle Navas de Tolosa Nº 5
31540 Buñuel (Navarra) 21 de Abril de 2012.
A
la atención de: Javier Serrano Andrés,
José María Osta Sansuan,
Gonzalo Martínez Mayayo
y de
todos y cada uno de los concejales de la Corporación Municipal
del Muy Ilustre Ayuntamiento de Buñuel.
Calle
Don Vicente Oliver 31540 BUÑUEL (Navarra)
Muy
señores concejales:
La tarde
del pasado 14 de Abril, en los porches del Ayuntamiento se colgaron dos placas
de madera y papel en recuerdo y desagravio de los crímenes que ocurrieron en
nuestro pueblo en el verano de 1936.
Emoción
viva al verlas y tocarlas y leerlas y gritarlas.
Tenían que
haber estado ustedes para que hubieran visto.
Al parecer
al día siguiente alguien las arrancó.
Una barra
de uña obediente queriendo arrancar los clavos de la memoria.
Pero queda
el recuerdo, aunque de nuevo quede el recuerdo herido.
Y queda el
propósito de seguir como han quedado las marcas en la pared.
Porque
todavía permanece la mentira.
Y yo
quiero denunciar ante ustedes este caso para que procedan.
Denunciarlo
en nombre de quienes creemos que estas placas por muy humildes que fueran, para
una parte importante de nuestro pueblo eran muy dignas de respeto y porque los
hechos que en ellas se relataban son ciertos, y porque los nombres de las
personas que aparecían no son ni más ni menos, que los nombres que aparecen en
la cruz de la puerta de la iglesia de nuestro pueblo y porque ya es hora de que
en el pueblo se recuerden como una manera de rechazo los hechos más graves
sucedidos en la historia de nuestro pueblo.
También lo
denuncio ante ustedes porque en una de esas placas había una poesía que tiene
que estar en el zaguán de esa casa en la que todos deberíamos encontrar cobijo,
tres pobres estrofas construidas con versos serventesios con las que se cuentan
lo que pasó aquella tarde, en la que allí mismo, los asesinos, asesinaron al
alcalde Alfonso Marquina y al secretario Martín Domingo.
Y lo
denuncio porque en esa misma placa de poesía acallada se recordaban a cuatro
concejales, concejales como ustedes: Fausto Lasheras, Julián Tristán, Avelino
Arriazu y Alejandro Pascual que también asesinaron aquel verano siendo de todo
punto inocentes.
Razón
suficiente por la que apelo a ustedes y grito a su sentido.
Y también
lo denuncio para que ustedes obren porque allí esa tarde estaba Encarna que sus
ochenta años todavía lloraban a su padre, Alejandro que además de concejal era
un padre bueno, y la mujer que fue su hija, sentía miedo, y nos contaba: cómo
todavía recordaba cuando iba en aquel mes de julio con su hermana a llevar
comida a su padre, al hombre que estaba encerrado en el ayuntamiento, por no
hacer nada, por ser persona y por pensar como pensaba. Y lloraba la mujer cuando
contaba y temblaba de emoción porque sin saber cómo lo habíamos conseguido: la
puerta de la Casa
recordaba a su padre y allí estaba su nombre escrito y allí por primera vez
quedaba su recuerdo. Y nos contaba que los guardianes no le dejaban entrar a
verlo porque como ya tenía seis años era muy mayor y llevaba peligro. Y ella y
su hermana cuando iban a verlo tenían que dejar la tartera en el mostrador de
la oficina y salir pronto. Y tenía que volver a casa y volver de nuevo, total
para qué, para no verlo porque era ya muy moza, que tenía seis años y no lo
podía ver para por si acaso. Aunque siendo tan mayor, sin embargo, no podía
dejar de llorar en el camino como lloraba esta tarde siendo ya vieja. Y también
nos contaba la mujer cómo: la medianoche del 26 de agosto fueron a buscar a su
padre a su casa, y cómo, sin hacer ruido, lo vio salir a su desde la baranda de
la escalera, y cómo nunca más supo de él, y cómo todavía no sabe ni dónde está
enterrado. Y era su padre sin más pecado que el trabajo.
Como abría
su recuerdo esa tarde y como nos hacía encerrar a todos.
Al final
quedó satisfecha y contenta.
Lo había
conseguido aunque no fuera más que por unos instantes.
Aunque
sabíamos que iban a quitar las placas de inmediato.
Y lo
denuncio ante ustedes y les suplico que como mejor proceda, ustedes mismos intercedan ante su alcalde para que deje
correr el recuerdo y la dignidad de los que fueron víctimas de la barbarie y pegue
un manotazo a la injusticia que cometieron en Buñuel algunos vecinos jaleados
por los militares, los falangistas y la iglesia. Para que ustedes también
traten de dar verdad a estos sucesos que han sido durante más de setenta y
cinco años negados.
Y quiero
ganar la voluntad de ustedes porque las placas han de volver al sitio de donde
las arrancaron, que quedaron muy bonitas.
Son tan
sagradas como lo más sagrado que se haya de respetar.
Que salvo
decir verdad, no hacían daño a nadie.
Yo creo
que ustedes ya no se pueden quedar parados.
Las cosas
han llegado ya a un punto en el que nada tienen vuelta atrás y que las placas
que impidieron poner el día 23 de Julio del año pasado haciendo llegar un
contingente de la guardia civil amenazando con detenernos, resulta que este 14
de abril se han puesto y se volverán a poner una y mil veces.
No pueden
dejar la historia de nuestro pueblo en las manos de un hombre arbitrario que no
ve más causa que la causa de los que causaron y que es capaz de sostener a toda
costa la mentira sabiendo que miente.
Posdata
a 18 de mayo de 2012
Mientras
esperaba respuesta de alguno de ustedes a mi anterior, y mientras comprobaba
que al parecer desde la secretaría del ayuntamiento no a todos de los remitidos
se la entregaban junto con las adjuntas, me ha llegado un dato muy importante que
quiero poner en su conocimiento.
Siendo en la Villa de Buñuel el día 21 de
Julio de 1982, comparecen ante el alcalde Don Abilio Pórtoles Litago los
vecinos Cesáreo Chueca Sánchez y José Vicente Adiego y declaran que Don Alfonso Marquina Vicente siendo alcalde
de la Villa de
Buñuel murió asesinado el 23 de Julio de 1936 en los bajos de la misma Casa
Consistorial junto al secretario del mismo Ayuntamiento a consecuencia de los
disparos realizados directamente contra sus personas. Esta misma
comparecencia y declaración la vuelven a hacer estos dos vecinos ancianos con
fecha de 23 de noviembre de 1982, para que surtieran unos efectos que todos
podemos imaginar que esperaban procedieran.
No tuvo
ningún efecto, de la misma manera que tampoco tiene ningún efecto la labor de
denuncia y reivindicación que estamos haciendo otros muchos vecinos en estos
últimos meses, y sin ese reconocimiento de la verdad, en realidad lo que queda
es el acta de defunción que consta en el juzgado civil de la villa en el que se
certifica que estos hombres murieron en el depósito de cadáveres del cementerio
a las cinco y cuarto de la tarde, sin especificar sus causas, y firmando la fe:
José Ibáñez, José María Arriazu. José García y Juan Maeztu.
La tarde
del reciente 5 de mayo, murió en Pamplona Alicia Marquina, la hija de Alfonso,
el hombre que siendo alcalde de su pueblo fue asesinado. Esta mujer era una de
las pocas personas que vivió aquella tarde y que la recordaba todavía cada día.
Murió sin haber podido reconciliarse con el pueblo que la había visto nacer y
sin haber visto reconocida la memoria de su padre.
¡¡Qué pena
más grande…!!
¡¡¡Maldita
democracia….!!
Todavía
queda vivo Armando, su hijo que no reniega de su padre.
Y que
también espera.
Y sin
esperar del mismo silencio con el que me desprecia su alcalde, quedo a su
disposición, para lo que ustedes entiendan conveniente.
Muy
atentamente.
Pedro José Francés Sayas. 16.004.742.P
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