Convencida -sin sombra de duda alguna-, de que la mayoría absoluta obtenida
por su partido equivale a santificar una pretendida supremacía moral de la
derecha sobre la izquierda de la que hace gala cada vez que puede, Esperanza
Aguirre se ha auto adjudicado el papel de "adelantada de Castilla", en la
cruzada iniciada por la derecha para dar la vuelta, como a un calcetín, a
España. Y claro está, y como siempre enarbola la derecha patria, por y para el
bien de los españoles, aunque por el camino estos fallezcan de inanición física
y mental.
Arropada por una corte que no rechista y que la sirve con fe ciega (por
aquello de que el que se mueve no sale en la foto), y respaldada por lo más
rancio del poderoso empresariado madrileño aglutinado en la CEIM (Confederación
Empresarial Independiente de Madrid); Esperanza Aguirre no solo no ceja en su
cruzada contra todo lo que huela a izquierda, sino que mete presión al propio
gobierno de Rajoy, para que acelere y aumente las reformas.
Y así, sin complejo alguno, la señora Aguirre da orientación al Gobierno para
que se anime a reducir, recortar o para que reclame competencias que ahora están
en poder de las Comunidades Autónomas (sanidad, educación y justicia
fundamentalmente) con un mensaje que a duras penas oculta su disconformidad con
el actual Estado de las Autonomías que le gustaría ver reducido a la mínima
expresión. Esto es, dejar para la gestión de los Gobiernos Autonómicos todo
aquello que pueda ser susceptible de generar negocio; básicamente la prestación
de servicios, fijar las reglas del comercio y la gestión del suelo, que – en su
proyecto- pronto pesarán a costarnos dinero
bien sea por la subida de tasas e impuestos por el uso los servicios públicos o
por la cesión de su gestión a la empresa privada. No en vano, la Comunidad de
Madrid es la abanderada nacional, por ejemplo, en el proceso de liberalización
total de horarios comerciales (que hundirá al pequeño comercio madrileño que
para sobrevivir deberá trabajar "a la china") o en la privatización de la
gestión de servicios públicos como la sanidad. Un proceso seguido con los nuevos
hospitales construidos en Madrid y cuya gestión ha recaído en empresas como
Capio, donde figura el marido de Dolores de Cospedal, como uno de sus
principales responsables.
Al estilo "Fraga", la señora Aguirre, cual profesora "Rotenmeyer" armada con
la regla, actúa a diario como si estuviera en combate permanente, siempre en la
trinchera, enfrentando siempre al otro no como a un igual en derechos y
capacidad, sino como al enemigo al que hay que liquidar, y al que no se le
concede ni el pan ni la sal. De ahí su tono y retranca despectiva (en el peor y
más rancio ejemplo del casticismo madrileño), hacia todo aquello que puede ser
una china en el zapato de sus planes y ambiciones político ideológicos. Cueste
lo que cueste.
Tras unos meses de dudas –que han dado pie a todo tipo de rumores- sobre su
continuidad en la política como consecuencia del cáncer que afronta, Esperanza
Aguirre ha vuelto al primer plano, con fuerza renovada y un enemigo claro y
definido: los sindicatos, a los que ataca con una saña y una inquina, impropia
en el juego político democrático. El "ninguneo", el desprecio, la devaluación de
su papel y la mentira son las armas con las que sale a diario al campo de
batalla de la guerra que busca provocar con denuedo.
Una estrategia que viene de lejos y que comenzó a concretarse en los hechos
cuando hace ya un año –y siempre con la cobertura de la crisis como argumento-
Aguirre inició el acoso y derribo contra los liberados sindicales en la
administración autonómica, hasta conseguir reducir su número hasta casi la
laminación. Ahora toca ningunear y denostar a los sindicatos, sus dirigentes, y
a las decenas de miles de personas que vienen saliendo a la calle a protestar y
denunciar sus desmanes en el desmantelamiento de lo público. Frente a las
justificadas protestas, la respuesta es la mentira sobre unas pretendidas
algaradas e incidentes callejeros, inexistentes; y la letanía insidiosa sobre el
anticuado papel que juegan los sindicatos y su pretendida irrelevancia social
con la que le gusta argumentar su ataque, cada vez que le ponen un micrófono
delante.
Es esta actitud permanente de echar gasolina al fuego del hartazgo de la
gente, y esta política incendiaria de acoso y derribo constante la que, sin
duda, está desbrozando el camino para el estallido del conflicto social que, los
sindicatos, a duras penas intentan controlar. Con Aguirre con el mazo inhiesto,
la vuelta del verano será caliente, caliente, de verdad.
Consejo Editorial "La Antorcha de la
Información"
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