lunes, 17 de noviembre de 2008

MEDIDA DEL ANTIFRANQUISMO ACTIVO: 2)-EN EL CONJUNTO DE NAVARRA



En Navarra participó en el referéndum de la Ley de la Reforma Política de diciembre de 1976 el 73’63% del censo, cuatro puntos por debajo de la media de todo el Estado. Para valorar este comportamiento hay que situarse en las características de la sociedad navarra del momento y en la evolución que había experimentado.

Definida ya como harto dudosa la naturaleza democrática de aquella consulta, pieza clave de la operación de ingeniería política diseñada por los reformistas, hay que recordar que era la primera ocasión en que se podía votar con una cierta libertad desde las elecciones generales del 16 de febrero de 1936, en las que al contrario de lo que sucedió en España, en Navarra se impuso con gran holgura el bloque derechista que obtuvo el 69’1% de los votos frente al 21’7 del Frente Popular y el 9’2 de los nacionalistas.

Evidentemente la Navarra de 1976 no era la sociedad agraria de los años 30, en las que apenas una docena de localidades –Iruña, Villava, Altsasu, Olazti, Bera, Aoiz, Oroz-Betelu, Estella, Marcilla, Lodosa, Tudela y Cortes- tenían alguna industria de consideración. El reconocimiento por parte del Estado franquista del peculiar régimen administrativo histórico tanto de Navarra como de Alava, supuso un factor muy favorable al desarrollo de ambas provincias, al atraer capitales con mayor facilidad por la menor presión fiscal y las mejores condiciones para el gasto público. Así comenzó el tránsito de una economía agraria a otra industrializada de producción cada vez más diversificada.

De esta manera el saldo migratorio dejó de ser negativo en la década de los 60, pues las grandes poblaciones, en particular Pamplona y su cuenca, absorbían el éxodo rural que antes se dirigía fuera de Navarra. Esta restructuración demográfica por fuerza tenía que impulsar una evolución ideológica de aquella sociedad conservadora y apasionadamente católica que tanta ayuda prestó al golpe fascista de 1936.

En este contexto socieconómico de cambio productivo, surgió a partir del sindicalismo cristiano de las HOAC un vigoroso movimiento obrero que supo aprovechar los resquicios que permitía la utilización del Sindicato Vertical hasta llegar a copar el Consejo Provincial de Trabajadores. Fue el único caso en el Estado de conquista democrática de tal organismo. Facilitó la extensión de las movilizaciones que tras las huelgas de Eaton Ibérica, Potasas, Motor Ibérica….desembocaron, ya con un componente político claro, en la huelga general de 1975. Por la misma vía de aprovechar las posibilidades legales el Consejo llevó su actividad a las instituciones hasta el punto de que Pamplona llegó a tener ya en pleno gobierno de Arias Navarro, un alcalde, Javier Erice, que por sus convicciones democráticas fue destituido por el gobernador civil.

El carlismo navarro también había sufrido una evolución a partir de la escisión entre el sector más integrista y los más consecuentemente dinásticos que abandonaron el término “Comunión Tradicionalista” a favor de la de Partido Carlista, de orientación democrática y progresista. Javier María Pascual, director del “Pensamiento Navarro” llegó a pedir la reintegración foral para Gipuzkoa y Bizkaia. Los sucesos de Montejurra en la primavera de 1976, que junto con los de Vitoria, con Fraga de ministro de la Gobernación, tanto caldearon los ánimos sin llegar a esclarecerse nunca, se podrían interpretar como una represalia de los aparatos secretos del Estado por esa evolución. Recuérdese que al Partido Carlista se le impediría participar en las elecciones de junio de 1977 por su rechazo a la monarquía borbónica.

El PSOE, prácticamente inexistente en la clandestinidad, se había refundado en Tudela, con un grupo que tenía cierta trayectoria en las organizaciones obreras católicas. La UGT, siguiendo su orientación general, se había mostrado siempre en contra de la participación en el Sindicato Vertical y estuvo ausente en las luchas obreras, aunque luego en la democracia, frente a la escisión y desorientación de las activas Comisiones Obreras navarras de los 70, acabaría siendo la primera fuerza sindical de la Comunidad.

Mucho más activos eran los grupos de extrema izquierda (MC, PTE, LKI-ETA VI…) y en particular la ORT, proveniente también de círculos cristianos y que en las elecciones generales de seis meses más tarde llegaría a obtener, sin ilegalizar, con el nombre disfrazado como el resto de estos partidos, el 6% de los votos. El PCE, artífice de la reconstrucción del movimiento obrero en España, no tuvo incidencia reseñable en Navarra, y a falta de raíces históricas, su debilidad se vería confirmada después en los primeros comicios.

El nacionalismo tradicional nunca había tenido un arraigo generalizado en Navarra. En definitiva, la ideología nacionalista surge con la industrialización y al igual que en Alava, no se habían producido en la época anterior a la guerra las transformaciones económicas necesarias para su desarrollo. Incluso en Gipuzkoa tampoco había brotado con fuerza hasta el crecimiento económico del primer cuarto de siglo. El proceso de industrialización iniciado en Navarra en los sesenta permitió la incorporación al sentimiento abertzale de capas populares, pero inspirado en formas distintas a las tradicionales, con un nuevo modelo ideológico de signo izquierdista y radical. La antigua castellanización de parte del territorio actuaría de freno de su expansión.

Incluso hasta la derecha habían llegado algunos aires de cambio, si bien de forma minoritaria. El Diario de Navarra comenzó a conceder parcelas de expresión a algunas personas vinculadas a la oposicion. Hasta hubo tres diputados que presentaron una moción en la Diputación abogando por una moderada institucionalización democrática.

Se puede decir, pues, que la Navarra de 1976 era una sociedad en ebullición, mucho más urbana y plural que la de 1936, en la que las corrientes radicalmente críticas con el franquismo y toda su herencia cultural e institucional no eran mayoritarias pero sí muy fuertes. Pero el índice de participación en el referéndum de diciembre puso de manifiesto que no había cambiado lo suficiente para seguir las consignas de la oposición y apostar por la ruptura que toda posición consecuentemente democrática parecía exigir.

Seis meses más tarde, las primeras elecciones legislativas confirmarían esa tendencia, que básicamente no se ha alterado, otorgando la hegemonía a las dos grandes fuerzas de ámbito estatal: la UCD, que luego cedería el paso a otras expresiones más regionalistas de la misma derecha, reagrupada en torno al amejoramiento, y el PSOE. UNAI, un experimento parejo a EE con label navarro, se quedó a 500 votos de conseguir escaño, posibilidad de la que se quedaba lejos el nacionalismo tradicional. La extrema izquierda pagaba su dispersión con el inicio de su declive.

Ahora bien, si comparamos la evolución del electorado navarro desde los años 30 con el de otras zonas del Estado, las diferencias son evidentes. El País Valenciano o Andalucía, donde seis meses más tarde se impondría el PSOE, afirmaron de forma aplastante en el referéndum de la Ley de Reforma Política su conformidad con la reforma controlada por los postfranquistas. En Navarra, sin embargo, se confirmaba la presencia de una masa crítica importante que sería muy problemática para articular de forma unitaria, pero que cíclicamente manifestaría su fuerza, tal como ocurriría en las primeras elecciones municipales y forales de 1979, en el referéndum de la OTAN de 1986 o en las últimas elecciones forales del 2007.

Especular con la evolución que hubiese tenido la política de nuestra comunidad sin la violencia de ETA y con un planteamiento posibilista del vasquismo navarro, elaborado desde un análisis sosegado de la realidad política navarra y no desde las expresiones tradicionales y ortodoxas del bizkaitarrismo ni desde las maximalistas de la izquierda abertzale de la transición, parece suspirar por lo que pudo ser y no fue. Pero nunca es tarde si del pasado se aprende.
Praxku


(Mañana el 3º. capítulo: Análisis de los resultados en Navarra por zonas)

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